Revista Cine

Cine en serie – Legend

Publicado el 23 marzo 2010 por 39escalones

MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (XIII)

En pleno apogeo del cine fantástico para adolescentes gracias al bombazo que supuso La historia interminable, Ridley Scott, el director que sin duda más veces ha aparecido (para bien y para mal) subiendo y bajando esta escalera, se marcó en 1985 Legend, uno de los más célebres fiascos de su carrera (dentro de los muchos que tiene) y también uno de los más recordados fracasos financieros del cine americano de los ochenta; una película cuyas virtudes y defectos se han ido agigantando, revalorizando, con el tiempo y que con el paso de los años ha ido adquiriendo un aura mítica que casi la ha convertido en un clásico de culto, sin que, eso sí, tal apelativo venga realmente justificado por el contenido.

Lili (Mia Sara) es una joven princesa, hermosísima (estaría bueno que no lo fuera) e inocente (ídem) que disfruta paseando su almibarada existencia por el maravilloso bosque que se encuentra en sus dominios. Tanto paseo y tanta escapada llama la atención de su familia, así que disimula su afición diciendo que se ocupa en visitar a unos parientes que viven por allí, cuando en realidad acude a ver a Jack (nombre muy poco fantástico para una historia legendaria, a priori), interpretado por un jovencísimo Tom Cruise, un duende o elfo verde que corretea por allí y con el que Lili, moza de lo más pura (hay que ver cómo cambia el sentido una sola letra) e ingenua, tiene una amistad muy especial, mágica, quizá demasiado. Mientras tanto, una cornuda criatura infernal (Tim Curry), una monstruosa encarnación del demonio, cornamenta incluida, se propone sembrar el mal en el mundo extendiendo la noche eterna sobre él; para ello debe acabar con la encarnación de todo lo bueno y digno que hay en el mundo matando al último de los unicornios, un ejemplar blanco que vive en ese mismo bosque, al cual sólo pueden acercarse y dominar los seres puros e inocentes como Lili (qué casualidad), y robándole su cuerno. Por eso, el diablo debe conseguir que Lili se acerque a él y lo mate, antes de, por supuesto, tomarla por esposa (o más bien tomarla a secas). Jack, Lili y otros pequeños amigos lucharán con todas sus fuerzas para que el malo maloso no se salga con la suya.

Vayamos primero con las virtudes: la película, veinticinco años después, sigue resultando visualmente apabullante, hermosísima, de lo más vigente. Casi tres décadas de avances tecnológicos y de efectos especiales no han hecho ni un ápice de mella en la belleza visual que destila, en la minuciosa y preciosista recreación de un mundo de fantasía, tanto en los personajes y atmósferas positivos como en el retrato del mal y de las características que todos asociamos a él (en especial el diseño del personaje de Tim Curry es extraordinariamente efectivo). Scott consigue una puesta de escena sublime en la que la magia y la amenazante y permanente inquietud de la latente y siempre acechante presencia del mal son dos personajes más, todo al servicio de un derroche imaginativo que encuentra una plasmación inmejorable en la excepcional labor de ambientación de los escenarios y de caracterización de los personajes. Por otro lado, la cinta es realmente breve, apenas noventa minutos, cosa que se agradece más todavía en un momento como en el actual en que cualquier tontería filmada con muñequitos y efectos especiales requiere entre dos horas y dos horas y media, si no más, de nuestra paciencia.

El problema, la razón del fiasco, viene sostenida por el argumento y por la forma en la que es presentado. La magnificencia visual no viene acompañada de una complejidad argumental que la apoye y justifique; la narración es plana, maniquea, previsible y facilona, asume una serie de postulados azucarados de la tipología Disney que casi hacen de la película una version en carne y hueso de los clásicos de esa marca, el guión resulta frío, carente de momentos de verdadera tensión o de emociones, románticas o no, realmente destacables, lo que genera distancia e indiferencia por parte del espectador. Los personajes, excesivamente maniqueos, no despiertan simpatía ni antipatía, y nunca llegan a interesar más que las envolventes atmósferas en las que se encuentran. La historia, por tanto, queda a años luz de la ambición formal y deriva en algo convencional, vulgar y tópica, que deliberadamente se aleja de todo aspecto truculento y de cualquier lectura más ambiciosa y se contenta con una bienintencionada blandura sin elaborar al servicio de una moral tan políticamente correcta como superficial.

Por último, recordar que algunas de las tomas en las que Scott muestra el unicornio fueron introducidas en el montaje del director que se reestrenó y comercializó de Blade Runner, innecesario invento comercial que empeora caprichosamente la redondez de la primera versión.



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