Revista Filosofía

Centros de ensueño

Por David Porcel

Una piel amurallada rodeaba el centro, donde los únicos artefactos que había eran relojes, con sus campanas, que avisaban de la hora de entrada, y pantallas que se desplegaban del techo para disfrutar las tardes de cine. En los jardines que lo acompañaban podía uno sentarse a contemplar las flores, o simplemente a escuchar las historias de Heráclito mientras el agua fluía y los pájaros se acercaban. En su interior, una biblioteca de estantes de roble, con las colecciones más cuidadas, invitaba a un silencio que volvía vergonzosa cualquier interrupción. Incluso los insectos dejaban de zumbar para que siguiera el silencio del conocimiento.

Centros de ensueño

Ese iba a ser mi destino, tan sólo hacía falta que complementara los papeles de mi traslado, y rompía a llorar.

Sueño de la noche del 13 de Febrero


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