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Carta pirática

Publicado el 10 septiembre 2012 por Sap
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Carta pirática
Carta del amanuense de la goleta “Mi Toñi y Mi Tamara” (antigua Nuestra Señora del Arcabuz) a Fray Diego de Santa María, prior del monasterio de San Apapucio en Nueva España.Amigo querido y hermano en Cristo:
El arrepentimiento por mis muchos pecados y el recuerdo de nuestra antigua amistad, impúlsanme a escribirte estas letras, esperanzado como estoy en que me darás cobijo en cuanto tengas noticia de mis cuitas.
Alegrome sobremanera el saber que habías pasado a Indias, trayendo contigo no sólo el prestigiar el nombre del Rey nuestro señor y el del Santo Padre de Roma sino el ampliar con tu ministerio la luz de la cristiana y católica fe en estas tierras donde todo evangélico abono parece ser poco. Otros fueron los motivos de mi partida, mas al cabo, qué pueden importar a un tan generoso corazón como el tuyo. Tal vez mi nombre sea suficiente para abrirte las espitas evocatorias, pues no soy otro que aquel Pablos de Guzmán, el mismo que compartió contigo las duras tablas de Osuna y el mismo que junto a ti se ordenó de menores antes que Fortuna bifurcara nuestros caminos haciéndote a ti varón santo y a mí gran bellaco.
Hágote saber que han sido muchos mis padecimientos —pues a no ser por ellos no hay hombre que por naturaleza se arroje al vicio— siendo el caso que el ir tras las no talares faldas al principio, me llevó luego a perseguir otros bienes no tan mudables, siendo el cabo que tras tanta persecución di con mis huesos —y aquí están mis lomos que no me dejarán mentir— en la máquina infernal de las galeras. Cinco años serví al Rey, primero en los leños movibles, donde conocí el sabor del agua amarga y el aguijón del corbacho y después como marino de condena en una goleta que tomaba por dos veces al año la derrota del Yucatán. Fue en uno de esos periplos donde caímos prisioneros de un grupo de feroces piratas que, no contentos con apoderarse del botín y pasar a cuchillo a toda la oficialidad, orinaron en grupo sobre la efigie de nuestro monarca. Al sabernos condenados, dieronnos libertad, poniendo Satanás tan aliñado el asunto que elegí el camino del piratesco ejercicio, uniéndome a aquella cuadrilla tan infatigable como infame. Hecho pues el cuerpo e inclinada el alma, hice de aquella goleta mi casa; la calavera y las tibias cruzadas pasaron a ser mi credencial y el dilatado océano, mi nación.
De esta forma, y ya van para diez años, entré al servicio de Barbaznôrt, nuestro capitán, el cual tomome como amanuense, pues a la suma de su audacia y arrojo le resta el ser iletrado, grave contratiempo para todo al que como él, presenta barruntos de poeta. A su sombra redacté tanto panfletos amenazantes como tiernos madrigales, viviendo yo una vida regalada pues estaba exento de toda actividad bélica, tanto era el celo del capitán para conmigo.
En poco tiempo, el Caribe y las islas en él dispuestas, no guardaron secretos para mí. Una semana hacíamos veinte presas a despecho del inglés, como otra acosábamos a los galeones que de plata cargados partían de Veracruz, no faltándonos tiempo para asolar puertos y desarmar fortines, tras lo cual, refugiábamos en algún recóndito islote a efectuar prorrateos, a repartir dividendos y a gozar de merecido solaz, que no todo en la vida de un pirata es andar de la ceca a la Mecay como puta por rastrojos.
Mas ya basta. Considero que lo expuesto hasta aquí es suficiente para que tu claro entendimiento se haga cargo de mi peripecia. ¿Cuál es entonces mi intención al escribirte? Pues no otra que solicitarte rápido ingreso en el monasterio que guarda tu santidad, pues deseo como nada en el mundo vestir el hábito de estameña y ceñirme el franciscano cordón. Sí, el tan gran bandido como hasta ahora fui, abomina del siglo, pues he comprobado que nuestras fechorías son juegos de infantes al lado de la disipada vida de nuestros nobles, y así, si los piratas somos roncha y gatera de los dineros ajenos y de la hacienda de Su Majestad, esta gente principal practica tan relajada moral que pueden ser comparados tan sólo a los animales de las selvas. ¿Dónde se ha visto que las condesas forniquen con caballeros de fortuna, que los virreyes mezclen sus humores con los de las indígenas y que todos dilapiden completos tesoros en mercaderías que parecen obras de Satán? Pirata yo y pirata corrido de tal modo que de tener a mano una escoba me pondría a barrer la cubierta. ¿Pasar bajo la quilla a un gerifalte? ¿Hacer andar la tabla a una linajuda doncella? Bah, cándidos ejercicios al lado del mucho mal que a las repúblicas bien concertadas infieren estos bergantes.
Así que amigo querido, ruégote que me facilites el refugio que anhelo, pues horrorizado por el mundo que hace buenos a los piratas, solo podré encontrar la paz entre los muros de tu santo establecimiento donde al menos podré oficiar de monacillo y comer sin remordimientos las frugales viandas. Es la gracia que espero tu mano conceda.
En la demora de tu respuesta, quedo impaciente y huido del buque en algún lugar de Puerto Príncipe. Vale.
t. s. s. q. b. t. m. Pablos.

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