Revista Tendencias

Capítulo 12: Bangkok, una capital que tiene su punto

Publicado el 10 septiembre 2016 por Packandclick

¿Te ha pasado alguna vez que, antes de visitar un sitio, lees cosas horribles acerca de lugar? ¿Y que te vas mentalizando que va a ser una experiencia terrible y nada te va a gustar? ¿Y que casi llegas desganado, temiendo lo peor? Y luego, resulta que llegas, ¿y no está tan mal la cosa?

Ya, pues eso me ha pasado con Bangkok. Cuando empecé a buscar información sobre la capital tailandesa, no hice más que encontrar entradas de blog con comentarios muy negativos. Que si era una ciudad peligrosa, que si estaba sucia, que si había tráfico, que si había que negociar con todo el mundo, que si tal y que si cual. ¿Es cierto lo que dicen? Completamente, pero es que todas las ciudades asiáticas que están en desarrollo son así. Caóticas. Con mucha construcción de rascacielos de por medio, pero con un sistema de saneamiento pésimo. ¿Peligrosa? Anduve con cuidado, pero como en toda ciudad que he visitado hasta la fecha.

Así que, después de todo, Bangkok no es tan diferente a las demás ciudades del sureste asiático. Y creo que puedo opinar al respecto, porque Tailandia es ya el séptimo país que visito del gran continente.

Y fíjate tú por dónde pero hasta le he encontrado "su punto" a la ciudad y todo. Y lo pongo entre comillas porque, en realidad, esta frase la he robado de una amiga.

Fue ella quien me dijo varios consejos previos antes de ir a la capital tailandesa. Ella y su novio estuvieron el año pasado, y hace unos días estuve intercambiando impresiones con ella y sí, llegamos a la conclusión de que la ciudad tiene su punto.

Que, ¿cuál es? Eso lo tendrás que descubrir tú mismo :-).

En mi caso, te puedo decir que Bangkok es una mezcla de ciudad cosmopolita, que está creciendo a una velocidad vertiginosa, con rascacielos y sky trains, y todo lo que tiene una capital moderna, pero también una ciudad con calles estrechas, laberínticas, llenas de historia.

Un poco sucia en algunos puntos, no te voy a mentir. Pero, vuelvo a lo mismo, tiene su punto.

Y sí, es agotador lo de tener que negociar hasta el oxígeno que va a respirar uno, pero la cultura en estos países es así y si no quieres que te terminen sacando hasta el riñón, es mejor aprender a negociar. Afortunadamente, tenía a mi hermano y su novia conmigo, que para eso son más avispados que yo...

Palacios, ruinas y atardeceres que enamoran

Sí, los rascacielos están muy bien, pero ya los tengo en Los Ángeles.

Me quedo con la Bangkok de su Grand Palacio. La opulencia de la monarquía de Siam, en especial de su rey Rama V, que fue el que llevó a Tailandia a la época moderna.

Tanta riqueza tiene la familia real tailandesa que dispone de un palacio para cada estación del año.

Durante nuestra estancia, nosotros pudimos visitar no sólo el que se encuentra en el corazón de la capital, sino también el que está reservado para la época estival. Precioso. De estilo completamente europeo. Parecía como si nos hubiéramos trasladado a la Viena de finales del siglo XVIII. Aunque bueno, creo que por aquel entonces no tenían carritos de golf para trasladarse por los aposentos reales, ¿no? 😉 Pero me encantó el lugar.

Me quedo también con las ruinas de Ayyuthaya. No precisamente con el Buda envuelto en raíces de árbol centenario, que sí, es conocido por un motivo. Pero las ruinas van más allá de una escultura.

Caminar por estos restos históricos, sin apenas gente, disfrutando de una arquictectura milenaria, de estilo camboyano, rodeados de naturaleza... fue como sentir que, por un momento, me llevaban a otra época donde el tiempo carecía de importancia.

De ahí, mi hermano y cuñada me dieron la sorpresa de que volvíamos a Bangkok en crucero. Y creo, que puedo decir, que he utilizado todos los medios de transporte habidos y por haber en este viaje. Sólo me queda el helicóptero, pero aún me quedan unas semanas y nunca se sabe...

Y, por último, me quedo con uno de los atardeceres más bonitos que he presenciado en el último mes y pico que llevo de viaje.

Mi hermano tuvo la idea de ir a visitar un templo que se encuentra en la cima de una montaña. Tuvimos tan mala suerte que a los cinco minutos de subir al tuk tuk comenzó a llover de forma torrencial. No exagero. Llovió durante 45 minutos, en los que intentamos guarecernos como pudimos. (¡Benditos ponchos!)

Y escampó, por fin, y decidimos continuar subiendo por el monte a pesar de ver el andamio. Jon estaba convencido de que iba a merecer la pena. Y vaya si la mereció.

En cuanto llegamos, el sol empezó a aparecer tímidamente y puesto que se trataban de los últimos rayos del día, éstos acariciaron la estupa que no estaba andamiada y así disfrutamos de un atardecer único, que no creo que olvide nunca.


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