Revista Cultura y Ocio

Bum, bum, bum

Publicado el 19 junio 2010 por Lorena
   Hoy les dejo un cuento tradicional. Terminado, corto; sin votaciones, sin espera.
Bum, bum, bum
Bum, bum, bum   Empezó bien temprano; cuando el sol todavía ni siquiera soñaba con salir. Bum, bum, bum. El ruido retumbaba en la pieza. Bum, bum, bum. Las paredes temblaban en la oscuridad. Bum, bum, bum.
  Mariela se despertó. Abrió los ojos. Escuchó atenta. Bum, bum, bum. Los golpes repiqueteaban por su habitación, rebotando en los rincones, extendiéndose como una enredadera.
  ¿De dónde provenían? De todas partes. Bum, bum, bum.
  Se levantó, molesta, tanteando en la oscuridad; y salió al pasillo. Desde allí se veía el balcón, y más al fondo un cielo gris de estrellas escurridizas. Bum, bum, bum.
  Mariela buscó el reloj de pared. Eran las seis. ¡Las seis de la mañana! ¿Quién osaba despertarla a esa hora? Bum, bum, bum.
  Se tapó lo oídos, cerró los ojos, y pensó. Conocía ese ruido: bum, bum, bum. ¿Qué era? ¿Qué era? Bum, bum, bum.

  Abrió los ojos otra vez, y los entornó. Se trataba de su enemigo más odiado. Sí; él, que tanto le atormentaba, que le sacaba de las casillas, que la perseguía. Apretó los labios y miró a su alrededor. Bum, bum, bum. El sonido parecía provenir desde arribar. Pero el departamento del quinto, ¿no estaba vacío?
  Aun con el sueño colgando de su espalda, se cubrió con una bata y salió. Rumbo al piso de arriba. Tocó el timbre sin pensarlo, olvidando la hora que era.
  La puerta se abrió minutos después. Un hombre desaliñado apareció frente a ella; en sus manos: el enemigo.
  Mariela frunció los labios y le echó una mirada maligna.
  —Son las seis de la mañana.
  —Lo siento, señorita. El señor me pidió…
  —Son las seis de la mañana.
  —Trato de hacer el menor ruido posible, señorita, pero…
  —¡Las seis!
  Sin esperar respuesta, Mariela tomó a su adversario entre sus manos y corrió escaleras abajo. Cerró la puerta. Cerró los ojos.
  Luego, reaccionó. Sobresaltada. Y lo tiró al piso. Cayó con un estruendo. ¡Bum!
  Mariela sonrió, sería su última palabra. Allí, en el piso, sólo era un pedacito de madera, con una cabeza cruel. Pero ya no hablaría más, ya no gritaría más.
  Mariela volvió a su cuarto, todavía en penumbras. Se acostó en una cama que seguía tibia. Se durmió.
  Todavía era temprano; ella podía seguir soñando.

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