Cambiar es una necesidad

Nadie quiere cambiarse a sí mismo. Eso no. Pero cambiar la Humanidad. O al menos la Sociedad en la que se vive, eso sí que lo han querido muchísimos a lo largo de los siglos de existencia de ese llamado Homo Sapiens Sapiens. Y la mayoría de ellos, que no todos, se dieron cuenta casi a poco de intentar sus hazaña de cambiar a la Sociedad, que antes deberían cambiar ellos mismos su propia actitud hacia ella. Especulan con que  la mayoría de los savants  estén relacionados de alguna forma con el autismo en sus distintos grados, con el aspergen, o con la propia timidez. Pero ellos no cambiaron la Humanidad, exceptos algunos (de Newton decían que era muy rarito y de torpe sociabilidad, y de Darwin, o de Lewis Carrol, de Kant, o...) que pudieron esconder, o al menos disimular o hacer pasar por excentricidades, sus torpezas en el ámbito de las relaciones sociales. La genialidad tiene un precio y parece que está en contra de la frivolidad del besamano. La Humanidad la cambiaron aquellos que entendieron que debían conocerse antes a sí mismos para comprender cómo funciona el mecanismo social. Después, si no hay talento, lo buscas y lo contratas. Le pagas bien. O no, esa mezquindad existe. Y empieza a comerciar con el talento de otros en busca de tus propias ideas. Los que cambiaron las reglas sociales fueron los que se enfrentaron a ellas con sus propias armas. Si hubo un tiempo en el que las mujeres seleccionaban a los hombres más fuertes para preservar la especie (hace unos millones de años), pronto (también en millones de años) cambiaron su elección por los más inteligentes. Las destrezas para hacer planes de futuro eran más valiosas para la superviviencia que la fuerza bruta, pues más dura es la caída para aquél que pretende ser lo que por su inteligencia no le corresponde. Siempre habrá alguien más fuerte que tú, o no hace falta siquiera eso, sino tan sólo ser más listo.