Revista Cultura y Ocio

Burundanga en el teatro lara. madrid

Por Orlando Tunnermann

BURUNDANGATEATRO LARA. MADRIDORLANDO TÜNNERMANN. WWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
BURUNDANGA EN EL TEATRO LARA. MADRIDBURUNDANGA EN EL TEATRO LARA. MADRID(Una comedia surrealista, actores magníficos, dos terroristas muy incompetentes, el “suero de la verdad” desnudando confesiones “incómodas” y el descubrimiento de una estrella apoteósica llamada Ariana Bruguera)
El eco de las ovaciones y parabienes que ha logrado recabar “Burundanga” desde su estreno, ya va por la sexta temporada, es como un ciclón que lo barre todo a su paso. Un tifón en toda regla que ha venido en mi busca para que mi humilde silueta ocupe unabutaca en la cuarta fila del teatro Lara. El estruendo de los adjetivos y carantoñas dedicados a una función con nombre de droga “anti-volitiva” (que anula la voluntad), era de tal magnitud que mis pabellones auditivos habían quedado ya embaucados con su sintonía. El elenco sobre el escenario es en sí mismo como un planisferio cósmico, donde cada estrella tuviese un nombre cincelado, épico, grabado con polvo estelar en los anales de la historia. Una banda sonora, muy al estilo de la música gamberra que hacían en los años 80 Aerolíneas Federales y Dinamita pa los pollos, entona sin descanso el mantra central de la función: Burundanga.
Actores sobradamente conocidos que son como los pilares de una catedral que hubiese sobrevivido a incendios y diluvios sin una sola grieta o mácula en su piel bruñida. Con semejante material asfaltando el camino es casi imposible imaginar tropiezos. Antonio Hortelano (Manel) se mueve con soltura y no falla, rescatando de sus alforjas biográficas un bagaje profesional acostumbrado a satisfacer las expectativas de los críticos más inclementes. Me convence nuevamente en esta inusitada versión antagonista del típico etarra sin escrúpulos que primero dispara y después pregunta tu nombre. No es el caso, como digo. Hortelano interpreta a un pacato activista de la extinguida banda criminal que se maneja en tales contiendas con la misma pericia con que un pingüino tocaría un bajo o el saxofón. Convertido en un zote (zoquete) redomado, el guerrillero vasco inspira tanto temor como una paloma de la paz. Prácticamente convertido en un ignorante de muy pocas luces, al final acabas preguntándote cómo es posible que recuerde su propio nombre. La cosa adquiere matices de vodevil surrealista divertidísimo cuando el burundanga anula su juicio, transmutándole en una irrisoria marioneta sin voluntad, cuyo menoscabado universo neuronal sólo puede reproducir un lenguaje casi robótico de verdades como puños que manan de su boca a “brochazos” de franqueza infantil. El inconcebible etarra es un pusilánime de pasado “Don Juanesco”; una especie de semilla fecundadora humana que va plantando su simiente por todo el continente. Antonio Hortelano borda el papel y desde la butaca agradeces el derroche de comicidad que aporta a su personaje. Manel tiene un acólito,( Gorka), también “muy avispado” (ironía, por supuesto), en cuestiones de imponer respeto y miedo como “sanguinario” revolucionario que debiera estar acostumbrado a las pistolas, los zulos y el impuesto revolucionario, con secuestro y extorsión incluidos. Pero el alma de cordero inocente de Gorka tiene tanto de terrorista como Santa Teresa de Jesus de bailarina rijosa (lasciva) de algún tugurio de carretera. Gorka, interpretado por el magistral actor César Camino, parece más fogueado (experto) con los fogones que las pistolas que anda dejando por ahí desatendidas, amén de un reo que se le escapa y a quien convierte en su mejor amigo, con derecho a masajes y achuchones. Los relinchos y acrobacias de Gorka sobre un sillón muy baqueteado (vapuleado) cuando el burundanga penetra en su organismo son de una hilaridad impagable, digna de manual de humor absurdo tronchante.
Eloy Arenas (Jaime) es el báculo (bastón) donde reposa toda la sabiduría acumulada sobre los escenarios. Eloy es el templo donde oran los actores, es el mesías que conoce todas las respuestas, la fuente de la que manan los actores más bisoños (aprendices). Brillante y divertido como siempre, acabará de asesor terrorista de los dos inútiles etarras, que andan más perdidos que una ballena en un desierto mongol. Me encanta (y no revelaré más detalles sobre este particular) el momento “bolsa para pagar rescate”.
Las interpretaciones masculinas no tienen tacha pero en este punto laudatorio (elogioso) inciden y reclaman su trono áureo como cumbres andinas dos actrices capaces de ensombrecer a los actores más sobresalientes. Ruth Núñez (Berta) es la arteria principal de todo elenco, un canal mayestático por el que fluyen las ovaciones más portentosas, porque Ruth se atreve con todo y todo lo hace magistral. Ruth es camaleónica, una actriz e aplomo y coraje, pese a la fragilidad aparente de su singular voz aflautada que parece diseñada para narraciones infantiles. De ella lo esperaba todo y me dio mucho más. Pero este escribano que subscribe estas palabras está desconcertado, pues no estaba preparado para asimilar la sorpresiva aparición de un meteoro fulgurante de nombre Ariana Bruguera (Silvia). Una beldad (bellezón) de vikinga melena dorada y curvilínea figura a quien yo, precipitadamente, había etiquetado como “elemento decorativo” subalterno. Mis disculpas Señorita Bruguera. Un rostro que yo no lograba adosar a ninguna huella televisiva o escénica, cuyo nombre me sonaba tan ignoto (desconocido) como la flora autóctona de la isla Mauricio. Todo expresividad, sicalíptica (provocadora), teje con maestría sus registros interpretativos de tal manera que la propia Ruth ahora se me antoja recatada y opacada (oculta) tras el resplandor de Ariana, que parece un animal voraz ávido de un festín pantagruélico (muy abundante) para sí misma. Ariana es codiciosa y reclama todas las miradas, demandando un púlpito en ese escenario de rostros afamados que ya no necesitan demostrar nada, que están ahí por méritos propios, por derecho y justicia universal. Había un “escaño” vacante, pero después de ver esta maravillosa función ya sé que nombre escribirán en una placa dorada: ARIANA BRUGUERA.

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