Revista Cultura y Ocio

CiuDaDes

Publicado el 28 febrero 2010 por Xim
CiuDaDes

En el apartado de literatura de mi blog, escribí a principios de Diciembre, uno de los relatos del escritor italiano Giorgio Manganelli de su libro “Centuria”, donde el autor agrupó cien breves micronovelas de un folio de extensión. En esta ocasión vuelve a ser un italiano, que agrupando breves apuntes a través del tiempo y circunstancias, da forma a un libro titulado “Las Ciudades Invisibles”, un librito maravilloso que por fortuna todavía conservo, aunque es del año 1972 yo lo adquirí el día 23 de Junio de 1986, así aparece escrito en la primera página. Su autor es nada menos que Italo Calvino, un escritor que igualmente me complació con otros libros como “Las Cosmicómicas”, o las tres novelas que forman: Trilogía “Nuestros antepasados” (I nostri antenati)
El vizconde demediado (I visconte dimezzato, 1952)
El barón rampante (Il barone rampante, 1957)
El caballero inexistente (Il cavalieri inesistente, 1959)
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En noviembre de 1972, Italo Calvino, nacido en Cuba pero de padres y educación italianos, publica “Las ciudades invisibles”, un libro cuya gestación se produce de manera muy similar a los actuales blogs, mediante la clasificación de breves relatos en "etiquetas":
"Cuando escribo procedo por series: tengo muchas carpetas donde meto las páginas escritas, según las ideas que se me pasan por la cabeza [...]. Cuando una carpeta empieza a llenarse de folios, me pongo a pensar en el libro que puedo sacar de ellos. Así en los últimos años llevé conmigo este libro de las ciudades, escribiendo de vez en cuando, fragmentariamente. Durante un período se me ocurrían sólo ciudades tristes, y en otro sólo ciudades alegres. [...] Se había convertido en una suerte de diario que seguía mis humores y mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en imágenes de ciudades: los libros que leía, las exposiciones de arte que visitaba, las discusiones con mis amigos".
Finalmente Las ciudades invisibles constará de 11 series (o etiquetas) de 5 textos cada una: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, etc. Total 55 ciudades imaginarias a las que Italo Calvino da nombre de mujer y trata de hilvanar mediante el argumento de que es Marco Polo quien describe a Kublai Kan, emperador de los tártaros, algunas de las ciudades de su vasto imperio. Con este fin de dar cohesión a una obra formada por multitud de pequeños relatos, cada capítulo del libro va precedido y seguido por un texto en cursiva en el que Marco Polo y Kublai Kan reflexionan y comentan.
Se trata de un libro de difícil lectura que, según el autor, "debe leerse como se leen los libros de poemas". Poemas que algunas veces parecen describir ciudades que nos son conocidas y otras veces parecen describir la forma de pensar y de ser de algunos de sus habitantes.
En la nota preliminar el autor nos da algunas pistas que nos ayudarán a comprender el libro:
"Lo que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, [...] trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices".
Quizás también ayude a entender la obra la frase con la que concluye:
"buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio".
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He escogido de entre todos los relatos dos muy diferentes entre sí, espero que os gusten y os cautiven tanto como a mí...
*** LAS CIUDADES TENUES *** 3 *
“Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un hechizo o sólo un capricho, lo ignoro. El hecho es que no tiene paredes, ni techos, ni pavimentos: no tiene nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías de agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos: una selva de caños que terminan en grifos, duchas, sifones, rebosaderos. Contra el cielo blanquea algún lavabo o bañera u otro artefacto, como frutos tardíos que han quedado colgados de las ramas. Se diría que los fontaneros han terminado su trabajo y se han ido antes de que llegaran los albañiles; o bien que sus instalaciones indestructibles han resistido a una catástrofe, terremoto o corrosión de termitas.
Abandonada antes o después de haber sido habitada, no sé puede decir que Armilla esté desierta. A cualquier hora, alzando los ojos entre las cañerías, no es raro entrever una o muchas mujeres jóvenes, espigadas, de no mucha estatura, que retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas suspendidas sobre el vacío, hacen abluciones, o se secan, o se perfuman, o se peinan los largos cabellos delante del espejo. En el sol brillan los hilos de agua que se proyectan en abanico desde las duchas, los chorros de los grifos, los surtidores, las salpicaduras, la espuma de las esponjas.
La explicación a la que he llegado es esta: de los cursos de agua canalizados en las cañerías de Armilla han quedado dueñas ninfas y náyades. Habituadas a remontar las venas subterráneas, les ha sido fácil avanzar en su nuevo reino acuático, manar de fuentes multiplicadas, encontrar nuevos espejos, nuevos juegos, nuevos modos de gozar el agua. Puede ser que su invasión haya expulsado a los hombres, o puede ser que Armilla haya sido construida por los hombres como un don votivo para congraciarse con las ninfas ofendidas por la manumisión de las aguas. En todo caso, ahora parecen contentas esas mujercitas: por la mañana se las oye cantar”.
Y cantan el “Madame Butterfly” tomando largos baños en estancias vaporosas:

*** LAS CIUDADES Y LOS MUERTOS *** 3 *
“No hay ciudad más propensa que Eusapia a gozar de la vida y a huir de los afanes. Y para que el salto de la vida a la muerte sea menos brusco, los habitantes han construido una copia idéntica de su ciudad bajo tierra. Los cadáveres, resecados de manera que no quede sino el esqueleto revestido de piel amarilla son llevados allá abajo para seguir con las ocupaciones de antes. De éstas, son los momentos despreocupados los que gozan de preferencia: los más de ellos se instalan en torno a mesas puestas, o en actitudes de danza o con el gesto de tocar la trompeta. Sin embargo, todos los comercios y oficios de la Eusapia de los vivos funcionan bajo tierra, o por lo menos aquellos que los vivos han desempeñado con más satisfacción que fastidio: el relojero, en medio de todos los relojes detenidos de su tienda, arrima una oreja apergaminada a un péndulo desajustado; un barbero jabona con la brocha seca el hueso del pómulo de un actor mientras éste repasa su papel clavando en el texto las órbitas vacías; una muchacha de calavera risueña ordeña una osamenta de vaquillona.
Claro, son muchos los vivos que piden para después de muertos un destino diferente del que ya les tocó: está atestada de cazadores de leones, mezzosopranos, banqueros, violinistas, duquesas, mantenidas, generales, más de cuantos contó nunca ciudad viviente.
La obligación de acompañar abajo a los muertos y de acomodarlos en el lugar deseado ha sido confiada a una cofradía de encapuchados. Ningún otro tiene acceso a Eusapia de los muertos y todo lo que se sabe de abajo se sabe por ellos.
Dicen que la misma cofradía existe entre los muertos y que no deja de darles una mano; los encapuchados después de muertos seguirán en el mismo oficio aun en la otra Eusapia; se da a entender que algunos de ellos ya están muertos y siguen andando arriba y abajo. Desde luego, la autoridad de ésta congregación está muy extendida.
Dicen que cada vez que descienden encuentran algo cambiado en la Eusapia de abajo; los muertos introducen innovaciones en su ciudad; no muchas, pero sí fruto de reflexión ponderada, no de caprichos pasajeros. De un año a otro, dicen, la Eusapia de los muertos es irreconocible. Y los vivos, para no ser menos, todo lo que los encapuchados cuentan de las novedades de los muertos también quieren hacerlo. Así la Eusapia de los vivos se ha puesto a copiar su copia subterránea.
Dicen que esto no ocurre sólo ahora: en realidad habrían sido los muertos quienes construyeron la Eusapia de arriba a semejanza de su ciudad. Dicen que en las dos ciudades gemelas no hay ya modo de saber cuáles son los vivos y cuáles los muertos”.

Xim #10

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