Revista Fotografía

'Cinema Paradiso'

Por Diegoibarra @DiegoIbarra_S

El último cineUnas manos sujetan una diminuta entrada de cine mientras una linterna de plástico alumbra tímidamente el contorno del papel. Unos murmullos recorren la antigua sala de proyección de Mingora, ubicada en el corazón del Valle de Swat, mientras resiste estoicamente a los continuos envites que intentan acabar con el último cine de lo que una vez fue conocida como los Alpes paquistaníes.

El último cine

Las paredes están recubiertas de antiguos carteles de películas. Pistolas, 007 al estilo paquistaní, prominentes bigotes, AK-47 en mano y coloridas danzarinas evocan el estilo bolliwoodiense hindú, pero con un aroma pasthún. Uno tras otro recuerdan la etapa dorada de Lollywood, el cine paquistaní, ahora en declive ante la falta de ayudas del gobierno y el encarecimiento de los costes de producción.

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Si bien la década dorada del cine paquistaní tuvo su máximo esplendor en los sesenta, la llegada de los DVD, televisiones digitales y los dos años y medio de oscurantismo talibán que gobernaron el Valle bajo el férreo mandato del Mulá FM, han dejado a la última sala de cine en estado comatoso. Un eterno bucle que sueña con repetir  su particular 'Cinema Paradiso'.

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Una pequeña sala tímidamente alumbrada alberga las maquinas de proyección. Cintas, bobinas, una silla que cojea y un antiguo baúl impregnan la habitación con el aroma de los rollos de celuloide.

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Durante los dos últimos años ha sido la casa adoptiva de Usman. Un joven paquistaní que tuvo que huir de Swat cuando los talibanes se hicieron con el control del Valle.  'Tras la llegada del Mulá FM tuve que huir de Mingora. Me amenazaron en repetidas ocasiones. Estaba asustado y decidí desplazarme a Mardan poco después de ver cómo los talibanes habían plantado en la plaza del pueblo estacas con cabezas decapitadas' explica recordando la pesadilla y añade, ahora la normalidad ha vuelto al Valle y sobrevivo con 8.000 rupias al mes ( 70 euros).

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Mientras el joven Usman prepara las cintas para la sesión de la tarde, en una pequeña sala arrinconada Fazhal Ghahi, de 60 años, prepara los tickets de entrada. En una angosta habitación tímidamente iluminada por una bombilla recuenta la recaudación de la semana. Lleva 42 años trabajando en el cine. Y al igual que su compañero, tuvo que huir con la llegada de los talibanes a la pequeña localidad de Mardan. 

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'El cine lo es todo para mí. No sabría qué hacer sin esta sala, sin las películas, ni la gente que viene a verlas. Sé que ahora no tenemos tantos clientes y apenas llegan películas paquistaníes pero es el último cine del Valle y a pesar de las tiendas de DVD todavía viene mucha gente de todo el Valle de Swat a verlas'.

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Ungoteo pausado de visitantes va ocupando poco a poco los asientos envejecidos por el tiempo de la sala de cine. Los más jóvenes se refugian en las zonas más oscuras para fumar a sus anchas.

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El olor del hachís se entremezcla entre las paredes descorchadas y los pequeños recovecos que conforman la sala. Las llamadas de móviles parecen no importar demasiado. Los espectadores clavan su mirada en las 'Julietas' soñadas entre risas, pitidos y algún que otro incontrolado aplauso.

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Con la llegada del formato digital, las calles están repletas de establecimientos que ofrecen películas a menos de un euro. No obstante, y pese al goteo de espectadores, el cine durante el viernes sigue siendo una cita ineludible para los habitantes de Swat que esperan ansiosos las películas pasthunas repletas de tiros, bailes y amores shakesperianos.

El último cine

Las luces del cinemascope dejan entrever las miradas de los espectadores que conviven con la estoica sala del antiguo cine. Y como un bastión obstinado que se niega a desaparecer, contigua cobijando a los curiosos del celuloide. 

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