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Bonnie y el lavavajillas

Publicado el 28 enero 2018 por Key Hunters @zapatoalacabeza
Qué pocas cosas os conté sobre mi excompañera de piso Bonnie, ¿no? Qué mal. Arreglemoslo ahora mismo.
Si no sabéis de quién estoy hablando, haríais bien en ir a leer el incidente de la alarma antiincendios, o si no os apetece leer podéis ver la pinta que tenía nuestro cubo de basura cuando ella vivía en la casa.
No es que tuviera que soportar a este pintoresco personaje mucho tiempo porque, afortunadamente, para cuando yo me mudé a ella sólo le quedaban como un par de meses en el piso, pero os alegraréis de saber que uno de los múltiples superpoderes de mierda de Bonnie es que tiene la capacidad de amargarte la existencia incluso cuando ya no está presente en tu vida, lo que me permite estar aquí hoy, más de un año después de verla por última vez, contándoos la historia del lavavajillas.
El relato que nos ocupa sucede en mayo del año pasado. Bonnie se ha mudado a otra casa hace ocho meses.
Ocho meses, ¿vale? Dejad que la idea se asiente en vuestra mente. En ocho meses te da tiempo a dar la vuelta al mundo; a escribir una novela; a que nazca un bebé si no te pones muy quisquilloso con la idea de usar una incubadora. Ocho meses es mogollón de tiempo.
Pues bien, un día de mayo cualquiera, después de pensarlo muchas veces pero no llegar nunca a hacerlo, decido que si tenemos un lavavajillas a nuestra disposición no tiene mucho sentido no usarlo.
Ya, os estaréis preguntando cómo es posible que lleve más de medio año en un piso y no se me haya ocurrido usar ese bello invento que es un lavavajillas, pero es que en ese momento yo vivo con una chica con la que me llevo bien pero sin más, y con otra a la que no veo nunca. Ésta última es Abbie, la que entra a trabajar de madrugada y que hace todo lo posible para no tener que interactuar con nadie en la casa. Véase, se espera a que yo me vaya de la cocina para entrar ella. Esas cosas.
Pues bien, en un piso en el que nadie habla con nadie, una actividad tan sencilla como poner un lavavajillas puede desatar el caos. Los lavavajillas para funcionar necesitan a partes iguales electricidad y comunicación entre sus usuarios.
Quiero decir, si no hay un poco de organización lo que acaba pasando es que siempre se come la misma el marrón de vaciarlo, que alguien habrá que no aclare los platos antes de meterlos y atasque el cacharro de marras, que varios compren cápsulas de jabón y aparezcan allí trescientas de golpe, etc. De ahí que no hubiera hecho mucho hincapié en explotar su existencia.
Pero el caso es que, en uno de estos días en los que cocino y tengo ochenta utensilios para fregar, decido que estarme tres horas lavando cazuelas no me parece la manera óptima de pasar la tarde, así que opto por coger una de las pastillas de detergente que hay por ahí acumulada en un armario de la cocina y abro el lavavajillas.
 A que sabéis lo que viene ahora.
Venga, que sí. Ya sé que suena increíblemente repugnante, pero estáis imaginando bien.
Efectivamente.
El lavavajillas está lleno de platos sucios.
Antes de nada, recordemos el dato con el que inicié esta historia: Bonnie se fue del piso hace ocho meses.
Ahora estaréis pensando que, qué cosas tengo, ésa no ha sido Bonnie; ésas son mis compañeras de piso, que llevan medio año sin fregar a mano y simplemente yo no me he enterado. Así que os voy a explicar por qué sé que esto es obra de esta chica:
1) Una vez me he recuperado del shock inicial, cojo el móvil y mando un mensaje al grupo que tengo con mis dos compañeras (la falta de comunicación es tal que incluso estando todo el mundo en casa nos escribimos por whatsapp), preguntando si alguien está utilizando el lavavajillas. Las dos candidatas me dicen que ellas no han usado eso en la vida.
2) Pienso que a lo mejor esto viene, oh dios mío, de la inquilina anterior a mí. Durante un rato dejo que el desasosiego se apodere de mí mientras calculo los meses o los años que puede llevar eso ahí. Pero entonces, tras reunir valor suficiente, abro la puerta y me asomo para echar un vistazo al mencionado cúmulo de platos sucios, lo que me permite visualizar una tabla de cortar súper específica que recuerdo haber visto usar mil veces a mi horrenda excompañera de piso.
Ojalá pena de cárcel para este tipo de persona.
Esta situación tiene tela, porque cuando me mudé recuerdo específicamente preguntarle a este híbrido entre humano y pieza de ganado acerca del lavavajillas, y de forma igualmente nítida recuerdo cómo me contestó "ah, sí; aquí el lavavajillas no lo usa nadie nunca, pero si quieres utilizarlo, adelante".
Así que este ser sabía perfectérrimamente que en esa casa, a menos que ella nos lo advirtiera, esa caja mágica que friega cosas no se iba a abrir jamás. Y aún así decidió meter toda su basura dentro, no decir nada al respecto y huir de la casa para siempre.
Qué.
Asco.
De mujer.
Muchos de esos platos fueron a la basura porque no me atrevía a usarlos, pero la historia tiene final feliz y ahora utilizamos el lavavajillas en casa de manera habitual y con sólo una pequeña reminiscencia de este traumático episodio.
De vez en cuando les pongo velitas a los dioses de la limpieza para que no se lleven a mis dos actuales y muy higiénicos compañeros de piso. Me los merezco, ya he sufrido bastante.

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