Revista Cultura y Ocio

Brujas – @GraceKlimt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Canta un gallo.
Amanece en el pueblo, empieza el día.

Ella agita la cabeza, y a cámara lenta, como si cada movimiento le costase todo el esfuerzo del mundo, se levanta del sucio jergón que hay en uno de los extremos de la mazmorra, se acerca a la pequeña ventana que no mide más de un palmo de alto por dos de ancho, y agarrándose a los barrotes, mira al exterior. Haciendo un enorme esfuerzo, ya que la ventana, que en el interior está a la altura de los ojos de un hombre adulto, en el exterior queda a ras de suelo, consigue ver que el cielo amenaza lluvia, y eso la hace soltar una carcajada que roza por un instante la locura.

Todo a su alrededor tiene ese aspecto sucio y húmedo que hace que el frío se meta hasta los huesos. La mugre sube desde el suelo por toda la pared de una celda que apenas deja que pueda dar pequeños pasos durante el día. El olor es casi insoportable. Una mezcla de excrementos de caballo y restos de comida repartidos a partes iguales. Un poco de aire limpio entra de vez en cuando justo en el momento en que el vigilante trae el menú diario.

Ha perdido la cuenta de los días y las noches que lleva encerrada, a veces incluso le falla la memoria y ni siquiera recuerda que hace ahí.
Entonces, la realidad golpea sin piedad y se amontonan recuerdos desordenados ahogándola hasta casi asfixiarla, su vecina señalándola aquella mañana que volvía del bosque de recoger raíces y plantas, las preguntas en el juicio, los carceleros arrastrándola a la torre, las acusaciones absurdas, las amenazas de tortura, la prueba final del agua en aquel pozo helador, si te hundes eres inocente, pero ella chapoteaba para no ahogarse, el frío, siempre el frío, y la sentencia final.
Arderás al atardecer de la tercera luna llena.

Aún quedan unos días para eso y ahora solo intenta recopilar escenas y entender cómo ha podido acabar así. Todo empezó con aquel libro dorado, apenas visible en una biblioteca llena de polvo y telarañas. Títulos de hechizos y trucos de magia. Recetas de druidas y cartas de tarot marcando páginas sin ningún orden aparente. Un grito le devuelve a la mugre. Viene de la calle. Una voz de niña en un idioma que hacía años que no oía.

Vuelve a centrar la mirada en el exterior, ahora en el suelo polvoriento. Hay un par de chicos lanzando piedras a un gato sarnoso, y no puede evitar imaginarlos insultando, escupiendo y apedreando el carro que la llevará camino del fuego. Y la ve. Es menuda, blanca como la nieve y con el pelo rojo enmarañado. Corre hacia los chicos gritando maldiciones que ellos no entienden, pero en lugar de burlarse de ella, huyen despavoridos. Entonces, la pequeña se gira, y clava su mirada a ras de suelo, en sus ojos, le susurra algo que no logra descifrar, sonríe, y desaparece por donde ha venido, dejando el lugar desierto.
-Pequeña, no te vayas, por favor- susurra con una voz apenas perceptible. Ya es demasiado tarde. La niña corre calle abajo.

Pensativa, de repente, recuerda aquella mañana en el pequeño caserío. Rodeado de montañas que impedían que llegasen los vientos del norte. Esa mañana ella también corría tras un gato, pero mucho más gordo y peludo. El de Miss Florence. Una señora que vivía allí desde siempre.
Llegó hasta el quicio de su puerta y permaneció callada mirando aquella olla grande, de cobre, consumida por el fuego mientras esa mujer desaliñada echaba ramas y polvos a su interior.

Ojalá ser todo eso que dicen. Salir de aquí convertida en lobo, mientras me espera un macho cabrío en la puerta, o a lomos de alguna escoba, hechizando a todos estos aldeanos ignorantes, temerosos, provocando el terror y la desesperación a quienes me han acusado sin más.
Ojalá ser algo más que una extraña que un día apareció desmayada en las puertas del pueblo, sola, abandonada, sin pasado ni recuerdos.

Cientos de personas pasando, de largo. Era el día Grande del pueblo cercano a la aldea. Siempre había querido ir, desde pequeña, mezclarse con la gente y comprar todo tipo de cosas que le habían contado que los mercaderes vendían. Ya estaba en la entrada de la muralla y como otras veces en la vida, se había quedado a las puertas. Siempre queriendo ser, deseando.
-Levántese señora – dijo un chico que no tendría más de 16 años. Iba vestido con un traje remendado de cuero de varios colores. Le acompañaba una niña con un gato en los brazos…

De pronto se hace la luz en su memoria, por años aletargada.
El idioma de la pequeña cobra sentido, mientras la avalancha de recuerdos de toda su vida pasada vuelve a ella como un huracán.
Ríe aliviada, hay salvación.

-Soy Adele, ¿me recuerdas? Miss Florence pide que no te asustes. Al fin te hemos encontrado. Antes de la tercera luna llena vendremos a por ti. Tú, y yo, y otras muchas, seguiremos adelante. “Somos las hijas de las brujas que no pudieron quemar.”-

[Pequeño relato improvisado a cuatro manos con @DdacunhaFdez, porque el placer compartido, mola más]

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