Revista Cine

Buen Trabajo

Publicado el 21 abril 2010 por Diezmartinez
Buen Trabajo
Dice un lugar común que hay algunas películas que justifican su realización por un solo momento, por una sola escena. Si esto es cierto, creo que la secuencia que justifica la existencia de Buen Trabajo (Beau Travail, Francia, 1999) está en su abierto desenlace excéntrico: el desaforado baile solitario del sargento Galoup (inolvidable Denis Lavant) a ritmo de "The Rhythm of the Night", de Coronia.
He visto el sexto largometraje de Claire Denis en tres ocasiones desde el momento de su estreno en México, a inicios de 2002. Y a cada nueva revisión el final parece menos enigmático: de hecho, resulta el punto final más justo para un personaje que, sin solicitarlo en ningún momento, se gana, si no nuestra simpatía, por lo menos sí nuestra comprensión.
Sobre la novela corta -¿o cuento largo?- Billy Budd, Marinero, de Herman Melville, el guión escrito por de Jean-Pol Fargeau y la propia cineasta Denis nos ubica en un campamento de la Legión Extranjera, en el Djibouti contemporáneo. En el relato de Melville, en contraste, estamos a inicios del siglo XIX, en un barco de la Armada británica. Billy Budd, "el marinero bonito", entra a servir como gaviero bajo la severa mirada del maestro de armas Claggart y la protección del justo y aristocrático capitán Vere. Denis ha retomado este triángulo viril y lo han trasladado a tierras africanas: Billy Budd es el joven soldado Gilles Sentain (Gregoire Colin), Claggart es el correoso sargento Galoup, y el capitán Vere es Bruno Forestier (Michel Subor), el sereno comandante de la Sección XIII de la Legión Extranjera.
¿Qué tienen Claggart contra Billy Budd y Galoup contra Sentain? En Billy Budd, Marinero, más allá de la obvia alegoría cristiana, Melville nos deja entrever que el patológico aborrecimiento de Claggart por su inofensivo subalterno tiene raíces muy profundas, acaso inconfesables: el maestro de armas seguía a Billy "con una inquieta expresión meditativa y melancólica... con los ojos cargados de incipientes lágrimas febriles... a veces la expresión melancólica tenía en sí un toque de suave anhelo, como si Claggart hubiera podido incluso querer a Billy de no ser por el hado y el destino. Pero esto era algo fugaz, y, por decirlo así, se arrepentía de ella con una mirada inexorable...". Dicho de otra manera: Claggart aborrece a Billy porque si no lo hace, puede quererlo. Al odiarlo, trata de matar lo que hay de Billy en sí mismo. No es nada extraño que esta novela de Melville haya provocado tantas interpretaciones homoeróticas: de hecho, la ópera homónima de Benjamin Britten basada en el libro -cuyos fragmentos musicales, por cierto, escuchamos en algunos momentos de Buen Trabajo- hacen más explícita la atracción que siente el seco maestro de armas por el angelical gaviero.
En Buen Trabajo, entonces, asistimos a los ejercicios y las rutinas que siguen religiosamente ese puñado de cuerpos jóvenes, atléticos, sudorosos. El único que parece notar a Sentain -un huérfano expósito, como Billy, su contraparte literaria- es Galoup, quien ve, impotente, como el admirado comandante Forestier alaba las virtudes castrenses del legionario recién llegado. Los celos no se dejan esperar: Galoup no puede permitir que le quiten la atención de Forestier ni, tampoco, que alguien más se fije en Sentain. La suerte está echada y para cumplir su misión, tendrá que alejar a Sentain de Forestier, aunque arriesgue todo al hacerlo.
La estructura narrativa/visual de Buen Trabajo es, en la mejor tradición de Denis, elíptica, alusiva: ni siquiera vemos cierto momento climático/heroico que será el detonador de la admiración de Forestier por Sentain. Lo que atestiguamos es el resultado de ese acontencimiento, nada más. La cámara de Agnès Godard se regodea no sólo en los cuerpos masculinos sino en la inmensidad del paisaje desértico que los rodea.
A diferencia de la mirada omnisciente que domina en Billy Budd, Marinero, en Buen Trabajo conocemos el destino de Sentain, Forestier y Galoup a través de un diario que este último está escribiendo en Marsella, a donde ha sido enviado después de los acontecimientos vistos en el filme. Lo que vemos, entonces, durante buena parte de la cinta, es la mirada reprimida/represora de Galoup. Por eso, al final -y vuelvo de nuevo al desenlace-, es justo que Galoupe se sueñe libre, bailando, saltando, moviéndose. The Rhythm of Life...

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