Revista Diario

Capítulo VIII: Las leyes de la reflexión

Por Aletaubas

- Hola Tere.

- Sol, ¡qué cara!

- Sí, no estoy en mi mejor día.

- Raro en vos, me extraña. ¿A qué se debe?

- Tomar la decisión me está matando.


Capítulo VIII: Las leyes de la reflexión

- ¿Pero estás decidida ya?

- No. Aunque no encuentro otra salida. Además, lo estoy empezando a ver con más frecuencia, otra vez.

- ¿Te pasa a visitar por el consultorio?

- Sí. Me está haciendo el mismo juego que al principio, y yo estoy cayendo de nuevo.

- ¿Volvió a pasar algo?

- No. Ni va a pasar. No voy a cometer dos veces el mismo error. Si decido hacer algo, será después de resolver las cosas.

- ¿Qué está pasando esta vez? Lo charlamos como un tema terminado.

- Se que no va, pero me doy cuenta en mis actitudes que aún me puede. Por ejemplo, el otro día volví al consultorio a escribir la tesis del postgrado que te comenté, que sabes que tengo colgada hace meses, y bastó con un toque de timbre, para que cuelgue todo y me vaya a comer algo con él. Sabés como soy con mis cosas, yo se como soy con mis cosas, y aunque me haga la boluda, me trate de convencer de que es manejable, me diga que ya lo pude ubicar en otro plano, la verdad es que me encuentro haciendo lo mismo que hacía antes, hasta que….

- Sol, seguís cometiendo el mismo error. No querés que sea él, preferís a uno sobre el otro de manera racional, no emocional, y ese es un error. Debe haber congruencia, y si no la hay, que suele pasar, tenés que ser consciente para aceptar lo que perdés en virtud de lo que ganás. El problema es que vos querés convencerte en lugar de resignar. La verdad te duele, te pesa y querés ajustarla. Preferís acomodar la verdad a tu vida, en lugar de acomodarte vos a la verdad.

- Lo se. Y también se que no hay futuro juntos. Es sólo un enganche. Ya lo hablamos. Es todo lo que mi marido no es. Voy a terminar chocándome contra el otro extremo de la pared. Pero mientras existe, Daniel queda en segundo plano. El se da cuenta, pero no sabe como remontarla. Me está agotando con esos manotazos de ahogado. Le contesto mal o le pongo caras que no se merece, delante de los chicos, probablemente producto de que estoy en el lugar equivocado y capaz hasta con la persona equivocada. Por eso no doy más, porque lo veo inminente y me tortura lo que estoy por causar.

- Me parece que acá hay dos cosas: por un lado el peso que tiene la decisión que estés por tomar, sobre todo por la cantidad de años que llevan juntos, y por el otro, la visión trágica que tenés sobre el otro. Estás por tomar una decisión que, en apariencia, no tiene un buen horizonte delante y, sin embargo, la tomás igual. Eso significa que, de alguna manera, sabés que es lo mejor. O al menos lo intuís. Que no sea el segundo, no significa que sea el primero. Creo que eso es lo que estás empezando a aceptar, y es muy bueno.

- Te juro que no doy más…

- Tranquila, estas cosas no son fáciles. Pensá cómo estabas antes y cómo estás ahora.

- Ya se, pero no tengo la misma fuerza que antes. Además, explicame: ¿cómo hago para decirle esto a Mati y a Caro? Me rompe el alma lastimarlos. De todos modos, aún no estoy segura. Por momentos ni yo me creo que pueda llegar a toma una decisión así. ¿Será porque ya me acobardé una vez? - Seguramente. Pero me parece que antes menospreciabas más algunas decisiones o algunos sentimientos. O mejor dicho, tu omnipotencia no encontraba sus límites. Hoy las decisiones están pasando por un plano mucho más terrenal, o real.

- Ponele.

- “Ponele, ponele”… Siempre con esa respuesta. No cambiás más. Te veo más aliviada ahora... ¿Te sentís mejor?

- Sí. Gracias. ¿Te cuento una? Además de todo este mambo, ¿te dije que tengo un paciente en el que, a veces, pienso?

- ¡¿Cómo es eso?!

- Un pendejo arrogante que me que viene en plan de conquista…

- ¿Abiertamente?

- Sí, no tiene problema alguno. Es más, en la última sesión, me pidió que lo derive para invitarme a salir.

- ¿Cómo? Nunca mencionaste nada…

- Seee, es divertido. Es que no es nada relevante en realidad.

- Sí, veo… ¿Y por qué no aceptás?

- Tere, ¿más líos querés que me agregue? Además, es mi paciente, no lo estaría ayudando si hiciera eso… No se, tengo miedo de salirme de mi función. Me divierte, me hace reír pero en eso me corre de mi rol.

- ¿Cuál es su demanda de análisis? ¿Qué creés que está buscando?

- A ver, voy por orden, primero me vio en una fiesta, averiguó mis datos y se vino a hacer atender conmigo para levantarme. ¿Podés creer?

- ¿Y por qué me dijiste que te deja pensando?

- Creo que es un provocador… Se muestra armado y omnipotente. Tiene una respuesta para todo, siempre, y se me hace difícil acceder a su inconsciente, encontrar una fisura en su defensa. Mis intervenciones apuntan a vulnerarlo pero está muy resistente y su objetivo no se ha movido. Cuando vino por primera vez, supe que no estaba dispuesto a involucrarse en un análisis. Al poco tiempo lo acorralé y le dije que el tratamiento no avanzaría si él no cedía en su postura. Dejó de venir por unos meses y luego retomó, advirtiéndome que su objetivo inicial había sido levantarme pero que ahora estaba listo para comenzar una terapia. Mi error fue considerar que su verdad no tenía máscara. ¡A veces creo que me falta tanto por aprender en esta profesión, Tere! Y acá estoy ahora, con un paciente que me invita a salir y de quién me descubro hablando y pensando. Creo que mi propia omnipotencia…

- ¿Cómo?

-Ilusión de omnipotencia, claro, no pongas esa cara, ya se, siempre es una ilusión… ese es mi gran punto ciego, Tere. Su defensa es creerse seguro y absoluto en cuanta decisión tome u objetivo emprenda. Y mi error es considerar que puedo manejar la situación y salir airosa sin quedar involucrada en el intento. Los dos estamos obnubilados y me cuesta idear estrategias de intervención… ¿Cómo trabajo con mi paciente aquello de lo cual yo también padezco? Tengo miedo de ser negligente, pero también pienso que yo estoy todos los días sentada en ese sillón, en mi consultorio, promoviéndoles a mis pacientes que se hagan cargo de sus deseos, que se separen de la alienación mortificante que los une

–¡los encadena!

- al otro, que descubran que el vínculo con los otros puede establecerse de otro modo, más singular, más propio y menos esclavizante… ¿Y qué hago yo con todo eso? ¿Qué pasa con mis propias cadenas?

- Seguro que esta conclusión tiene mucho tiempo entre nosotras, pero es raro que este haya sido el desencadenante…

- No te rías, te lo voy a derivar. Mirá que la última vez me pidió que lo derive así me invita a salir y no entramos en conflicto.

- Yo no tengo problema. La que parece que no quiere sos vos.

- …

- … ya que te quedarías sin excusas para salir, al menos, una vez. ¿No? Después me contás.


Volver a la Portada de Logo Paperblog