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Café Solo. Han pasado 30 años…

Por Uncafelitoalasonce

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Solo café

Unos granos de café solo

La vamos a llamar Patricia. Siempre viene despeinada. Es alta para su edad. Más bien gordita. Es guapa de cara. Va a clase de mi hija. Su padre parece que pega a su madre. Su madre casi nunca viene a las reuniones de padres. Su padre tampoco. Tiene un futuro negro y solo tiene 6 años.

¿De verdad que no podemos hacer nada más como sociedad para ayudar a niños como estos? En su clase son casi 25 niños. Como es lógico no hay tiempo para poner una dedicación espacial en Patricia. Y se nota. Le cuesta escribir su propio nombre, cuando a los demás niños no.

Cuando pienso en ella, no puedo dejar de recordar otro caso de mi infancia. Mismas circunstancias que seguramente lleven a los mismos resultados. Nuestro fracaso como sociedad para garantizar realmente la igualdad de oportunidades.

Cuando era pequeño, tenía en clase a una compañera que se llamaba Esther, Esther Pérez. Esther tuvo una malformación congénita que le dejó con una  nariz bastante fea. Como no podía ser de otra forma, todo el mundo en el barrio la conocíamos como la “nariz pocha”. ¡Qué originales!

Esther iba mal en el cole pero no por su nariz, sino porque su familia es de esas que ahora llamamos “desestructuradas”. Pero vamos a llamar a las cosas por su nombre, su madre era puta, y nadie vio nunca a su padre. Creo que la criaba la abuela. Esther JAMÁS tuvo la más mínima ayuda especial en el colegio. No había un psicólogo, orientador, educador, que la pudiera ayudar. La técnica en aquella época, y creo que ahora también, era poner a los “tontos” sentados con los “listos”. Por supuesto, nunca daba resultado, el tonto se aburría, y el listo se quejaba.

Al final esta historia siempre ha acabado igual. Con el tiempo, el tonto acababa dando tumbos de colegio en colegio hasta que alguien le aprobaba la EGB o ni eso.

A Esther la perdí la pista durante algún tiempo. Un día apareció en la plaza de Quintana pidiendo con voz de Yonki unos eurillos. “Ehhhh, Aitorrrr, dame algo”. Alguna vez le daba. La mayoría de las veces no. Creo que tuvo un hijo o hija con apenas 18 años.  Aunque durante muchos años nos decía que la iban a operar de la nariz, yo siempre la vi con la nariz pocha. A estas alturas, supongo que estará muerta, porque tenía SIDA, o eso se rumoreaba. El caso es que ya no la he vuelto a ver.

Uno siempre está imaginando universos paralelos. Universos donde las cosas son mejores y los problemas más simples tienen solución. En el caso de Esther su universo paralelo podría haber sido este. ¡Qué digo, debería haber sido este!

El colegio, como institución educativa y con la evidente labor social de hacer mejores personas, debería haber tomado a Esther como alguien MUY especial, alguien que necesitaba todo el apoyo del mundo. Se podría haber dedicado una psicóloga, y una profesora de refuerzo que ayudaran a Esther a cambiar la dinámica de su vida. Se podría haber hablado con su madre, para que confiara en las educadoras. Se podría haber motivado a Esther a ser bailarina, porque Esther quería ser bailarina y recuerdo que destacaba mucho en deportes. Era de las mejores chicas en eso. Se podría haber hecho mucho más por Esther. Nunca hubiéramos tenido la garantía de que hubiera cambiado, pero eso nunca lo sabremos.

Nunca hubiéramos sabido el ROI de Esther. Sí el ROI, el famoso “Retorno de la Inversión”. Porque la realidad es que Esther, con casi toda seguridad, fue mucho más costosa para la sociedad por el hecho de no haberla ayudado. Ya sé que es feo, y que habría que haberla ayudado porque es persona y nada más. Pero pongamos las cosas, para que algunos que solo valoran lo económico, lo entiendan. ¿Cuánto le costó a la sociedad que Esther fuera toxicómana, prostituta, posiblemente ladrona, madre soltera joven y que además, cogiera el SIDA?

¿No hubiera sido mejor haber dedicado unos miles de euros (pesetas por aquel entonces) a intentar que Esther fuera bailarina, sana, mujer, madre, amante, que pagara impuestos, que hiciera felices a aquellas personas que fueran a verla bailar? ¿Quizá todo hubiera empezado con una simple operación de cirugía estética, pagada por todos, para que empezara a recuperar la autoestima, para que todo un barrio la dejara de conocer como “la nariz pocha”?

Pero ahora mismo no dejo de pensar en Patricia. Han pasado 30 años y la mayoría de los colegios sigue sin contar con educadores sociales, psicólogos, clases de refuerzo reales, que eviten que casos como el de Esther nos remuevan la conciencia. Y han pasado 30 años y seguimos igual.

photo by: anieto2k

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