Asistimos en España a un combate informativo entre la izquierda que define quién es demócrata o fascista y una derecha con nuevos medios informativos que se enfrenta a esa izquierda que dictaba qué era noticia o no desde el nacimiento de la democracia.
Nadie se esperaba que unas recientes cadenas de televisión como Intereconomía, Veo7 o Diez, triunfaran espectacularmente denunciando la corrupción de la izquierda, como las cadenas tradicionales lo hacen con la derecha.
Sin esos nuevos medios nunca se habrían revelado gigantescos fraudes como los de los ERE andaluces, con los que ugetistas y socialistas accedieron a 647 millones de euros, más de 100.000 millones de las extintas pesetas.
Tampoco se conocerían los casos de MATSA, la empresa donde era de conseguidora de subvenciones de la Junta andaluza una hija de Chaves, los negocios de José Bono, o la detención de socialistas corruptos del gobierno asturiano.
O el asunto más grave del mandato Zapatero: el chivatazo del Ministerio de Interior a ETA para evitarle detenciones en el bar Faisán de Irún, una especie de GAL al revés. Policías confidentes de quienes asesinan policías.
Depravaciones así sólo se conocían si eran del PP. Durante la última década sólo se aireaban los casos Gürtel y demás pudrideros populares, mientras que otros igualmente graves de la izquierda y de los nacionalistas eran pequeñas anécdotas: los medios autoproclamados progresistas los minusvaloraban premeditadamente.
Todo ha cambiado ahora: quienes decidían qué era o no noticia pierden audiencia y, sobre todo, influencia ideológica, por lo que exigen cerrar a estos rebeldes a los que llaman “Caverna mediática”, “Brunete mediática” y medios de extrema derecha.
Si aceptamos que quienes denuncian la corrupción de la izquierda merecen esos calificativos, debe admitirse que sus antagonistas son chekistas que reclaman hacer redadas al amanecer para exterminar definitivamente la oposición.
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