Revista Cultura y Ocio

Canciones 14 y 15 del ‘Cántico Espiritual’

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Canciones 14 y 15 del ‘Cántico Espiritual’Hace un tiempo, publicábamos en este blog un comentario a las trece primeras canciones del Cántico Espiritual, de la mano de Anna Seguí, ocd. Ahora, nos ofrece su particular lectura de las canciones 14 y 15 de esta obra sanjuanista.

Anna Seguí, ocd Puçol

CANCIÓN 14 

Mi Amado las montañas
los valles solitarios amorosos
las ínsulas extrañas
los ríos sonorosos
el silbo de los aires amorosos.

En la canción 13 se ha producido un cambio decisivo. El alma ha sido tocada en amor y lanzada a vuelo enamorante. El Esposo ya asoma y alegra, cumple y llena todas las ansias gemidas y las búsquedas sufridas de la amada. Con este asomo y deseo cumplido, se produce la paz y serenidad, el descanso recogido “en el arca de su caridad y amor”. 

La comunicación con el Amado ya no es gemido penoso, ahora ha pasado a ser “un alto estado y unión de amor” y “desposorio espiritual”. Dios no nos quiere siempre en búsqueda penosa, porque Él está más ansioso que nosotros por darse a conocer y “comunicar al alma grandes cosas de sí, hermoseándola de grandeza y majestad, y arreándola de dones y virtudes, y vistiéndola de conocimiento y honra de Dios”. Ha comenzado el tiempo de lucir alegremente la bondad y belleza de haber sido creados “a imagen y semejanza” de Dios. La semejanza con Dios es la gran dignidad humana.

El tiempo de búsqueda fue una experiencia agotadora, pero ahora, la amada saborea “un estado de paz y deleite y de suavidad de amor” que la relaja porque posee libertad. La amada se siente engrandecida y fortalecida para “contar y cantar las grandezas de su Amado, las cuales conoce y goza en él por la dicha unión y desposorio”. Ya nada será como antes, donde todo eran “cosas de penas y ansias”. Por fin, la amada se siente envuelta de “dulce y pacífico amor con su Amado, porque ya en este estado todo aquello fenece”, ya es tiempo de señorear y disfrutar amor correspondido. Ya es tiempo de gozar a Dios y a los hermanos, porque amor, comunión y comunicación van juntos. Donde se da encuentro con Dios, se da encuentro con los hermanos.

Juan de la Cruz fundamenta la experiencia de Dios en la Escritura. En estas canciones 14 y 15, se deja ilustrar por el texto del Génesis, comparando el arca de Noé con “el pecho de Dios” donde hay “muchas mansiones que su Majestad dijo por San Juan (14,2) que había en la casa de su Padre”. También “ve y conoce allí todos los manjares, esto es, todas las grandezas que puede gustar el alma”, y que ella cantará en las dos canciones.

En este estado en el que se va adentrando el alma, “entiende secretos e inteligencias de Dios extrañas, que es otro manjar de los que mejor le saben, y siente en Dios un terrible poder y fuerza que otro poder y fuerza priva”, y dice “gusta allí admirable suavidad y deleite de espíritu”, “sosiego y luz divina”, “siéntese llena de bienes y ajena de males”, y sobre todo “entiende y goza de inestimable refección de amor, que la confirma en amor”. En las dos canciones veremos y conoceremos algo de lo que “su Amado es en sí, y lo es para ella”. En este exceso de amor, el alma, en comunión con san Francisco, exclama: “Dios mío y todas las cosas”.

Juan de la Cruz da aviso de que, a pesar de la unión del alma con Dios, y que ya todo se mira y se ve con mirada de Dios, “todo lo que aquí se declara está en Dios eminentemente en infinita manera”; el Santo lo ilustra con palabras del evangelio: “Lo que fue hecho, en él era vida” (Jn 1,4). Esto, a nosotros se nos da a conocer en pequeñas dosis integradoras, a causa de nuestra frágil naturaleza. A pesar de que el alma “siente serle todas las cosas Dios”, “no es sino una fuerte y copiosa comunicación y vislumbre de lo que Él es en sí”, aunque en limitada manera. Es decir, mientras aquí vivimos, nuestra fe, no siendo ya del todo oscura, tampoco es plena luz, y así, seguimos caminando entre claroscuro, tanteando en la noche y vislumbrando claridades. Este es el proceso de nuestro peregrinar hacia Dios en fe oscura y segura, y alegría en el camino cuando asoma luz o presencia del Amado. La dinámica de Dios en nosotros tiene en cuenta el límite de nuestra naturaleza, que Él mismo va dilatando a fuerza de toques amorosos, para más comprensión de Dios.

Y así comienza el alma cantando y versando: “Mi amado las montañas”, por la grandeza y belleza, la altura y anchura, por sus flores, olores y colores. “Estas montañas es mi Amado para mí”. La amada se asombra y estremece ante la belleza creacional que le habla de las excelencias del Amado. 

Prosigue el canto: “Los valles solitarios nemorosos”. En medio de la naturaleza se experimenta la quietud, la soledad, la frondosidad de la vegetación, el agradable canto y recreación de las aves y especies, todo da “deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en soledad y silencio”. Y dice la amada que: “Estos valles es mi Amado para mí”, porque estima la paz y el descanso que halla en el Amado. 

“Las ínsulas extrañas”. Son tierras lejanas, rodeadas de mar, lugares extraños y solitarios “ajenas de la comunicación de los hombres”, donde se descubre lo novedoso, diferente y especial jamás visto, “que hace gran novedad y admiración a quien las ve”. Y así, Dios es comparado con las ínsulas por lo que tienen de “admirables y noticias extrañas”, que no son del común conocimiento que tenemos de Dios. “Él es excelente y particular/ en sus hechos y obras”, y lo es para todos, porque “no le pueden acabar de ver” y así, Dios, por su profunda grandeza y extrañeza “siempre les hace novedad y siempre se maravillan más”, tales son las excelencias de Dios y tanto nos excede, que por eso le llama “ínsulas extrañas”. Él nos desconcierta con su hacer maravilloso hasta el asombro y admiración. Dios, “solo para sí no es extraño ni tampoco para sí es nuevo” y siempre se nos da en novedad. Las criaturas siempre le descubrimos como novedad; y estos lugares extraños, por solitarios, también dan mucha noticia de Dios. Entonces la atención a Dios se agudiza y profundiza, algo así como adentrarnos en el misterio insondable de Dios, adhiriéndonos a su extrañeza. 

“Los ríos sonorosos”. La amada halla tres propiedades en los ríos que le afectan: 1) “Embisten y anegan”. 2) “Hinchan todos los bajos y vacíos”. 3) “Tienen tal sonido, que todo otro sonido privan y ocupan”. La amada descubre en su alma que todos sus vacíos penosos han sido llenados con estas tres propiedades de los ríos, y llama al Amado “ríos sonorosos”, porque es el efecto que siente producirse en el interior de su alma. El Amado ha pasado a ocupar todo el ser colmándolo de amor, sin dejar ningún vacío, ni soledad e insatisfacción, todo es llenura y deleite muy sabroso, de mucha “paz y gloria”. La comunicación del Amado es “un ruido y voz espiritual que es sobre todo otro sonido y voz”. Todo junto “es un henchimiento tan abundante que la hinche de bienes, y un poder que la posee”; “voz y sonido interior que viste el alma de poder y fortaleza”. Tal voz y sonido es semejante al “sonido de fuerza como de aire vehemente”. Este hecho, es comparable al fenómeno de Pentecostés, ya que viento, ruido y fuego fue oído por todos y envolvió a los que estaban reunidos de “poder y fortaleza”. El sonido o voz espiritual es un efecto en el alma que la robustece y consolida en virtud, humaniza a modo de la humanidad de Jesús. En fin, sonido y voz “es el mismo Dios que se comunica haciendo voz en el alma”. Todo es experiencia de deleite, grandeza y suavidad en el alma. Dios vive ocupado regalando a sus hijos e hijas queridos. La misericordia de Dios es regalarse en amor.

El verso finaliza con “el silbo de aires amorosos”, que “se entienden aquí las virtudes y gracias del Amado que se comunican y tocan (el alma) en la sustancia de ella”. “Y al silbo de estos aires”, toca y abre el entendimiento como “el más subido deleite que gusta el alma aquí”. Todo es fruto de la comunicación del Amado que agudiza el “sentimiento de deleite e inteligencia”. Mientras el toque del aire y el silbo se sienten en los sentidos, “el toque de las virtudes del Amado, se sienten y gozan con el tacto de esta alma”, y “en el oído del alma que es el entendimiento”. Estos toques sabrosos satisfacen con gozo espiritual a la Amada, que siente en sí cumplido el deseo de unión. Sabor y deleite se da todo en lo íntimo del alma. Todo es recibido como regalo de la gracia, y es acogido pasivamente “en el entendimiento, en que consiste la fusión”. 

El Santo hace una comparación con el profeta Elías, cuando, estando en el monte y en la boca de la cueva, sintió el silbo de aire delgado, alegando que, toda esa inteligencia y entendimiento bien puede ser llamado “silbo de aires amorosos”, que produce un conocimiento nuevo de Dios más profundo. Sin embargo, a pesar de gustar y entender, no es clara la visión, sino oscura, en fe; “es rayo de tiniebla/ rayo de imagen de fruición”, y es también “los ojos deseados”, que la condición humana no puede sufrir en el sentido, y le dice: “Apártalos Amado”, que ya vimos en la canción anterior. Esos toques amorosos, por más que se entiendan ser de Dios, hay que estar claros que “no se entiende que es ver esencialmente a Dios”. Que “A Dios nadie lo ha visto jamás”, solo el Hijo es quien lo ha visto.

CANCIÓN 15

La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora
la música callada
la soledad sonora
la cena que recrea y enamora 

“La noche sosegada”. Ya la fe oscura ha pasado a ser “noche sosegada”, asumida en quietud interior. El alma amante goza “sosiego”, “descanso” y “quietud”. En el pecho del Amado descansa en la paz, y de Él recibe “oscura inteligencia divina”, y por eso dice que su Amado es para ella “la noche sosegada”, y que la noche es ya tenue luz como “en par de los levantes de la aurora”. Es como si a la fe oscura, un velo se le hubiese desprendido, y permitiese al alma percibir “quietud de luz divina, en conocimiento de Dios”. Está el ser como “levantado a la luz divina” que llama “levantes de la aurora”, y se eleva el alma “a la luz matinal del conocimiento sobrenatural de Dios”. Se trata de ver sin acabar de ver, “como noche en par de los levantes de la aurora”. Es una inteligencia y conocimiento que “abre los ojos a la luz que no esperaba”, y pone al alma en solitario y por encima de “todas las inteligencias naturales”. Adquiere el alma una cualidad semejante a la “del pájaro solitario” y sus cinco propiedades: 1) “se pone en lo más alto”. 2) “siempre tiene el pico donde viene el aire / vuelve aquí el pico de afecto hacia donde viene el espíritu de amor, que es Dios”. 3) “Está solo y no consiente otra ave alguna junto a sí / Así el espíritu / está en soledad de todas las cosas / ni consiente en sí otra cosa que la soledad en Dios”. 4) “Canta muy suavemente”. 5) “No es de algún determinado color. Y así el espíritu perfecto / es abismo de noticia de Dios la que posee”. 

“La música callada”. La noche es ya sosiego y silencio muy gustoso. La luz se deja notar como noticia divina. El alma alcanza nueva mirada contemplativa que le permite descubrir cómo todas las cosas están “dotadas con cierta respondencia a Dios” hasta parecerle “una armonía de música subidísima”, a la que llama “música callada”, porque todo le llega con placidez, “sin ruido de voces; y así, se goza en ella la suavidad de la música y la quietud del silencio”, y dice la amada “que su Amado es esta música callada, porque en él se reconoce y gusta esta armonía de música espiritual”. Y dice ser también

“la soledad sonora”. En tanto que, si la “música es callada”, para las potencias de espirituales es “soledad muy sonora”, ya que, estando ellas purificadas y vacías de todas las cosas, “pueden recibir bien el sonido espiritual sonorosísimamente en el espíritu de la excelencia de Dios, en sí y en sus criaturas”. En Dios, las diferencias confluyen en “una concordia de amor, bien así como música”. Y aquello que cada uno ha recibido de Dios, “dar cada una su voz de testimonio de lo que es Dios, teniendo en sí a Dios según su capacidad”, y todas esas voces juntas “hacen una voz de música de grandeza de Dios”. 

“La cena que recrea y enamora”. Dice la canción que, “la cena a los amados hace recreación, hartura y amor”, “estas tres cosas causa el Amado en el alma”. La cena es momento agradable y sosegado, que “le hace sentir al alma cierto fin de males y posesión de bienes, en que se enamora de Dios”, este enamoramiento de Dios hace que ella sea consciente de esa “posesión de todos los bienes”. La cena en sí misma es “su Amado”. ¡El Amado es la comida!, “su mismo sabor y deleites que él mismo goza; los cuales, uniéndose él con el alma, se los comunica y goza ella también”. Esta unión del alma con Dios, hace que “los mismos bienes propios de Dios se hacen comunes también al alma Esposa”, “y así él mismo es para ella la cena que recrea y enamora”. Esta cena es una auténtica experiencia eucarística. Amado y amada, en la cena, se hacen Eucaristía, comunión y comunicación, se hacen comida y se “comen” mutuamente. Entiendo aquí que somos esa identidad eucarística que enamora y da vida. Así lo vemos también en la Escritura, cuando Jesús dice a la amada: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

Esta identidad eucarística nos hace celebradores a todos y todas. Va más allá de lo oficialmente establecido, lo ensancha y engrandece, lo hace posesión de todos por identidad.


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