Revista Psicología

Carta

Por Blogsmtenerife
Carta
Ésta es una carta que una mujer, a la que mantendremos en el anonimato, nos ha enviado, y a la que hemos solicitado permiso para publicar sus inteligentes y lúcidas palabras, pues contienen la experiencia, los sentimientos, temores y razones de muchas otras personas que han pasado y lo siguen haciendo  por situaciones similares.
Sobran los comentarios y las reflexiones porque ella lo dice todo. Juzgar vosotros mismos...
Soy una persona bastante adaptada, si no empleo esta palabra negativamente, adaptada al entorno en el que estoy, con pareja estable, un trabajo que me gusta, miles de inquietudes culturales, incluso popular en la ciudad donde vivo, donde me conocen por mi trabajo. Todo esto me da fuerza, y al mismo tiempo me hace pensar en la gente que, teniendo un diagnóstico parecido al mío, y habiendo pasado por experiencias similares de desconexión de la realidad y puro terror, no tienen la misma suerte, bien porque su situación vital no es agradable, porque no disponen de redes sociales sólidas, o porque son presa del estigma o el autoestigma. Por eso no me desvinculo de ese sufimiento, aunque a mi no me afecte tan directamente. Cuando le cuento a mis amigos que tengo miedo de un posible TAI (tratamiento ambulatorio involuntario), siempre me tranquilizan con buenas razones, como que en mi caso sería muy improbable que alguien que me conociese lo solicitase, ya que conocen mi criterio para detectar los síntomas, exteriorizarlos y no dejarme llevar por ellos. A modo de "curioso testamento", no por muerte sino por incapacidad, mi novio está informado de hospitales o profesionales alternativos al puro biologicismo, partidarios de un uso responsable y puntual de la medicación, en caso de que algún día, que espero no llegue nunca, la psicosis me ganase. Pero aún así la sombra del TAI es alargada, me hace pensar en lo peor de la psiquiatría, y me hace pensar que esta idea favorece a los que no quieren comerse el tarro con el meollo de la salud mental, a los que salen beneficiados, como las farmacéuticas, y a los políticos de derechas, muy aficionados a vincular todo lo raro y diferente con la violencia, a modo de chivo expiatorio de los males de esta sociedad (inmigrantes, gitanos, enfermos mentales, drogodependientes...). Me cabrea esta visión represiva, es como decir que la enfermedad mental es un problema de violencia que sólo se puede tratar con violencia. Pienso que el asociacionismo de enfermos mentales está en pañales, y en general es más fuerte el asociacionismo de familiares. Con todos mis respetos a los familiares, que habrá de todo, creo que estos, muchas veces, son tan víctimas de los prejuicios y el estigma como la mayoría de la sociedad, y dependiendo del profesional que les haya tocado en suerte, estarán más o menos informados o desinformados. Supongo que ante el shock de que les digan, por ejemplo "su hijo tiene una enfermedad grave e incurable, llamada esquizofrenia, debe tomar la medicación de por vida, si no corre el riesgo de hacerse daño a sí mismo o a los demás", cualquier padre o madre desarrolla un plus de proteccionismo (con gran carga lógica de angustia) adecuado a la noticia. A partir de ahí, y si el hijo no lo tiene fácil para comunicarse bien con ellos en pie de igualdad, los malentedidos están servidos, y cualquier discusión cotidiana puede muy bien confundirse con síntomas ante los que estar alerta. Bueno, a lo mejor lo pinto un poco excesivo, pero yo tuve esa experiencia con mis padres: En el segundo brote, hace ya unos ocho años, se pusieron histéricos y me dieron tanto miedo que me quise ir, pero me lo impidieron, por la fuerza, sujetándome con muchísimo escándalo y llamando a urgencias para pedir un tratamiento a domicilio. Vino la policía con una enfermera que me pinchó, y me llevaron en ambulancia a urgencias. Con el psiquiatrra de guardia me sentí tranquila, ya que a diferencia de mis padres no estaba histérico, sino más bien somnoliento. No le mencioné ninguna paranoia ni idea delirante,(porque literalmente no tenía la menor gana de ingresar), me limité a contarle alguna vaguedad de variaciones de estado de ánimo y enseguida determinó que no veía motivo de ingreso, así que me fui a dormir a casa de un familiar y al día siguiente tuve una conversación con ellos para explicarles lo que debían y no debían hacer cuando me viesen rara. Creo que la necesidad de esa conversación, unida al efecto sedante de la medicación (ni flores de lo que era porque no te lo dicen), me hizo volver del brote. No le guardo, obviamente, el más mínimo rencor a mis padres, todo lo contrario, pero sí que veo la necesidad de que muchos padres entiendan estos procesos, y estas relaciones hay que construirlas cuando se puede, cuando vuelve la conciencia habitual, ya que sólo así se construye la comunicación y el empoderamiento del enfermo.
Creo que la psiquiatría basada únicamente en la medicación lo juega todo a esa carta, como si la comunicación fuese imposible, o como si el afectado lo estuviese a tiempo completo e irremisiblemente, como si fuese del todo imposible comunicarse con él. De todas las personas que conozco con diagnóstico de esquizofrenia,(unas quince), nadie vive permanentemente en brote, y todas son capaces de hablar del brote como algo que les pasó, no como algo que son. Otra cosa es como lo vean sus familias, ahí también juega un papel la ideología, las creencias, hay familias menos dispuestas que otras a aceptar ideas delirantes en sus miembros, o a seguir viendo a su "miembro delirante" como lo veían antes.En cuanto a los enfermos delirantes que, además, son violentos, habría que pensar a qué actitudes en concreto reaccionan de forma violenta. No los justifico, jamás, pero yo misma me vi pataleando (en mi primer y único ingreso, hace diez años) de pura angustia cuando me sujetaron cuatro personas desconocidas, cuyas intenciones también desconocía, y cuya respuesta a ese pataleo fue la llegada de una quinta persona que me hizo una luxación de tobillo muy dolorosa, todo para conseguir trasladarme de un hospital a otro, previa administración bajo inmovilización de un fármaco sedante, y del que me desperté atada de pies y manos en otro lugar desconocido. Así no hay quién se baje de ninguna paranoia, así solo se consigue que la paranoia aumente, y que se vea reforzada por la realidad. Por eso no quiero que me vuelvan a ingresar jamás, por eso me estrujé los sesos para comprender mis mecanismos psíquicos, para controlarlos, perderles el miedo, y hacérselos comprender a otras personas. Porque no quiero, jamás, volver a verme en manos de personas que se otorgan esas autoridades, personas a las que he tenido un pánico atroz por no saber donde estaba el límite de lo que podían hacer conmigo. Y es que la situación de indefensión se parece a la de la soledad de un calabozo. No es victimismo, es dignidad, y lo que te acabo de contar me hizo ser consciente de la necesidad de empoderamiento, de ser siempre y bajo cualquier circunstancia dueña de mi, porque lo merezco como cualquier otra persona, sólo por el hecho de serlo.Si alguien, enfermo o no, comete un delito de agresión, para eso están las leyes. Y si además de cometer un delito resulta que tiene un diagnóstico, que se lleve la terapia a la cárcel. Pero lo que no se puede hacer es justificar la violencia con el diagnóstico, porque eso es perverso, ya que implica asociar el diagnóstico a una mayor probabilidad de violencia, eso no es trabajo de la psiquiatria ni de nadie. Menos aún cuando las estadísticas desmienten de forma clara esa relación: tenemos un 9% de la población diagnosticada, no tenemos un 9% de la misma población con delitos de agresión. Las razones para una agresión siempre son complejas y dependerán de cada caso, la relación con el diagnóstico es casual (si no lo fuese, sería parte del diagnóstico), las causas de la violencia son múltiples, y el entramado social no es inocente, desde el momento en que la violencia está presente en la representación del mundo, en la representación mediática y del discurso, está presente de forma real y simbólica en la guerra, en el estereotipo, en las pasiones que nos mueven, en la historia. Es cierto que una persona puede mostrarse agresiva durante una psicosis, frente a miles que no lo hacen, con el mismo síntoma, frente a otro número diferente que sí lo hacen sin ese síntoma. ¿Y? ¿ De donde sale la asociación, entonces? ¿De la espectacularidad? ¿De ciertos intereses para que así sea? Las criminalizaciones de colectivos han existido siempre, desde que el mundo es mundo, las hay que se superan y las hay que no. Las que se superan lo hacen por conciencia social de injusticia, y voluntad de repararla. Nosotros estamos empezando, después de ser endemomiados, gaseados, encerrados, electrocutados, difamados, discriminados, incomprendidos, estigmatizados, sobredrogados, sospechosos habituales... Los profesionales de la salud mental sois pieza clave para que el camino que empieza se vea reforzado hacia adelante o hacia atrás. Vuestros precursores en el camino hacia la igualdad fueron los de las escuelas del freudomarxismo en los años sesenta y la antipsiquiatría en los setenta, de esas formas diferentes de pensar la enfermedad mental salieron reformas psiquiátricas muy de agradecer, y de las que nos beneficiamos actualmente, como la desaparición del régimen manicomial y el tratamiento comunitario y ambulatorio. Si te fijas, eso fue antesdeayer, como quien dice, en la duración de una vida como cualquiera de las nuestras, así que está todo con pinzas, no hay tradición asentada, hay que reforzar y reforzar, y concienciar y concienciar, y comprender y comprender, sólo así se hace eco social, de cabecita a cabecita, creo que no hay otro camino, y tampoco se hace en un día ni se acaba de repente".
Para los que queráis profundizar en el TAI ( tratamiento ambulatorio involuntario) os remitimos a nuestro compañero Hilari de Tira los Muros: http://tiralosmuros.blogspot.com/2010/05/al-tai-dale-tac-tac-tac.html
Texto introducido por Esther Sanz ( Psicóloga Clínica Área Externa Salud Mental) y escrito por una buena amiga de la red.

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