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Capítulo 13: Singapur, la ciudad-estado que recuerda a Disneylandia

Publicado el 13 septiembre 2016 por Packandclick

Singapur. Una ciudad que, al mismo tiempo, es un estado. Una gran urbe situada sobre la línea del ecuador, en el sureste asiático, y que sin embargo, tiene un aire completamente occidental.

Singapur. ¿Cómo te describiría este lugar? No es fácil, pero ayer, mientras hablaba con una chica colombiana que reside allí, me di cuenta de que, tal y como me dijo en un momento, es una ciudad Disneylandia.

Últimamente no hago más que robar citas, a ver si me van a demandar por plagio... ;-).

Pero sí que tiene un aire a It's a Small World, la popular atracción de Disneylandia en la que, por medio de un barquito, te llevan al interior de un reloj que guarda áreas dedicadas a cada región, etnia y cultura del mundo. Singapur es algo así, pero a gran escala.

¿Y por qué digo que es una Disneylandia real? Por varios motivos.

Singapur es una ciudad-estado nueva. Es joven. Y se ve en la arquitectura del país. Todo es nuevo. Todo es moderno. Todo es más grande. Todo es mejor. O, al menos, eso es lo que pretenden trasladar. En ocasiones me llegué a preguntar si, por el contrario, estaba en Dubai, sobre todo cuando llegué a la zona peatonal de Marina Bay Sands, porque el lujo en esta área roza la ridiculez.

Llegué en metro y cuando subí a la planta superior para salir a la calle, me di de bruces con los establecimientos de Versace, Gucci, Louis Vuitton, Jimmy Choo, Louboutin... Y por un momento me sentí Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York, pero luego recordé que iba con botas de montaña y que ahí yo no pegaba ni con cola de carpintero. Pero la situación fue bastante irrisoria.

En fin, por dónde iba. Disneylandia y Singapur.

El área de Marina Bay Sands sigue ese estilo de más y mejor tan común en los Emiratos Árabes. Fotográficamente hablando, me gustó mucho esta zona, sobre todo porque una vez se ponía el sol podía disfrutar de las tomas de larga exposición. Qué delicia. Pero, a partir de ahí, Marina Bay Sands carece un poco de personalidad.

Tal vez, sería más apropiado decir que Singapur es la Disneylandia de las religiones.

Nuevamente y al tratarse de una ciudad-estado de reciente creación, la población proviene de distintos orígenes y al llegar a Singapur, trae consigo sus costumbres, su religión, su gastronomía.

En una misma calle atravesé dos iglesias católicas, una sinagoga, un templo hindú dedicado a Krishna, uno taoísta con tradiciones chinas y al cruzar, justo en una esquina, una iglesia ortodoxa armenia. Casi nada, ¿no? Pues a menos de 800 metros de todo esto también se encontraba la impresionante mezquita Sultán, que puedes ver abajo.

Ya sabes que resido en los Estados Unidos y éste es un país con mucha diversidad, pero nunca había visto tanta variedad en tan poco espacio.

Sinceramente, creo que ésta fue la parte que más me gustó de la ciudad. Y a los singapurenses también parece gustarles, porque cada vez que hablaba con alguien, fueran nativos o inmigrantes, todos destacaban lo mismo: "En Singapur, todos somos iguales. Da igual si eres budista, taoista, cristiano o musulmán, todos somos iguales." El país fue fundado bajo estos principios y los siguen bastante a rajatabla.

Eso es otra cosa que me llamó mucho la atención. Son muy estrictos con todo. Parecido a los japoneses, pero me parecieron incluso más rigurosos.

Pensé que esta rigurosidad de trasldaría al trato con los locales, pero me equivoqué.

Los singapurenses son muy agradables y cercanos. Al menos, lo fueron conmigo en todo momento.

Desde el taxista, que en cuanto vio el pasaporte que sostenía en mis manos se puso a cantar Bésame mucho. Me preguntó si sabía lo que me estaba diciendo... hasta Adrienne, una señora de 70 años (no se lo pregunté, me lo dijo ella directamente) que, mientras esperaba en el paso de zebra, me susurró al oído: "Sólo una mujer blanca sería capaz de teñirse el cabello de rosa fuscia.", al tiempo en que me indicaba la dirección en que debía mirar. No pude evitar soltar una carcajada. Tras ese comentario, se puso a hablar conmigo como si me conociera de toda la vida y caminamos un rato juntas por el centro comercial al que ambas nos dirigíamos. "No puedo creer que vayas a Starbucks", me soltó antes de despedirme. "A mí me gusta ir a la cafetería de siempre." A lo que le respondí, "lo sé, pero es que llevo casi dos meses sin tomar una taza de mi té favorito. Mi cuerpo lo pide." Se despidió con un ciao gesticulado con la mano. Muy Sexo en Nueva York nuevamente.

Singapur es una ciudad curiosa. Pequeña pero grande. No sé si algún día volveré, pero me alegro de haber hecho una breve parada antes de dirigirme a mi siguiente destino... Indonesia. ¿Vienes conmigo? Tengo un presentimiento acerca de este país...


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