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Chica conoce chico pero… (El conflicto en las novelas románticas)

Publicado el 30 enero 2015 por Escrilia @escrilia

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El género de más venta es también uno de los más estructurados a la hora de los argumentos. Y no es porque sean aburridos ni repetitivos, es porque resulta una estructura tan flexible que puede dar cabida a millones de variaciones, todas buenas, todas con la capacidad de emocionar y conmover. Los lectores del género romántico tienen muy claro lo que quieren y es obligación del escritor que desee adentrarse en este terreno intentar dárselo, envuelto en frescura.

El punto de partida de toda historia romántica es claro e inalterable: Se presenta la pareja protagonista, se conocen y se gustan (o al menos uno de los dos se da cuenta de eso y el otro necesita un poco de ayuda). Luego viene el conflicto, que será más o menos intenso dependiendo de la cercanía de la historia a la comedia y una de las cosas más importantes es la resolución: el amor triunfa.

El conflicto debe ser uno con suficiente potencial para la acción, la emoción y el drama (o la comedia) para arrastrar al lector dentro de la historia. Desde el punto de vista práctico: debe sostenerse durante unas 90.000 palabras.

En principio, el argumento propuesto debe definir las características de la pareja protagonista. Uno de ellos debe ser la clase de persona que se involucra en un problema de este tipo, tomando partido o iniciando la acción. O, si son empujados involuntariamente a este conflicto, su resolución satisfactoria definirá el crecimiento personal de cada uno. El comienzo del conflicto establece la relación entre ellos como amigos, como antagonistas o como amantes. También puede definir su relación con actores secundarios para terminar de redondear los personajes, mostrando aspectos distintos al romántico.

Lo más importante de todo es que el conflicto debe poder ser resuelto:
– Como el resultado lógico de todos los eventos previos
- De forma satisfactoria para los personajes involucrados
- De manera que cumpla las expectativas del lector

Una sugerencia común sobre la creación de un conflicto romántico sostenible es colocar a la pareja protagonista en las dos esquinas diametralmente opuestas de un evento político y/o social de importancia. Estas son situaciones que tienen margen para una gran cantidad de vaivén emocional, así como un montón de acción, lo que puede aumentar la tensión sexual necesaria para un romance. A primera vista, esto suena como una buena idea.

Pero su trabajo como escritor no sólo se limita a crear el conflicto y la tensión, sino que también debe resolverlo. Esto es especialmente importante en una novela de romance, donde sus lectores esperan que los protagonistas formen una relación amorosa duradera (y no hay que desilusionar al lector).

Si las metas de los personajes principales son completamente opuestas en el planteamiento del argumento, entonces la resolución se complica: Uno de los dos debe ganar y el otro perder. Si la chica gana, el chico se convierte en un cobarde fracasado. Y nadie ama a un héroe fracasado. Si gana el chico entonces la historia se convierte en otro relato de cómo el varón prevalece sobre la pobre, débil e inocente (o directamente tonta) fémina. Y no existe tal cosa como el “romance machista”.

Lo que queda es una situación donde ninguno de los dos gane, con espacio para el resentimiento mutuo. Dejando de lado la capacidad de auto sacrificio, un personaje que pierde se ve disminuido si está dispuesto a abandonar sus sueños y sus metas para embarcarse en una relación. Ninguna de estas soluciones será emocionalmente satisfactoria a ojos de los lectores.

A mi modo de ver, los mejores argumentos son los que hacen que ambos persigan el mismo objetivo. Qué mal (pensará usted): no hay posibilidad de conflicto en un planteamiento así.

En realidad hay dos tipos de conflicto: el aparente y el subyacente.

El conflicto aparente es ruidoso y espectacular, que hace comenzar la novela con un estallido. Parece imposible de abarcar. Puede ser resuelto, pero la solución está fuera del alcance de sus protagonistas, como el desenlace de una batalla épica o de un desastre natural. Tan devastador como parece al principio, en la práctica puede irse relegando a un segundo plano ante lo verdaderamente importante (para los lectores) que es la relación de la pareja protagonista. Es grande y terrible, pero simple.

El conflicto subyacente se muestra en forma gradual mientras avanza la historia. Es el que verdaderamente importa para que la relación entre los protagonistas sea posible y se puede resolver. No debe resolverse de forma fácil, pero es preciso que haya una solución.

Al exponer el conflicto aparente de su novela, siempre hay que tener en cuenta el conflicto subyacente. Mientras se desarrolla la relación romántica, el conflicto subyacente debe ser revelado poco a poco. En el conflicto aparente se encuentran las semillas para la resolución del conflicto subyacente.

Si él es un abogado de oficio escrupuloso en el seguimiento de la ley y ella una activista de “Femen” sus metas no serán las mismas, evidentemente. Pero se plantea una relación algo incómoda, donde él debe defender la chica, y entonces se comunican. Hay una oportunidad para su felicidad si se resuelve el conflicto planteado (el juicio) y acercan sus posiciones, porque básicamente los dos quieren lo mismo: justicia.

El objetivo subyacente debe ser (en esencia) común para ambos. Por otra parte, lo que cada uno entiende como el mejor método para lograr ese objetivo es lo que crea el conflicto. El gradual conocimiento mutuo es lo que irá demostrando que sus objetivos son el mismo, pero encarado desde puntos de vista y vías de acción opuestas. En eso radica la oportunidad para el compromiso: ver la meta de la otra persona a través de sus ojos y, al hacerlo, para convertirse en uno con esa otra persona. Esto, a su vez, es la clave del romance.

Como conclusión, es necesario entender que el conflicto aparente es el que crea los choques y pone piedras en el camino, pero no es verdaderamente importante. El objetivo básico de los protagonistas debe ser el mismo, para permitir una resolución satisfactoria en la que nadie pierda.

Hay otros tipos de finales posibles, dirá usted, en los que no todo termina bien. Por supuesto, pero esas son variaciones (tragicomedias, melodramas, dramas) que se alejan del argumento clásico de la novela romántica y para el lector asiduo del género dejan un regusto amargo parecido a la decepción.

Si su tendencia es hacia otro tipo de finales, entonces no estará escribiendo novelas románticas, sino algo parecido. Que también puede ser excelente literatura, eso no está en discusión.

Es cierto que la rigidez del género en este punto quita sorpresa al resultado (al final terminan juntos, siempre) pero eso no es lo que interesa al lector de este tipo de novela, sino que se siente atraído por descubrir el modo en que logran terminar juntos y allí hay cabida para toda la imaginación que podamos conseguir.

En las novelas románticas, los buenos (todos ellos, siempre y sin excepción) deben ganar. El amor prevalece y la felicidad de una vida juntos se consigue.


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