Revista Opinión

Ching y su ejército de piratas

Publicado el 18 julio 2020 por Miguel García Vega @in_albis68
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Tiempo lectura: 5 minutos

Hubo un tiempo, a principios del siglo XIX, que el Mar de la China era propiedad de Ching y su flota pirata.  Se cuenta que en sus buenos tiempos llegaron a tener casi 2.000 barcos con unos 40.000 piratas.

Todos al mando del mayor jefe pirata de todos los tiempos.

En este caso jefa: una mujer llamada Madame Ching.

Como no podía ser de otra manera dado el gremio al que nos enfrentamos, yo empezaré izando la bandera blanca para reconocer que es imposible desbrozar la realidad de la leyenda en este caso. Sobre Madame Ching se han contado multitud de historias; incluyendo al mismísimo Jorge Luis Borges, que le dedica un capítulo de su Historia universal de la infamia.

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Cantón (Guangzhou) sobre 1800

Lo se, mal empiezo. ¿Para qué seguir leyendo esto pudiendo irse con Borges ahora mismo? Lo entiendo perfectamente, adiós.

De todas formas yo me quedaré por aquí un rato, hablando solo.

La prostituta sin nombre

La que luego sería Madame Ching nace sobre 1775 en Guangzhou. Nace pobre y mujer, o sea, una más de los nadie. Tanto que no se conoce ni su nombre. Hasta los 16 años sobrevive a base de pequeños robos y contrabando, a partir de esa edad sobrevive como prostituta en uno de los cientos de barcos de flores (nombre artístico de burdeles flotantes) de Cantón.

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Hasta que un día pasa por allí Zheng Yi, el capitán de la flota de la Bandera Roja, un consorcio de piratas que campa a sus anchas por la región. Un hombre poderoso que se queda prendado de aquella nadie. Tanto que no se contenta con raptarla, violarla o pagarle por sus servicios: va y le pide matrimonio.

Los historiadores y cuentistas de la que unos llaman Zhen Shi, otros Ching Shih, y yo Madame Ching, no se ponen de acuerdo sobre su belleza; Borges, por ejemplo, le hace un retrato muy poco favorecedor.

 Zheng Yi, capitán pirata y marido de la jefa

En los que sí están todos de acuerdo, a razón de los hechos, es en la valentía e inteligencia de Madame Ching. Valentía para exigirle al gallo de la zona que, a cambio de casarse, compartiera con ella los botines y el poder; e inteligencia para gestionarlo mejor que el capitán.

Así que no está claro si Zheng Yi consigue con esa boda una pareja sentimental (veremos otros detalles más adelante), lo que sí logra es una socia de armas tomar.

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Estamos en 1801, Zheng Yi Sao (que significa la mujer de Zheng Yi) tiene 26 años y pasa de la nada a comandar toda una flota pirata a su cargo. Las órdenes las da su marido –al que obedecen unos hombres que no hubieran consentido ser mandados por una mujer– pero la estrategia la marca ella. Más que de Mary Read  o Anne Bonny, Madame Ching vendría a ser una antecesora de Michael Corleone.

Es ella la que consigue expandir la franquicia, unirse a otras flotas y llegar a tener el control del mar y las costas de la China meridional. Es ella quien convierte a su marido en una figura mítica. De 200 barcos, la flota de la Bandera Roja pasa a tener 1.400, una confederación pirata como nunca se había visto y a la que ni siquiera la armada imperial china podía hacerle frente.

Pero en 1807 Zheng Yi muere. Unos dicen que ahogado a causa de un temporal, otros que envenenado por sus propios hombres. El trono quedaba vacío. Pero nuestra Madame Ching supo retenerlo.

Ching se casa con su hijastro

Lo retuvo, entre otras cosas, gracias a un rápido golpe de pura política: se casa con Chang Pao, el hijo adoptivo de su difunto esposo y segundo de abordo del ala militar de la sociedad. Puro Shakespeare o Juego de Tronos, como prefieran.

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Cheng Po, el hijastro/marido/lugarteniente

Hay quien dice que Chang Pao era en realidad el amante de Zheng Yi y que éste lo adoptó para mantener el poder en la familia, con lo que el enlace entre Madame Ching y el capitán pirata nos aparece ahora como una suerte de boda lila.  El caso es que con Chang Pao al mando de las tropas los piratas siguen teniendo a un hombre al que obedecer y Madame Ching puede seguir dirigiendo el cotarro.

El negocio sigue creciendo, su área de influencia se extiende ahora desde Corea a las costas de Malasia. Cualquier barco que quiera navegar por allí se expone a ser abordado, a no ser que pague por su protección en una oficina que Madame Ching había abierto en Cantón a tal efecto. Es crimen organizado, no lo olviden. La flota también tiene en nómina a pueblos costeros, que le suministran víveres e información.

Mano de hierro

¿Cómo pudo una mujer retener tanto poder en un mundo de hombres e incluso aumentarlo? Aquella prostituta sin nombre rebosaba inteligencia y capacidad estratégica, tanto política como empresarial. Pero, además, no le temblaba el pulso.

No es fácil imponer el orden en un mundo de natural anárquico como el de los piratas. Por eso Madame Ching impuso un duro código –redactado personalmente, según Borges– que debía ser respetado a rajatabla bajo penas que acababan costándole algún miembro al infractor, habitualmente su cabeza.

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Representación de Madame Ching, aunque yo con una espada no la veo

Además, las penas se ejecutaban inmediatamente y sin posibilidad de revisión o apelación. Perdías  la cabeza, literalmente, si robabas del botín común, no obedecías una orden o molestabas a uno de sus súbditos, de los que cobraba tributo por su protección.

Las violaciones estaban prohibidas. Las mujeres capturadas como botín se subastaban y una vez compradas se convertían en esposas a las que había que tratar de forma respetuosa. El adulterio estaba prohibido para ambas partes. Tengan en cuenta que en los barcos piratas chinos viajaban las familias enteras, mujeres e hijos incluidos. Esto aumentaba la motivación en la lucha pero suponía más problemas de convivencia en las naves, que el código de Madame Ching cortaba por lo sano, con perdón.

Con todo esto consiguió una tropa más disciplinada que el ejército imperial.

Madame Ching contra el Imperio

En 1809 grandes zonas de China eran gobernadas por Madame Ching y no por la dinastía Qing desde la capital. El emperador Jiaqing estaba empeñado en recuperar el control y envió varias flotas contra los hombres de Ching, sin éxito. Luego pidió ayuda a ingleses, portugueses y holandeses, que tampoco lograron doblegarla.

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El emperador Jianqing, el del papelón.

Al final, el emperador reconoció su derrota en forma de ofrecimiento de amnistía para Ching si se entregaba. Ella se hizo un poco de rogar, hasta que en 1810 se presentó en Cantón a negociar con el imperio. Madame Ching no quería una solución personal sino meter a toda su flota en la amnistía. Y logró un acuerdo más que satisfactorio.

Según cuentan, a menos de 400 hombres de su ejército les fue mal con el trato, sobre todo al centenar que fue ejecutado. Pero el resto mantuvo su botín e incluso el gobierno subvencionó a los piratas con menos recursos para que volvieran a la legalidad.

A Chang Pao, aparte de poder conservar sus riquezas, le dieron mando en el ejército imperial para que combatiera a piratas enemigos.

Y Madame Ching se jubiló con toda su fortuna intacta. Bueno, lo de jubilarse no iba mucho con ella, así que aprovechó para montar una casa de apuestas y un burdel. Un triunfo absoluto.

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No me olvido de la muerte y destrucción que Madame Ching sembró a lo largo de su vida, pero tampoco que jugó con las cartas que tenía, que no eran precisamente buenas.

Aquella joven prostituta sin nombre murió en su cama a los 69 años, rica y poderosa, después de ser la dueña de la mayor flota de piratas de la historia, controlar parte de China y someter a un emperador.

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