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Caramba con el niño…: El otro (The other, Robert Mulligan, 1972)

Publicado el 27 mayo 2015 por 39escalones

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Verdaderamente curioso el caso de Tom Tryon. Tras una fugaz pero fructífera, al menos a nivel popular, filmografía como actor, en la que además de múltiples productos destinados al programa doble protagonizó una serie televisiva de Disney, formó parte del reparto coral de la superproducción bélica El día más largo (The longest day, Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, 1962), protagonizó El cardenal (The cardinal, 1963) para Otto Preminger, y fue uno de los nombres previstos para Something’s got to give, la película que Marilyn Monroe dejó inacabada con su (presunto) suicidio, Tom Tryon adquirió una nueva fama, mucho más consolidada, y probablemente merecida, como autor de novelas de ciencia ficción, terror y misterio. Su debut literario, El otro (1971), alcanzó enorme repercusión, y al año siguiente fue llevada al cine por Robert Mulligan, uno de los más reconocidos cineastas de la llamada generación de la televisión, con guion del propio Tryon.

Desde el primer instante, cuando las letras blancas del título de la película aparecen sobre el fondo negro acompañadas de una melodía infantil silbada con tono inquietante y unos breves y sombríos acordes, obra de Jerry Goldsmith, al espectador le queda claro que en los 93 minutos siguientes va a transitar por el terreno de la ambigüedad. Con las escenas iniciales, la historia parece trasladarnos a épocas y atmósferas bien reconocibles en Mulligan por proyectos anteriores: una apacible y hermosa porción de la vida rural americana de los años treinta del siglo XX, una familia de inmigrantes de origen ruso que viven una vida tranquila y plácida en un entorno agrícola rodeado de granjas y bosques próximo a una pequeña ciudad. Algunos detalles, sin embargo, invitan a pensar que no todo es tan bucólico. Los gemelos Niles y Holland (Chris y Martin Udvarnoky) juegan en los alrededores, pero su relación no es en realidad tan amigable como parece a simple vista. Holland tiene un carácter fuerte, dominante, es más activo y osado; Niles, en cambio, va al rebufo de su hermano, es más obediente y sumiso. Se trata de un insano desequilibrio que puede ser producto de la temprana pérdida del padre, muerto en un accidente ocurrido en el granero, y del distinto nivel de reacción de uno y otro frente a la desgracia. Sus entretenimientos más enfermizos tienen que ver algo con ello, puesto que una de sus habituales pendencias, además de ir a robar tarros de confitura a la vecina, gira en torno a la posesión de un anillo que perteneció a su padre, y que Niles guarda en una caja de metal, de la que no se separa, junto a un misterioso objeto envuelto en un pañuelo azul… Su madre también paga la pronta desaparición de su marido: siendo todavía joven y guapa, vive prácticamente encerrada en su depresión, sin salir de casa, invirtiendo sus largas horas de prisión en la lectura de libros. Por el contrario, el resto de la familia (tíos, cuñado y abuela) vive feliz, aguardando el nacimiento del bebé que espera la hermana de Niles y Holland…

En El otro, Mulligan construye una de las más acertadas aproximaciones cinematográficas al universo de los terrores infantiles. O, dicho más propiamente, al terror provocado por niños, la infancia vista como un universo repleto de miedos. En este punto, es decisivo el concurso de los gemelos Udvarnoky, elegidos entre muchas parejas presentadas a las pruebas de casting, sobre cuyos rostros Mulligan dibuja con maestría todo un catálogo de emociones, positivas y sombrías, alucinadas y terroríficas, para esculpir unos personajes inolvidables que, a pesar de su única aparición en una gran producción, han quedado en el imaginario colectivo del aficionado al terror como referencia imprescindible. Mulligan salpica de horror el devenir cotidiano de unos personajes que viven en un entorno diametralmente opuesto al mundo de tinieblas en el que anida el terror. Robert Surtees, el director de fotografía, exprime adecuadamente el contraste entre ambos planos, la luz, el color, los aromas (en la primera mitad del filme abundan las secuencias que tienen a las flores de vivos colores como protagonistas) de la vida en el campo en pleno verano, frente a la oscuridad, el miedo, la inquietud, excepto en la brillante y larga secuencia del clímax, en la que se entrega a un furibundo terror gótico, noche de tormenta incluida, que lleva a una espectacular conclusión absolutamente sobrecogedora, solo superada en su grado de impacto por un delicado y sencillo epílogo que hiela la sangre. Antes, sin embargo, Mulligan ha preparado magníficamente al espectador con una adecuada dosificación de la información que le permite esclarecer los crímenes que existen bajo los distintos accidentes que con el tiempo han ido sucediéndose en el lugar (el padre de los gemelos, la caída de la madre por las escaleras, el destino del personaje de la vecina…), aspecto del metraje que tiene su colofón en la escena que la abuela (Uta Hagen, maestra de intérpretes y un icono del cine de terror) comparte con Niles frente a las tumbas del pequeño cementerio familiar.

La maestría de Mulligan reside en un guion perfectamente trenzado, riquísimo en elementos engarzados con la precisión de un orfebre (absolutamente magnífica es la alusión a la magia en el tramo final), y en su capacidad para narrar con ligereza semejante canto de horror. El tono, que remite a las inevitables aventuras veraniegas, de tintes iniciáticos, de un par de golfos desocupados (los días de pesca, las correrías en las ferias locales, la interacción con el resto de la familia, el próximo nacimiento…), queda continuamente sobrevolado de sugerencias, indicios,  pistas, subrayados por la partitura de Golsmith, que auguran una realidad atroz confirmada por el desarrollo de la trama, que no es más que el descubrimiento de la verdadera relación entre Holland y Niles y las consecuencias que su extrema rivalidad tiene para todos. Acompañados de secundarios como John Ritter o Victor French, son los gemelos Udvarnoky y la veterana Uta Hagen los que devoran cada fotograma en el que aparecen, y los que dotan a la historia de inolvidables rostros de los que habitan las más tremebundas pesadillas. Una película de la que, por desgracia, no pueden contarse excesivos pormenores, ni de trama ni de puesta en escena, debido a la necesidad de preservar el efecto sorpresa (en algunos casos no lo es tanto, aunque la razón de ser de esta equidistancia entre lo insinuado y lo confirmado está perfectamente prevista y justificada en el guion) para aquellos espectadores que no la han visto, pero que por derecho propio, especialmente gracias a su final, ocupa un merecido lugar entre los clásicos de culto sobre los miedos de la infancia.


Caramba con el niño…: El otro (The other, Robert Mulligan, 1972)

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