Los sueños tienen su propia geografía. Un mapa que incluye lugares que a veces ya has recorrido en otra figuración nocturna. Puertas, calles, pasillos. Penetras en ellos y sabes que más allá hay una ventana o un jardín, intuyes adonde lleva esa calle o la escalera, porque estuviste allí en otro sueño. De una subconsciencia a otra se tiende un espacio compartido, una maqueta de paisaje. Dos noches diferentes, a veces separadas incluso por varios años, resultan unidas. Como si hubieses sacado dos veces un mismo libro de la biblioteca de los sueños. ¡Que misterio!
Una de las características de esa topografía onírica es la relatividad en las distancias. Quizás eso explique también la indiferencia en el tiempo, esa susceptibilidad de lo más profundo de nuestra mente. En el sueño hay lugares que ora están lejos ora muy cerca. Las medidas se alternan como si no fueran representativas. Porque lo decisivo no son las dimensiones, sino el sistema de significados.
Los sueños tienen su propia geografía. Un mapa que incluye lugares que a veces ya has recorrido en otra figuración nocturna. Puertas, calles, pasillos. Penetras en ellos y sabes que más allá hay una ventana o un jardín, intuyes adonde lleva esa calle o la escalera, porque estuviste allí en otro sueño. De una subconsciencia a otra se tiende un espacio compartido, una maqueta de paisaje. Dos noches diferentes, a veces separadas incluso por varios años, resultan unidas. Como si hubieses sacado dos veces un mismo libro de la biblioteca de los sueños. ¡Que misterio!Carlos Garrido. Duermes y me olvidas. Viaje al interior de la Ilíada, Editorial Critica, 2005.
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