Revista Cine

Caballeros de la prensa: El cuarto poder (Deadline USA, Richard Brooks, 1952)

Publicado el 07 mayo 2018 por 39escalones

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Que una película de 1952 cuente tantas cosas y aborde en profundidad tantos temas en apenas una hora y veinticuatro minutos de metraje, con un guion tan rico en personajes, situaciones y diálogos, y con un trasfondo tan plagado de referencias e implicaciones de todo tipo debería dar que pensar a productores, directores, guionistas y espectadores de hoy. Que una película de 1952 sea capaz de diseccionar con tanta lucidez y contundencia cuáles son los males y las penas del ejercicio de la profesión periodística y revele tan a las claras cuáles son las carencias que acusa bien entrado el siglo XXI debería ser motivo de reflexión inaplazable para periodistas, dirigentes y dueños de los medios de comunicación y oyentes, espectadores y, sobre todo, lectores de prensa escrita. Que una película mantenga su vigencia hasta este punto indica el grado de riqueza y de excelencia al que llegó el cine clásico de Hollywood, tanto como manifiesta las causas de su imparable decadencia, de su bochornosa infantilización. Esta obra de Richard Brooks, sin tratarse, sin duda, de una obra maestra, adquiere la condición de película imperecedera, de relato imprescindible, de lugar al que volver para encontrar las claves y los principios que en la sociedad vertiginosa del no conocimiento insistimos por olvidar a diario.

Ed Hutcheson (Humphrey Bogart), editor de un importante periódico de Nueva York, “The Day”, es un epicentro de actividad. No solo debe preocuparse de mantener la línea editorial del periódico y su compromiso con la libertad de información (“veraz”, dice nuestra Constitución, extremo que siempre tiende a olvidarse cuando se reivindica) y con la lealtad a sus lectores. Debe supervisar la calidad del trabajo de sus subalternos, velar para que cumplen a rajatabla el código deontológico de la profesión y los valores éticos del periódico, pero también debe evitar perder de vista los balances de pérdidas y ganancias, las cuentas de resultados, los ingresos percibidos gracias a los anunciantes, los datos de suscripciones y cancelaciones, en suma, el estado financiero del periódico. Cualquier desequilibrio en cualquiera de estas dos vertientes conlleva el desequilibrio general, y eso significa abrir la puerta a condicionantes, influencias, peligros y zozobras que terminan por afectar en última instancia no solo al periódico como empresa, sino a su calidad, es decir, a su libertad, y, por extensión, al estado del periodismo, lo que quiere decir al estado de la democracia. Algo tan básico, y tan ignorado hoy en día, es el punto de partida de esta sensacional película de Richard Brooks: la muerte del gran magnate, de quien hizo de “The Day” su razón de ser y vivir, abre la puerta a cambios en el accionariado o a ventas a otras cabeceras competidoras, únicamente a causa de los intereses pecuniarios de las herederas legales, la esposa (Ethel Barrymore) y las hijas (Fay Baker y Joyce Mackenzie). Un periódico que desaparece bajo el ala de otro periódico, de otro grupo de comunicación que lo compra para desmantelarlo, para acabar con la competencia, para dar otro paso hacia el oligopolio, es decir, hacia la reducción del espacio para el pensamiento libre y diverso. En estas circunstancias, Hutcheson sabe que lo único que puede salvar al periódico es la conservación de la dignidad, hacer su trabajo mejor que nunca, hasta el último minuto y las últimas consecuencias, porque un periódico solo es un periódico de verdad y un negocio rentable si es excelente en su trabajo, que no es otro que proporcionar un servicio a la democracia contando lo que ocurre. Desde su propia perspectiva, pero nunca silenciando los hechos. Hutcheson encuentra la oportunidad en la investigación a contrarreloj de los turbios negocios de un oscuro mafioso, Tomas Rienzi (Martin Gabel), y en el caso del asesinato de una mujer anónima cuyo cadáver, desnudo y envuelto en un abrigo de pieles, ha sido encontrado en el Hudson.

La absorbente trama es un thriller con tres vías de intriga y suspense: la primera, la empresarial, las difíciles maniobras de Hutcheson entre las herederas del periódico y su nuevo dueño para lograr la supervivencia de la cabecera e impedir el despido de los trabajadores; la segunda, la indagación periodística sobre las oscuras actividades de Rienzi, el hallazgo por parte del reportero Harry Thompson (Paul Stewart) de un confidente (Joe De Santis) dispuesto a hablar de una importante cantidad de dinero negro que el mafioso ha ocultado; tercera, la investigación, del caso de la mujer asesinada, y que lleva a una sorprendente conclusión sobre su identidad y su ignorado protagonismo en la investigación que desarrolla Thompson. Las piezas van encajando, la verdad se revela, y el periódico ve puesta en riesgo su existencia doblemente, en primer lugar por el juez que debe decidir las reclamaciones interpuestas contra su venta, y además por el propio Rienzi, que amenaza físicamente la vida de quienes pueden dar a “The Day” su último hálito de vida, la publicación de la verdad descubierta sobre sus verdaderas actividades. La puesta en marcha de las rotativas, el momento climático de la cinta, es de una épica muy pocas veces vista puesta al servicio de una operación técnica cotidiana, en apariencia sin importancia, se diría que banal.

Donde la película flaquea es en el necesario complemento romántico a la historia, la subtrama folletinesca que acepta y explota las líneas básicas del cliché del cine de periodismo: la exmujer (Kim Hunter) de Hutcheson, que lo abandonó porque él insistía en estar más casado con el periodismo que con ella, pero que conserva por él un afecto sincero, tal vez un amor larvado, que la lleva a comprenderle, a aceptarlo como él, o incluso a plantearse rechazar al publicista que la corteja y retomar su relación con Hutcheson. Tratada de manera convencional y previsible, es quizá el ingrediente más débil de un guion en otros aspectos sobresaliente, completado por personajes y situaciones impagables como Ed Begley, que llega a las manos con un compañero “desleal”, que se ha buscado un empleo en otro periódico para cuando “The Day” desaparezca, y, sobre todo, Mrs. Williebrandt (Audey Christie), que en la “fiesta” de defunción del periódico realiza un breve resumen de su carrera periodística que es todo un emocionado tributo a la profesión, al tiempo que un romántico toque de atención al papel que el periodismo libre y de servicio público desempeña en el sistema democrático y en la preservación de sus libertades, y que no debemos frivolizar ni mucho menos olvidar, ni tampoco permitir que lo hagan quienes ejercen o sirven a una de las profesiones más hermosas del mundo.


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