Revista Cultura y Ocio

Charlamos con Jordi Sierra i Fabra - Reportajes destacados - Entrevistas

Por Eltiramilla

Es un placer para todos nosotros traeros a Jordi Sierra i Fabra, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría crecimos con sus historias. A lo largo de este viaje iremos repasando su vida y obra de la mejor manera posible: Jordi nos acompaña. Bienvenido al diario, Jordi, encantados de saludarte.

Gracias por invitarme.

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Nace en Barcelona el 26 de julio de 1947 y pronto muestra un interés especial por los libros. En el colegio no lo pasó muy bien, era tartamudo y blanco perfecto, pero a los ocho años un curioso accidente le ofrece la vía de escape: atraviesa una puerta de cristal y acaba hospitalizado, privado incluso de la lectura, lo que le lleva a descubrir que escribiendo no tartamudea. 12 años, primera novela, 500 páginas. Comienza la aventura. Su padre se negaba rotundamente a que fuera escritor y en la escuela no subía del cero en lengua. “Desbordante imaginación”. ¿No tenéis curiosidad por saber de qué autores bebía? ¿Cómo recuerda Jordi sus inicios?

En mi colegio no había biblioteca, ni en mi barrio. Tenía que alquilar los libros. Vendía pan seco y periódicos que me daban los vecinos y los vendía a un trapero que me daba media peseta, dos reales. Eso era lo que costaba alquilar un libro barato porque cerca de casa si había una librería de libros usados. Nada de Julio Verne o Salgari, esos costaban 5 pesetas. Yo leía libros cutres y horteras, policíacos, del oeste, de marcianos. Así que esas fueron mis influencias y lo primero que escribí. Pero también devoraba cómics: Rip Kirby, Flash Gordon, El Capitán Trueno, Hazañas Bélicas… La prohibición de mi padre fue muy dura (te morirás de hambre, eso no da para comer, nadie vive de escribir) y amarga (lloraba si me pillaba escribiendo). Quería que fuese… ¡matemático!

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En 1970 abandona definitivamente los estudios para dedicarse a la música. ¿A la música? En efecto, el rock era otra de sus pasiones, fundó diversas revistas especializadas y fue comentarista musical. Pero en realidad todo esto fue más bien un trampolín, ¿no es cierto, Jordi? Háblanos un poco de esa vena rockera, de todos aquellos viajes, de los guiños musicales en tus obras y la influencia que ejercieron esos años sobre tu verdadera pasión.

Los Beatles me cambiaron la vida. Su música me hizo alucinar. En una España de pandereta el pop de los 60 fue una luz. Yo en 1964 empecé a trabajar (trabajé en una empresa de 1964 a 1970 todo el día y estudiaba de noche), pero les daba a mis padres lo que ganaba y yo tenía lo justo para gastos. Así que iba cada día a pie al trabajo y a la escuela, me hacía muchos kilómetros, y lo que ahorraba me daba para comprar un disco grande cada semana. Salían muchos, tenía que escoger uno, me pasaba la tarde del sábado oyéndolos todos en una tienda así que aunque me llevaba uno conocía los demás. Eso me dio una gran cultura musical. Además, tenía olfato para reconocer un éxito. A los 18 años comprendí que nadie me haría caso como escritor, pero dependía de mí hacerme un nombre. Si uno no cree en sí mismo… Yo escribía bien (hacía novelas desde los 8 años y ya había hecho el primer tocho de 500 páginas y tenía otro de 500 más con relatos fantásticos, entre otros), y sabía mucho de música. Por lo tanto… escribí de música. Cartas a Radio Madrid, el Gran Musical, cada semana 20 folios… Vieron que sabía de qué hablaba y ese fue el comienzo. En 1969 creamos la revista el Gran Musical. En mayo de 1970 pasé a dirigir la competencia, Disco Express. Entonces sí lo dejé todo, me enfrenté a mi padre y fue el comienzo. En tres años publiqué mi primer libro, el primero también de música en España, y tenía ya cinco revistas, un programa de radio… Fue un tiempo hermoso, viajaba a Londres, nueva York, Los Ángeles, veía los mejores conciertos, entrevistaba a los grandes… Pero nunca perdí de vista mi verdadera vocación: hacer novelas. En plano éxito lo dejé todo para consagrarme a la literatura, y no me pesó. Jamás me ha pesado. Cada tiempo tiene su momento. Nunca he sido nostálgico. Yo elegí mi camino y siempre he sido el dueño de mi destino desde aquel mayo de 1970.

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Y llegó el Jordi escritor, y con él obra tras obra, entre las que destaca por su repercusión Campos de fresas, una novela que por cierto dio el salto a la pequeña pantalla. Pero no ha sido la única adaptación que se ha hecho de sus obras, y es que los libros de Sierra i Fabra se caracterizan, entre otras cosas, por ofrecer escenas muy visuales, sensoriales y dinámicas. Como amante confeso del movimiento, seguro que os gustará saber qué opinión le merecen estas experiencias.

Acabo de escribir mi obra número 400, un número muy redondo, y de hacer mis ‘Memorias’, que se editarán en 2012 coincidiendo con el 40 aniversario de la publicación de mi primer libro. Cada libro es como un hijo, de cada uno guardo una experiencia. Por eso las memorias son literarias, no una biografía con curiosidades rockeras o chismes. Para responder a esta pregunta tendréis que esperar un año y leerlas, porque sería como contar otra vez mi vida libro a libro. Mis novelas, eso sí, se pueden filmar todas porque son ya como guiones de cine. Desde que era niño he visto todo el cine posible. Actualmente aún ve si es una o en la tele si son dos. Necesito la imagen. Mi mente sólo descansa cuando alguien me cuenta algo a mí. Pero por desgracia no he tenido suerte con mis novelas pasadas a TV o cine. Me han comprado muchas y luego nunca se ha hecho nada. Esto es España.

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En 2004, con un buen puñado de premios en su haber y más de siete millones de ejemplares vendidos en España (actualmente la cifra ronda los diez millones), este ducho contador de historias nos sorprende con dos grandes iniciativas: la Fundación Jordi Sierra i Fabra (Barcelona), que otorga un premio anual de literatura para menores de edad, y la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra para Latinoamérica (Medellín), de lucha contra la vulnerabilidad cultural de los niños. La primera podría decirse que surgió de la necesidad de escuchar, tal y como nunca hicieron con él, pero de la segunda nos interesa especialmente la situación en la que puedan encontrarse los jóvenes colombianos para que sea necesaria la labor de este tipo de fundaciones, las diferencias culturales entre los lectores españoles y los latinoamericanos, los frutos de este proyecto. Así que escuchémosle a él, a Jordi.

Colombia es el único país de América Latina con un conflicto armado (FARC, paramilitares, etc.), el segundo del mundo en número de desplazados internos a causa de él (cuatro millones y medio de personas), el segundo en minas antipersona enterradas, etc., y arrastra un pasado y un presente marcado por el narcotráfico. En cambio la gente es maravillosa, feliz, risueña, y está ávida de cultura. En Medellín se apostó por la cultura para erradicar la violencia, y funcionó. Yo tenía amigos allí, y ellos me propusieron hacer una hermana gemela de mi Fundación de Barcelona. La hicimos y en seis años ya nos han dado el Premio Ibby-Asahi al mejor proyecto de promoción de la cultura en el mundo. ¡En seis años! Es asombroso. No soy rico, no tengo en España lo que tengo allá, ojalá, y es que allí hay una sensibilidad cultural que no existe aquí. Este mes de marzo de 2011 inauguramos la escuela de escritores e ilustradores gracias a que Bancolombia nos ha regalado un local. ¿Qué banco a Caja haría esto en España? Cada año entre 90 y 110.000 niños y jóvenes se benefician de nuestros talleres, seminarios, entregas de libros, etc. Mi lema es: haz algo, donde sea, pero hazlo.

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Que levante la mano quien no haya leído alguna vez a Jordi Sierra i Fabra. Ya es difícil con más de cuatrocientos títulos en su haber (¿sabíais que es el autor español vivo con más obras publicadas?), y no sólo de juvenil, para nada, porque estamos ante uno de esos escritores que tienen para todos: niños, jóvenes, adultos, amigos de la poesía, el ensayo, la historia o incluso las biografías. Hay quien piensa que escribe demasiado, se repite y debería jugar más a ser paciente y fusionar ideas, ¿qué tendrá que decir Jordi al respecto? ¿Se arrepentirá de algún libro? ¿Es que es todo instinto?

Cuando hago un libro lo hago porque quiero hacerlo, soy visceral, nunca me planteo quién lo leerá o si se venderá. Esa es otra historia. Y sigo siendo un niño al que todo interesa. Soy libre, independiente y feliz. Es lo único que me importa. Nadie ha dicho hasta hoy que me haya repetido, trato de mejorar con cada novela, experimentar estilos, no sigo modas, más bien he sido un creador de tendencias… Lo que piense o diga la gente en bueno o malo es un criterio y punto, yo tengo el mío. Ay del creador que hace caso de los demás y se mueve según el viento. Jamás me he arrepentido de un libro hecho, ni con los años, porque si lo hice en ese momento sería para algo. Decir al cabo de 20 años que “no habría hecho este libro” no sirve de nada, es negar el pasado. Aprendemos de los errores, y afortunadamente yo he cometido muchos. Pero hay algo más: un genio como Ray Bradbury dice “cuanto más escribo, mejor escribo” y “en la rapidez está la verdad”, y yo lo suscribo al cien por cien. Escribo muy rápido, sí, pero puedo estar semanas, meses, y por lo general años, pensando una historia. Y me hago un guión detallado antes de escribirla. Escribir es el proceso final, en mi caso el más sencillo porque el trabajo ya está hecho.

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En el campo que nos ocupa es sin duda el autor más prolífico, pero también está entre los más leídos, algo que en parte agradece a los itinerarios de lectura obligatoria de los centros escolares. Ahora bien, ¿qué opinará él sobre el sistema actual de fomento de la lectura? ¿Leemos, comprendemos, despertamos?

Se lee más pero se entiende menos, y eso es muy duro para los tíos y las tías del mañana, porque lo van a notar. Hay cerebros jóvenes capaces de asimilar programas y videojuegos, pero una novela… Yo siempre digo que leer me salvó la vida, y si eso no se entiende… Fui un pésimo estudiante, pero leía un libro al día. Un chico lee un libro, no entiende la mitad de las palabras y se queda confuso con el final, entonces se cree que leer es aburrido y lo deja. No tío, es tú eres burro. Y la única forma de dejar de serlo es justamente leer más, reconocer esas palabras, comentar los finales. Hoy encima está Internet, incluso la posibilidad de conocer al autor (yo tengo foros en los que respondo a preguntas cada semana). Coño, ¿qué más queréis? Lo malo es que se confunde lee con estudiar, y es distinto. Aunque el profe te ponga un libro, no confundas el toro con la vaca. Leer es evasión, como un disco, una peli o un videojuego, y lo único que te va a engrasar el cerebro. Nos creemos más listos que nunca pero el exceso de información mata más que la falta, porque nos inmunizamos, nos metemos en una burbuja y nos aislamos. Leyendo libros abrimos la mente, aprendemos a pensar. Sin cultura estamos condenados a ser ese tío que mata a su pareja por machismo, o la tía que se deja matar por miedo, y ese político cabrón que se vende, y ese egoísta que contamina a sabiendas o el que se lleva la pasta a las Islas Caiman y tiene 40 mil millones (¿para qué querrá alguien 40 mil millones si en su puta vida se los va a gastar?). Vamos, tío, haz algo con la pasta, que hay mucha gente que vive con un euro al día.

Volviendo al tema… no, no creo en el actual sistema de fomento de la lectura, pero es el único que hay. Si no fuera por los miles de maestros que hacen leer, sería peor, estaríamos condenados a la barbarie. Gracias a ellos hay una esperanza. España es el último país de Europa en matemáticas, lengua, el que más fracaso escolar tiene (triplica a muchos países), y es el segundo en consumo de cocaína (¡¡¡???), en videojuegos… ¿A qué jugamos? ¿Estamos locos o qué? Hace unos años en Francia la juventud se lanzó a la calle en masa pidiendo mejores en educación. Ese mismo fin de semana en España se lanzó un reto: a ver que ciudad organizaba el macrobotellón más grande. Si esa es la diferencia real entre España y el resto… apaga y vámonos. ¿Alguien duda de que la cultura es la clave, y leer es la llave de esa cultura, aún más que estudiar? Si en Medellín se ha conseguido, ¿por qué aquí no?

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En una reciente entrevista para el programa de literatura Página 2, confesó que en ciertas ocasiones algún editor ha catalogado alguna de sus novelas como juvenil simplemente porque en este campo vende más. Como estrategia comercial, aceptable, pero esto hay quien lo considera un engaño hacia sus lectores. ¿Dónde están los límites de la literatura juvenil, si es que pueden palparse?

Aquí ya no entro. Yo escribo un libro y punto. Mi misión termina aquí. No puedo preocuparme del resto porque no es lo mío. Luego llega la del editor, la del lector… Si el público no es tonto, y busca un buen libro, lo lee igual pasando de etiquetas. Lo malo es que aquí un chico ve en la contraportada que un libro es “para mayores de 12 años” y aunque tenga 13 sólo ve el 12. Qué gilipollez. Yo estoy en contra de las etiquetas, pero los editores las ponen como referente, para ayudar a maestros o lectores. Lo uno por lo otro. Si hubiera verdaderas ganas de leer, eso sería lo menos importante. No confundamos: el lector no se le engaña, se engaña a sí mismo él solito. Si la gente entrara en una librería, cogiera los libros, leyera las contraportadas, ojeara el interior y leyera un parrafito, sería suficiente. Es lo que se hace en medio mundo, pasando de listas de best sellers y todo lo demás.

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Con veintiocho premios a cuestas, entre los que destacan el Gran Angular, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Edebé y, más recientemente, el ansiado Barco de Vapor, ha sido también candidato dos veces al premio Hans Christian Andersen, finalista del premio Planeta e incluido en varias ocasiones en la Lista de Honor CCEI. Todos coincidimos en que la obra de Jordi tiene identidad, y es que no hace falta más que leer un fragmento de cualquiera de sus títulos para entender que estamos ante un Sierra i Fabra. En lugar de intrincadas tramas opta por descubrir al personaje, y cuenta con un afortunado estilo que se acerca al lector y da lo mejor de sí sin americanismos, directo y sin tapujos, todo Jordi, un tipo de calle que abre las puertas de su casa a todo lector que se acerque, que viaja y absorbe. Con este perfil de autor, parece lógico que se decante por el realismo social, pero entre pinceladas históricas, humor y acertijos, intrigas e incluso ciencia ficción, no podemos evitar echar en falta algo más de fantasía, ¿verdad? Jordi, ¿hasta qué punto tu imaginación está comprometida?

Escribo lo que siento, cuando lo siento y como lo siento, así que dependo de mi cabeza, no de modas. Hace 25 años hice un libro de fantasía que no se publicó por “gordo”. Hoy lo “gordo” está de moda. Siempre he sido bastante avanzado. Lo que pasa es que viajo mucho, he recorrido medio mundo, y lo que veo es superior a mi faceta de narrador de fantasía, porque hay cosas que necesito sacar de dentro. De todas formas yo mezclo mucho los géneros. La trilogía “Las hijas de las tormentas” es mitad fantasía, mitad ciencia ficción, mitad novela histórica, porque mezcla realidad con leyendas con datos científicos con… Este año 2011 aparecerá en Edebé “Magno”, que es más de lo mismo. Un nuevo tocho con una historia que partiendo de datos conocidos acaba siendo una trepidante novela de aventuras. Y lo último que he escrito (que aún no sé quien editará ni cuando y por eso no digo el título), todavía es mejor. Mi imaginación no está comprometida para nada, es libre. Nunca he hecho un libro que no sintiera, ni lo he hecho por el dinero a ganar o por otra razón que no fuera disfrutar haciéndolo. La vida es demasiado corta para sacrificarla en gilipolleces.

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Lo que parece increíble es que con tantas cosas en la cabeza saque tiempo para el Jordi rebelde que es, ese que no escribe para nadie más que para sí mismo, no trabaja por encargo, no etiqueta cuando escribe y propone bajo coste para sus novelas. ¿Cómo se lo monta? Vamos a interesarnos por su método de trabajo, porque produce una barbaridad y no es precisamente de los que se recluyen en la montaña durante meses, ¿o sí?

Pues te equivocas. De octubre a mayo viajo y escribo menos, pero de junio a septiembre paso cuatro meses encerrado en una montaña, escribiendo sin parar un libro tras otro (siempre con los guiones que he preparado en los viajes del año, o en mis dos encierros en islas, en enero y en mayo, por lo general caribeñas). Tengo una disciplina brutal, los horarios inflexibles, no soy para nada bohemio (ni siquiera he fumado o bebido jamás). Preparo guiones sin parar porque mi cabeza es un volcán de ideas. Un vuelo de 12 horas da para mucho, noches de hotel, esperas… Nunca doy cinco minutos por perdidos. Si alguien quiere ver toooodo mi sistema de trabajo, que lea “La página escrita” (Ediciones SM). Ahí lo cuento todo, es mi legado, el método Sierra i Fabra para jóvenes escritores. No me guardo nada. Pero ya avanzo que la clave es la idea, tiempo para  pensarla, documentación, hacer el guión y listos.

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Última parada, evolución. Con todo lo que ha viajado y escrito, con todo lo que sus sentidos han ido recopilando a lo largo de los años, a lo largo del mundo, no podemos evitar preguntarnos hasta cuándo. ¿No te gastas, Jordi? ¿La energía decae, tal vez los puntos de vista y reivindicaciones se suavizan o se transforman con el tiempo? ¿Hay cosas que ya no contarías o al menos no de la misma forma?

Coño, claro que gasta. En mis tiempos rockeros pasaba noches en vela, conciertos, fiestas, viajes. Hoy tengo 63 años y si no duermo 9 horas estoy hecho una porquería. Supongo que me sigo sintiendo (mentalmente) como si tuviera entre 18 y 25 años, pero mi cuerpo ya se va encargando de decirme que no, que el día menos pensado empezarán a fallarme las bujías, los frenos o qué se yo. En cuanto a lo de “suavizarme” o “cambiar”… no, ni hablar, al contrario, me siento más firme y radical que cuando tenía esos 25 años, porque soy más viejo, más listo, tengo más cicatrices. Lo que creo es lo que creo, y voy más a saco con ello, a pelear por mis ideas dispuesto a morir de pie (aunque nunca ha sido violento, al contrario, que conste). El tiempo te hace madurar, pero ay del que se sienta en un banco de un parque al sol y dice “yo ya luché, ahora me toca descansar”. Eso es morir en vida. Mi gran meta es llegar a vivir 100 años y morir escribiendo, porque eso querrá decir que he llegado al fin lúcido y con energía.

Fuera profundidades, gracias de corazón, Jordi, por haber compartido esta charla con todos nosotros. Un gustazo. Y ahora, desde luego, si tienes quejas, reclamaciones o palabras amables, dispón del espacio que quieras, porque es todo tuyo.

¡Menudo rollo he soltado! Hala, a vivir (y a leer).

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