Revista Cultura y Ocio

Cinco litros (1)

Publicado el 10 noviembre 2016 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

– Tenemos cinco litros, puros, acabo de destilarlos.

– De acuerdo, ¿Tienes ya la ratio de eficiencia?

– Sigo trabajando jefe.

– De acuerdo Nico, adiós.

Marcus colgó el teléfono y prestó de nuevo atención al hombre que tenía delante.

– Tenemos cinco litros.

– Bien Marcus, ¿Podemos seguir ya? – Preguntó el hombre, irritado.

– Puros, señor Ferregas, tenemos cinco litros puros.

El señor Ferregas se tiró de la corbata para aflojársela y se revolvió en su asiento, inquieto. Marcus, decidido a aprovechar su ventaja, apoyó los codos en el caro escritorio de caoba y se inclinó hacia delante.

– Tenemos cinco litros puros, señor Ferregas, ustedes no tienen nada.

– Mira Marcus, eres joven. Te estás metiendo con la compañía Funquel, somos una de las más grandes del país. Tienes cinco litros y es lo único que tendrás si sigues por ese camino. Podemos hacer que nadie te de financiación.

– Me van a llover las ofertas en cuanto esto se publique, la gente estará entusiasmada.

– Escucha, podemos ofrecerte el doble, un millón y un buen trabajo en nuestra compañía. Es más de lo que nadie esperó que conseguirías nunca.

Marcus se levantó y se dirigió hacia la puerta.

– He sido educado al venir aquí, he escuchado su oferta y la rechazo. En cuanto tenga la ratio de eficiencia voy a publicar la patente. Ponga a sus chicos a trabajar y que gane el mejor.

– ¡Eso no funciona así, y lo sabes! – Le gritó el señor Ferregas cuando ya había cruzado la puerta.

El señor Funquel se quitó los auriculares y se frotó las sienes. Lo había escuchado todo por el micrófono que había colocado Ferregas bajo la mesa. Todo formaba parte de una enrevesada estrategia que consistía en hacerles hablar con alguien de bajo rango de la compañía para que pensaran que no tenían demasiada importancia, pero era todo mentira. Si esos dos chicos tenían éxito podrían hacer tambalear su empresa. Estaría dispuesto a ofrecerles hasta su último céntimo, pero alguien que rechazaba un millón sin siquiera tenerlo en cuenta, también rechazaría cien. Funquel tenía más cartas en la manga, pero no había llegado a su posición siendo optimista, así que su próximo paso fue llamar a su corredor de bolsa.

– ¿Qué tal tu mujer, Ruber?

– Va tirando señor Funquel.

– ¿Ya la han operado?

– De momento seguimos esperando, pero somos optimistas.

– Todo va a salir bien, ya lo verás. Tú asegurate de llevarla a un buen hospital. ¿Necesitas dinero?

– No jefe, me pagas todo lo bien que necesito.

– Bien, bien, pues sigue cuidándote así. Adiós.

– Adiós jefe.

Puede parecer una charla normal y corriente, pero con esas pocas frases le había dicho lo que ocurría a su corredor y le había explicado como tenía que actuar. Todo era un código creado para confundir a los más que probables rivales que escuchaban su línea de teléfono. Funquel controlaba una inmensa cartera de acciones y una simple insinuación suya podía provocar caídas vertiginosas en los valores. Prácticamente todos los días tenía conversaciones como esas con su corredor de bolsa. Normalmente no tenían ningún contenido cifrado y eran solo para confundir, pero esta vez había sido distinto. En primer lugar las dos primeras preguntas significaban que había incertidumbre, el mensaje tranquilizador que las siguió tenía por objeto avisar de que las acciones de la Compañía Funquel iban a caer y despedirse con un adiós era un indicador de la gravedad de la situación. Por descontado era lo más grave que le había ocurrido a la compañía desde hacía veinte años. Por ese motivo no podía simplemente quedarse de brazos cruzados. Tampoco había llegado a su posición sin emprender acciones desesperadas. Por mucho que le doliera, tenía que jugar sucio. Marcus había dicho que ganara el mejor, pero como le había respondido Ferregas, eso no funcionaba así. Funquel no era un mal hombre, pero tenía que pensar en el empleo de cientos de personas, muchas veces el único sustento de las familias. Además, nadie podía negar que donaba parte de su fortuna a la beneficencia todos los años. En realidad Funquel no era un mal hombre, pero conocía a unos cuantos. Reprimió un remordimiento de conciencia y tomó el teléfono para hacer una última llamada.

Marcus se subió en su coche y se puso a conducir de manera furiosa, maldiciendo el día en que había publicado su proyecto. En aquel momento le había parecido una buena idea, una forma de entusiasmar a la gente y conseguir financiación para perfeccionar el proceso y fabricar a gran escala, pero no les había dado más que problemas. Resultó que la compañía Funquel estaba investigando lo mismo, e iban muy retrasados. Desde aquel momento habían tenido todo tipo de inspecciones y trabas legales. Incluso le habían puesto una multa de tráfico por tener un faro del coche fundido. La compañía Funquel tenía largos dedos y llegaban a todas partes, pero Marcus era perseverante. No dejaría que le quitaran esto. Todavía no se había tranquilizado cuando llegó a su laboratorio, aunque en realidad era un poco presuntuoso llamarlo así ya que no era más que un garaje alquilado en la parte trasera de una ferretería. Aparcó el coche y empezó a hervir más si cabe de ira. La puerta estaba abierta, Nico se había olvidado de cerrarla de nuevo. Era un buen químico, pero por dios que era la persona más despistada que Marcus había conocido nunca. Se bajó del coche y cerró de un portazo, pero a medida que se acercaba a la puerta se le fue helando la sangre en las venas. La puerta estaba abierta y no salía ninguna luz de dentro. Lo que era aún peor, a medida que se acercaba podía percibir un ligero aroma a electrónica quemada. Marcus cubrió los últimos diez metros corriendo e irrumpió en el laboratorio.

– ¿Pero qué ha pasado? – Dijo encontrándose con Nico trasteando en el cuadro de fusibles con una linterna entre los dientes.

Nico en cuanto lo vio llegar dejó caer la linterna al suelo y se puso a revolotear a su alrededor.

– ¡Te juro que yo no he hecho nada! Esta vez no ha sido un despiste, yo tan solo estaba haciendo cálculos en el ordenador cuando de pronto todo se fundió. Los fusibles no saltaron, tuve que arrancarlos del cuadro a mano, pero para cuando me di cuenta ya estaba todo destrozado. Debió ser una subida de tensión o algo, te juro que no se lo que ha pasado. Ahora estaba intentando volver a conectar la corriente.

– Hazlo, ¡Y rápido! – Marcus se maldijo a si mismo por gritar a Nico, esta vez no había sido su culpa.

– Ya está, parece que ahora ya ha vuelto a la normalidad.

Mientras tanto Marcus ya estaba frente a los biorreactores, intentando conectarlos de nuevo.

– Mierda, están totalmente fritos. Vamos, pásame el termómetro.

Nico obedeció, por una vez sin tropezar con todo lo que encontraba en su camino y se lo alcanzó, para que Marcus comprobara lo que sabía que era inevitable.

– ¡Quince grados! – Gritó – Lo hemos perdido. Los tanques están estériles.

Marcus pensó que si algo de eso ocurría estallaría en lágrimas, se enfurecería o rompería cosas, pero le invadió una extraña calma. Nico se lo quedó mirando mientras este acercaba una silla y se sentaba en ella. Al fin y al cabo, es lo que todo el mundo le había dicho, que fracasaría. A pesar de todo, Nico intentó animarlo.

– Ya tenía la ratio de eficiencia, y la guardé en una memoria externa antes del apagón.

Marcus se desató las botas y estiró las piernas.

– Todavía tenemos los cinco litros.

Eso era verdad, seguían teniendo los cinco litros.

– Cinco litros puros.

Esos eran los requisitos de la patente, una muestra del producto, una base teórica y la ratio de eficiencia.

– Cumplimos los requisitos, mañana…

– Cállate.

Marcus estaba pensando. En cuanto abriera la oficina podría presentar la patente. Al menos tendrían eso, pero si no comenzaban a producir tendrían que permitir por imperativo legal que otros lo hicieran.

– Podemos pedir un préstamo, comprar nuevos biorreactores, en unos meses podríamos estar produciendo

Marcus recordó las palabras de Ferregas, nadie les iba a dar financiación.

– Tenemos a la compañía Funquel en contra. Nadie nos va a dar nada.

Por fin, Nico dio con lo único que Marcus necesitaba escuchar.

– No estamos peor que al principio.

Silvestre Santé


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