Revista Cine

Born

Publicado el 19 noviembre 2014 por Apetececine

Por Dani Arrébola 

Un coñazo de los que hacen época

Músico, escritor, vídeo-artista, documentalista y por supuesto cineasta, son las diversas funciones que corren y salpican por la sangre del polifacético Claudio Zulián que, a pesar de ser italiano, trabaja a caballo entre Francia y España. Con su documental A través del Carmel (2009), Zulián ya dejó bien clarito a todos que posee madera y traza de autor, rodando su trabajo en un solo e imponente plano secuencia con steadycam -o “cámara al hombro” para los de lenguaje puritano- con tal de intentar sumergir al espectador en los pensamientos más profundos de los habitantes de ese célebre barrio barcelonés. Ahora, el heterogéneo director deja la carretera comarcal para meterse de lleno en el duro asfalto de la autopista del largometraje donde se atreve, nada más y nada menos, con todo un “dramón” de época, sitiado en el que fuera otro histórico barrio de la ciudad condal y que, de propina, le sirve también como título: Born.

BORN
La cinta nos sitúa a principios de siglo XVIII, años en que Barcelona sumida en la Guerra de Sucesión (que no de secesión), sufre el asedio incesante de metralla disparada entre el bando borbónico, capitaneado por Felipe V, y el bando austracista, abanderado por el archiduque Carlos. En este contexto y en pleno barrio del Born, la película se centra en la actividad de tres personajes reales: el calderero Bonaventura (Marc Martínez), su hermana Marianna (Vicky Luengo) y el rico droguero y amante de esta última, Vicenç Duran  (Josep Julien) .

Pero poco importa el contenido de la trama y lo que vaya pasando en esta, cuando la piel que la cubre te deja el cuerpo alicaído, y sí, alicaído para mal. El que escribe estas líneas es catalán, cierto que un catalán sin apellidos que lo certifiquen y con poca sangre roja y dorada -por no decir ninguna si se atiende al inmediato árbol genealógico- pero por nacer y vivir en Cataluña me siento y me debo sentir catalán y, como tal, me irrita y me cabrea que en las diez mil películas que intentan sumergirse en el corazón de todo aquello que es “de la terra”, los realizadores y demás artistas se empeñen en configurar de forma sempiterna una imagen identitaria de amargura, tristeza y victimismo. No. Así serán algunos catalanes, pero no todos (al menos no la mayoría de los que yo conozco).  No hay derecho que la memoria audiovisual de lo “catalán” -y pido perdón por mi patológica reiteración del término- se olvide de contar las historias con algo más de gracia, de chispa o de alegría que también, aunque no abunde como en el sur ibérico, en estos lares se tiene.

BORN
Y dejada bien clara esa denuncia parrafal, de la película se puede extraer poco… o nada bueno. Born resulta un constante quiero pero no puedo como reguero de intenciones perdidas que se evaporan por ese siglo XVIII lleno de intenciones tan virulentas como aromáticas. No se huele el “tabac” que tanto quiere monopolizar el personaje fanfarrón de Vicenç Durán, pero es que ni siquiera olemos todo lo demás ni nos importa finalmente inmiscuirnos en los problemas pasionales que afectan a ese terceto protagonista dentro del fuego cruzado de pólvora y palabras. Los actores parecen interpretar con la amenaza de tener una pistola en sus sienes cada vez que pronuncian algún vocablo, soltados por cierto con un acento colmado de dopamina catalana. Con tanta bomba, tanto aroma y tan fallido recargolament artístico, fácilmente caerás desubicado mientras miras el reloj con la esperanza de volver a nuestro siglo e intentar olvidarte de este auténtico coñazo de los que hacen época.

Más allá de algún curioso historiador interesado en los vicios audiovisuales que adoptan las páginas de crónicas, jamás se me pasaría por la cabeza recomendar a alguien este Born. Un producto fallido que huele a carne de descenso directo a tercera regional.


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