Revista Poesía

Carmen garrido ortiz

Por Acalvogalan
CARMEN GARRIDO ORTIZ

Mencionada por:
Hasier Larretxea

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Jana de Luque
Bibiana Poveda
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Bernardo Bersabe
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Ernesto Pentón
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Bio-bibliografía

Carmen Garrido Ortiz nació en Fernán Núñez, Córdoba, el 21 de enero de 1978.o

Poeta, periodista por la Universidad de Sevilla y Máster en Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense, especialista en Oriente Medio, su temática preferida, junto con el estudio de las poetas rusas Ajmátova y Tsvetáieva y la obra de García Lorca.

Administra el blog literario “La dama de verde”.

Como escritora, ha ganado el premio de poesía Andalucía Joven del Instituto Andaluz de la Juventud, 2008, con el poemario La hijastra de Job, editado por Renacimiento.

Asimismo, ganó el concurso de cuentos de Ediciones Fuentetaja con La bofetada, primer premio, publicado en El cuento, por favor. Otros relatos suyos han sido antologados en Poesía para poetas naranjas (Madrid, Clave 53 2009); Asentamientos (Ediciones Fuentetaja, 2009); en Velamen (II Premio Luis Adaro. AEN-Gijón, 2008); en El Relato más corto del verano- Ediciones personales, 2008); o Revista de Feria, Córdoba(2007, 2008 y 2009). Sus microrrelatos Hartazgo y Camille Claudel fueron seleccionados por El País con motivo de El Día del Libro 2009.

Colabora con las revistas culturales digitales Ucronías; con su columna Vientos del Sur en Elparchedigital; en Letralia; Jazztelia; Almiar/Margen Cero; Narrativas; o la sombradelesperpento.

Forma parte del colectivo de poesía madrileño Pólemos, vinculado a la Asociación Clave 53 habiendo recitado en diversos lugares de Madrid, entre ellos Libertad 8.

Como periodista, ha trabajado en las secciones de Cultura de Diario Córdoba y ABC Córdoba, además de realizar diversas investigaciones sobre el conflicto palestino-israelí; la situación del Sáhara Occidental y otras cuestiones relacionadas con el mundo árabe.

Ha pasado largas temporadas en Sevilla, Madrid, Marrakech, Argentina, París y Copenhague. Le encanta hablar, bailar flamenco, Córdoba y su campiña, todo lo árabe, el mar del Norte, los zarcillos, el frío, las velas y los viajes.

Poética


EScribo prosopoética, poemas como manantiales, largos, profundamente cordobeses: una manera de estar y vivir. El rojo y la pena negra, combinados.

Pienso que ese yo negro (del quejío) siempre tiene algo en común con el nosotros.

Ciertos vividores llevan cajones con mil vueltas en su interior. Dentro de ellos, el horror. Yo, también. Cuando lo abro, salen mis poemas y los otros vividores se consuelan.

Al detestar los convencionalismos -porque fui convencional- los denuncio, los maltrato, los humillo en los versos.

Desde la mirada periodística, me alancean la sensibilidad y muestro lo que nunca saldrá en los libros, con las palabras antiguas de los lugares de mi pueblo




Poemas


I. EL ESPÍRITU DE MI TIEMPO


Seguro que te acuerdas de los dedos entrelazados tardes enteras. Que tú nunca usaste reloj por si alguien te pedía la hora. Y es que la hora era tuya, según rezaba un contrato de arrendamiento que firmaste con el Tiempo.

Mirábamos la alcayata de la pared y nos reíamos de los segundos.

Tú vestías la rebequita de Joan Fontaine y las alpargatas de los veranos, siempre azules.

La alcayata eran las dos manecillas de unas horas muy remotas.

Sólo abríamos el portal al punto de garbanzo y al de cruz.

Mientras, ponía mis piernas sobre el mármol, postura de medianoche, doce en punto en anatomía adolescente.

Si no recuerdo mal, tus ojos eran castaños y verdes.

Mi color no era tu color y, aún así, nuestros iris se llevaban amando la noche entera, el pergamino frente a la tersura.

Las campanas –que siempre nos rodeaban en las Ciudades Eternas- eran la nota imprudente, el marcador de libros que recordaba las urgencias de los cuerpos.

Por nosotros, mano a mano, no existiría el aceite mañanero, la sal o el salario.

La nómina del mes la acordaban las pestañas. La lista de la compra siempre era de diez cosas, tan gorditas... Tus diez dedos.

In illo tempore..., empezabas, y yo te acababa el cuento.

Por eso, un televisor, un día, amaneció muerto.

Desterraste del reino el sonido del tic-tac, le diste libertad al cuco y pusiste contra la pared a los números del cuatro al infinito.

Para nuestras miradas sólo se contaba hasta tres, y ya era mucho.

Espacio protegido, reserva natural la de los diez centímetros que separaban tu nariz grande de la mía (siempre tan chica...).

Cuando llegó el final del arrendamiento, el Tiempo no te perdonó. Es curioso el perverso.

No le gusta los que aman, en futuro perfecto de presente simple. Te puso hora final; me dejó sola, mirando a los marrones del mundo por si lograba volver a encontrar el tuyo.

Claro, que el Tiempo no sabía de ti. Ni de tus burlas.

Y tu cuerpo pequeñito partió metido en el reloj de pie del salón.


II.NADIE SABE LO QUE UN CUERPO PUEDE AGUANTAR

Pero ¿hay vida antes de la muerte?

Graffiti en una pared. Brooklyn.

Nadie sabe lo que un cuerpo puede aguantar,
pintada la frase en la puerta de la iglesia,
delante de la plaza donde los yonquis se destrozan el tabique con los gramos de nieve
Cada día paso por allí y aúllo

Aúllo como si la boa fuera yo y me hubiera tragado mi peor pecado.
Aúllo porque me hicieron la ablación de todo placer epidérmico
Aúllo porque me exiliaron a un lugar sin cicerones ni radios donde también aúllen los Escorpions
Aúllo porque me pincharon tantas agujas que mi esófago se rebeló bailando como una cascabel
Aúllo porque me robaron las sábanas de hilo y la dama de noche
Aúllo porque detesto el perfume Carmen, que ella siempre se pone
Aúllo porque detesto mi perfume Carmen, que llevé la noche del primer beso
Aúllo porque a mi torso le llaman Cardhu: sombrío, añejo, hondo, ojos color ámbar

Nadie sabe lo que un cuerpo puede aguantar
si cada día soporta a la vida misma,
¡tan sofisticada en su crueldad!

III.AZARES


A veces, el destino se limita a escupirme así, a la cara.

No recibo postales con preaviso que digan: Mujer, levántate y anda. Mujer, levántate y huye. Mujer, presiónate la cabeza con fuerza y se la primera en saltar del barco.


A veces, la Fortuna, voluntariosa, me da una tregua, un respiro para que crea en las bonanzas de la vida. Chiquita, fúmate un Ducados Rubio y déjate morir lentamente jugando a las damas con las Parcas.


Suele ser imprevista mi Tykè y presentarse cuando tomo los aviones al vuelo.

Entonces, los Delayed poseen mi mente y yo me siento sobre el juego de maletas, los pies para dentro y una boina francesa cayendo por el precipicio de mi perfil.

Los aviones van llegando de Karachi, mientras yo compro una colonia para ladies, So Miracle!, y me agarro a su título como las borracheras al tatuaje del marinero.

Mi vuelo ya ha salido. La azafata debe estar repartiendo los maníes mientras mi cabeza pudre el calendario y la voz de niña bien de los altavoces repite algún mantra que sólo entienden los hippies bien rasurados.

Cada enero compro dos agendas. Una se llena de predicciones de sibila, la otra de citas en el cine.

El film noir suele hablar mejor que mi vida, así que a 31 de diciembre me reconozco más como el mayordomo del Halcón Maltés, de asesino perdido, que como la señorita aplicada que acudió puntual al alcohol de todos los bares.

Un día de uno de estos años me internarán por ser la chica con sueños con sabor a un vodka insalubre que nunca tomó. Como mis ojeras hablan por mis labios, no me podré desdecir.

En mayo, las gitanas me suelen leer las arrugas de la frente y me auguran el porvenir citando a Henry Miller:

Le espera sexo, París y una calma cochambrosa. ¿Cómo la de un cuadro de Turner? Sí, sólo que con campiña y olivos azules.

Yo me hago las friegas de romero y albahaca, pero el esmalte de las uñas sigue cayéndose y mi dedo más pequeño se afirma en su enanismo.

Mi amante me hace volar sobre la Rue de Rivoli y los abanicos se dibujan contrahechos, pasivos, mientras repaso el rosario en Saint Sulpice. Todo se cumple, excepto la protagonista del cuento: mi sombra, engrandecida por las gabardinas de esta ciudad, Il en reste assez pour moi.

Acudo a los oráculos desmayada por el calor. Sólo el viento de la madrugada les permite auscultar mis venas y desdibujarlas.

Niña, son demasiado azules, predican flores de romero y abstinencia en el placer.

Yo me trabuco al hablarles y rogarles que no me priven de la mala manzana, la liga de Intimissimi y el bocado educado en el cuello ajeno.

Delfos sabe de lo que llaga el dolor, de lo que grita una mujer antes de haber parido un monstruo, siempre poético.

Siempre me arrepiento de mis gestaciones, pérfidas, abortables, veleidosas, ignorantes.

Prescinden de la madre y cubren al nonato de pelusa de ángel, colores tibios y mantas hechas con mi sangre y mi piel.

Cuando nacen, los pérfidos bebés demandan mis pechos mientras la leche nace desnatada, yerma, herida.

A veces, el destino me escupe así, a la cara.

Yo me dejo, por no contradecirle, pero le ruego que baje la voz, para no despertar a mis ángeles guardianes.


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