Revista Cultura y Ocio

Buenos vecinos

Publicado el 12 octubre 2010 por María Bertoni

Buenos vecinos

En marzo de 2004 Axel Blumberg, un joven de 23 años, logra escapar de sus secuestradores en la localidad de Moreno, en el oeste del conurbano bonaerense. Corre, grita, pide ayuda en unas diez casas, pero todos cierran sus puertas. El muchacho es recapturado y luego asesinado. Sólo una persona llama a la policía del barrio que no acude porque, presuntamente cómplice, liberó la zona.

Este asesinato origina movilizaciones masivas y renuncias de funcionarios públicos. También catapulta al padre de la víctima -Juan Carlos, un empresario que se dice ingeniero- al estrellato mediático: aparece entonces como experto en seguridad, presiona a legisladores para que voten leyes inconsistentes y hasta acepta una candidatura a gobernador de Buenos Aires.

En el frenesí justiciero de esos días, nadie reflexiona sobre el comportamiento despiadado de quienes le cerraron la puerta a Axel.

Seis años después, volvemos a enterarnos de que un adolescente de 16 años consigue escapar de sus captores que vuelven a atraparlo gracias a la indiferencia de testigos asustados. De hecho, cuando Matías Berardi corre desesperado en busca de ayuda, nadie lo auxilia ni siquiera llamando a la policía. Todos miran cómo lo meten con violencia en un auto y se lo llevan.

Igual que en el caso Blumberg, la tragedia cobra estado público. Ante cámaras y micrófonos, familiares del joven asesinado opinan sobre las mejores políticas de seguridad. Se organizan marchas; se usa el crimen para salir en la tele. Se está hastiado, harto; no se tolera más.

De nuevo, brillan por su ausencia las reflexiones sobre la falta de compromiso o la complicidad de los vecinos que son capaces de cerrarle la puerta en la cara a un chico de 16 años, de ver cómo lo llevan contra su voluntad y de justificar esa conducta con un siniestro “pensamos que era chorro”.

Es posible que nos tranquilice la idea de que éste es un enfrentamiento entre personas de bien como nosotros y seres oscuros y monstruosos con los que nada tenemos en común, y que nunca deberían salir de la cárcel.

Sin embargo, si repetimos la conducta de no auxiliar a un joven que nos pide ayuda, si no reaccionamos cuando grita que lo secuestraron y cuando vemos que lo introducen violentamente en un auto, debemos preguntarnos si nosotros, los buenos vecinos, no formamos parte del problema.

Mientras la comunicación masiva demoniza a los delincuentes (pobres, drogadictos, políticos) que nos matan a nosotros (gente de bien), podríamos evaluar el rol que juega nuestra falta de compromiso y solidaridad.

Tal vez la problemática de la seguridad personal se relacione con la mirada cínica e individualista de los medios masivos, con su profundo desprecio por la participación en los asuntos públicos. También con fenómenos sociales como la cultura del aislamiento, el miedo al diferente y la desconfianza hacia el otro.

Con similar energía a la invertida en transmitir por tele nuestro temor a que nos maten, podríamos preguntarnos por el papel que jugamos nosotros -tan despiadados, tan crueles– cuando le cerramos la puerta en la cara al semejante que nos pide ayuda.


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