Revista Cultura y Ocio

Claroscuros de Francia

Por Zogoibi @pabloacalvino
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Hoy, diez de octubre, dos hermanos míos celebrarán sus cumpleaños a dos mil quilómetros al sudoeste de aquí. Hacia ese rumbo, el pronóstico del tiempo en esta parte de Francia no es halagüeño; ya el día ha amanecido lluvioso; así que altero mi itinerario planeado para intentar evitar otra mojada como la de ayer. La noche, en cambio, ha sido estupenda, de ésas raras en que duermo bien de verdad, la habitación calentita, el hotel muy tranquilo.

Como novedad, cojo un tramo de autovía (el primero en quince mil qulómetros de viaje) con objeto de salvar Dijon lo antes posible. Ya llevo un rato en carretera cuando, cerca de dicha ciudad, me asaltan cuatro motoristas de la policía aduanera indicándome que me eche al arcén. Luego, sin saludar siquiera, me espetan que son agentes de aduanas y se quedan un momento mirándome, como esperando mi reacción. Igual es que tienen fama de ser muy duros y yo debería de acojonarme, pero como lo ignoro, me limito a decir, ‘bien, ¿y qué quieren?’ ‘Registrar su equipaje’, contesta uno de ellos, ‘¿le importa abrirlo?’ Según estoy haciéndolo, le pregunto: ‘¿acaso puedo negarme?’, pero no me responde. Mientras registran mi mochila, me hacen las típicas preguntas: de dónde vengo, a dónde voy, qué llevo. Se me ocurre pensar que una moto, aunque sea pequeña, tiene varios lugares donde se podría esconder algo comprometedor; pero no hacen tal registro. ¿Qué andarán buscando? Cmo no encuentran nada, se marchan y me dejan en paz; eso sí, despidiéndose a la francesa, como no podía ser de otro modo. Han sido tan simpáticos como nuestra guardia civil de tráfico; es decir, unos bordes.

Parque natural blabla

Alrededores de Saulieu

Pasado Dijon, regreso a las carreteras normales; y poco después, en Saulieu, me paro a tomar tomar mi café con croissant de rigor, ese desayuno que no me pierdo aunque, como hoy, ya pasen de las doce. Esta ciudad parece bastante bonita (como tantísimas en Francia), pero no quiero demorarme aquí porque la lluvia, que a duras penas vengo esquivando, puede arreciar en cualquier momento.

Otoño en el parque natural Morvan

Otoño en el parque natural Morvan

Salieu está dentro del parque natural de Morvan, que es de una belleza impresionante; parecido a los parajes que he cruzado estos días atrás pero más llamativo aún; los colores más densos y contrastados, más cercanos, casi tangibles; intensos juegos de luces y sombras, mayor variedad en la flora, un espeso lecho de hojarasca, el musgo en los troncos, las laderas pobladas de primitivos helechos… Es, sin lugar a dudas, el trecho más bonito por el que he pasado en todo el viaje, excepción hecha de Noruega. Lástima que el tiempo me obligue a estar muy pendiente del asfalto, no sea que me encuentre un parche de humedad tras una de las muchas curvas de esta estrecha carretera; las últimas curvas, por cierto, que voy a encontrarme en muchos quilómetros a partir de ahora y merecedoras de tal nombre, porque se trata de las postreras estribaciones montañosas en mi ruta hasta que llegue a los Pirineos. De aquí hasta allí todo será llano.

La brújula del musgo

La brújula del musgo

Un par de horas más tarde doy por finalizada la etapa -una de las más largas del viaje con 260 km- en un lugar llamado Le veurdre, una localidad minúscula y poco hospitalaria a 10 km de Saint Pierre le Moûtier sin más atractivo que el de tener un hotel; y bastante caro además: 70 € (frente a los 40-45 que vengo pagando en Francia) por una habitación muy regular. Supongo que será la falta de competencia en esta zona. Estoy en el Peys de Lévis, fea comarca a la que -pese a la publicidad que se hace- encuentro muy poco chiste… no sólo estéticamente, sino en otros sentidos: la mujer que despacha en el colmado, más seca que una mojama, no me responde ni al saludo; en el bar de enfrente, frío y desangelado, con una barra minúscula, no sirven más que vino y cerveza de botellín; y un segundo bar, sin letrero alguno, resulta menos acogedor aún con su ambiente todo lleno de humo. Yo creí que en Francia estaba prohibido fumar en los bares.

De blabla a Le Veurdre

De Pesmes a Le Veurdre

Por asociación de ideas, me asalta una curiosidad: ¿habrá alguna relación entre el entorno y el carácter de la gente? Un lugar feo, ¿vuelve a sus habitantes más ariscos? Un medio ambiente inspirador, ¿torna a la gente más amable? O a la inversa: ¿tienden las personas con más sensibilidad a poblar los lugares más agradables? No es la primera vez que me parece percibir tales conexiones; pero, claro, habiendo tantísimas variables en juego, bien puede ser una falsa percepción mía, tal vez influida por mi propio humor, éste sí condicionado por el entorno. O sea que, después de todo, quizá la relación entre entorno y carácter no sea más que una subjetiva impresión mía. Pero si eres curioso, lector, te lo propongo como ejercicio.

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