Revista Diario

China

Por Evaletzy @evaletzy
Una mañana te levantas y te vas a China.
Sepa usted, querido lector, que te resultó muy fácil el escribir esta primera frase así, pero que desde que te levantas en Madrid hasta que llegas a China ocurren más anécdotas que en Las mil y una noches, pero esas son otras historias que Letzy Sherezade algún día le contará.
China: hermoso país, hermosa gente, hermoso idioma. Sobre todo esto último, hermoso el idioma chino que diosito creó. «Letzy querida, ¿pensaste que en China te iban a hablar en argentino?», te preguntas. «Sí. Hasta tenía la ilusión de que algún chinito me convidara un mate, o un cañoncito con dulce de leche», te respondes. Resulta que una vez allí te das cuenta de que no puedes meterte el idioma chino en la cabeza como hace Neo en The Matrix con el kung-fu, una lástima. No solo nadie habla español sino que no hablan inglés. Tú esperabas poder charlar con todo chino que se cruzara en tu camino valiéndote de tus conocimientos inglesísticos que para eso tomaste clases y ahora es el momento de que tu esfuerzo e inversión te reditúen, of course. Pues va a ser que no. Y cuando aquí dices que no hay chino a la vista que hable english lo que realmente quieres decir es que no hablan english las recepcionistas de los hoteles, ni los empleados de las oficinas de turismo, ni los gatos dorados de los negocios que suben y bajan su pata izquierda. Tú no has sido lista como otros turistas que ves viajando por su cuenta, todos con sus tablets o smartphones siempre con el traductor inglés-chino, alemán-chino, suajili-chino al alcance de la mano.
Hete aquí que llega el momento de comer. Tu vocabulario chino se compone de tres palabras, a saber: Nihao (hola), shié-shié (gracias) y shué (agua). Eres consciente de que con estos vocablos no podrás explicarle al camarero que eres vegetariana y pedirle si es tan amable de servirte algún plato que tenga pasta, verduras rehogadas, si entre ellas incluye al bambú se lo agradecerías porque te encanta, y mucha salsa de soja, por ejemplo. Entonces decides señalar. Y aquí viene la pregunta de rigor: ¿qué señalas? Llegado este punto del relato le dirás al lector que tú sabes que él piensa desde hace bastante tiempo que eres exagerada. Sí, lo sabes. Y le vas a demostrar que tú nunca jamás exageras. A las pruebas te remites.
ChinaChinaTienes esto para comer (izquierda). Y si no te gusta,
tienes esto otro que parece tener muy buena pinta (derecha). ¿Qué plato le apetece al lector si se puede saber?
Tú parece que señalaste algo que se llama baodu. «¿En qué consiste?», se estará preguntando el lector. «¿Está seguro de que lo quiere saber?», le preguntas pero no recibes respuesta (es muy mal educado por su parte el no responderte, que lo sepa). Consiste en esa cosa gelatinosa y asquerosa que en Argentina se llama mondongo y en España se llama callos. Éste es el momento en el que necesitas hacer una aclaración pues sabes que no todos han tenido el placer de conocerte. Tu habitual carta de presentación es: «Hola, mi nombre es Letzy y detesto el mondongo». Esperas que con esta frase el lector sepa deducir la gracia que te hace el tener un plato rebosante de mondongo hervido a la espera de ser engullido por TU boca. A los chinos no les quita el sueño que el baodu no sea de tu agrado. Y lo bien que hacen en no dejarse desvelar por tus gustos gastronómicos. No te vas a poner quisqui (la palabra es quisquillosa, lo sabes, pero a ti te gusta acortarla, con perdón de la RAE una vez más), así que echas mondongo/callos al coleto y aquí no pasó nada.
Al salir del restaurante te dices: «ya va siendo hora de que te orientes Letzy». Recuerdas haber visto un cartel explicativo en la esquina y hacia allí te diriges. Mientras lo miras y lo vuelves a mirar, pues tienes la esperanza de que ocurra un milagro y aprendas a leer chino mientras lo desgastas con tu mirada, te dirás: orientarte, lo que se dice orientarte cual GPS, el cartel no te orienta (una vez más las pruebas están al alcance de cualquier lector que desconfíe de tus palabras).
ChinaEn todo tu viaje por China desorientada te quedarás, comerás lo que quien te atienda decida que comas y te convertirás en una experta del dígalo con mímica. Es tanta la destreza que adquieres durante tu viaje que estás pensando en competir en las próximas Olimpíadas de Mímica Contemporánea, no tienes dudas de que la medalla de oro será tuya luego de tu arduo entrenamiento chinesco. Aprendes a hacerle la mímica de aeropuerto a un taxista (se extienden brazos y se gira en el sitio para simular que se es un avión), aprendes a hacer la mímica de sal (tu mano izquierda se convierte en un plato y con la derecha espolvoreas una sal transparente. La china te dará de todo, excepto sal, pero al séptimo frasco acertará). Lo complicado, aunque al lector no se lo parezca, es hacer la mímica de baño. Mejor ni entras en detalles de las caras que ves mientras intentas explicarle a los chinos por medio de contorsiones corporales cuáles son los deseos de tu cuerpo y dónde los puedes satisfacer.
Aaahhh, China, ¡qué bien te lo pasas!

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