Revista Opinión

Clases, obreros, trabajadores, sujetos, 2

Publicado el 13 septiembre 2010 por Manuhermon @manuhermon
Seguimos con el debate de las clases,obreros, trabajadores y sujetos. Continúa escribiendo mi amigo Pepe.
La lucha de clases
Vamos con ‘la lucha’. Dos no luchan si uno no quiere...y se deja pegar; lo cual no quiere decir que el que quiere luchar renuncie a obtener lo que desea, pero sin lucha. Si pide y se lo entregan sin resistencia, o con una resistencia testimonial, pues, estupendo. Eso es lo que ha estado ocurriendo en el mundo durante los últimos 30 años, no sólo en el tercer mundo, también en el primero. Eso no es lucha de clases, claro; es rapiña de clase, con argucias ideológicas y poca resistencia de los que se han dejado expoliar.
Lo anterior no quiere decir que no haya oposiciones de clase, grupos sociales con intereses no coincidentes, o aún antagónicos, sino que hay unos muy listos que se las han arreglado muy bien para que los otros, la amplia mayoría de la población laboral, haya ido renunciando, a partir de los años 80, a las mejoras obtenidas desde el fin de la II guerra mundial (la llamada crisis del Estado del bienestar y su corrección, que ha sido su merma) para satisfacer las ilimitadas expectativas de los más afortunados. Los pobres tienen demasiado y los ricos demasiado poco, decía Ronald Reagan, que expresaba muy bien el insaciable apetito de dinero de la burguesía norteamericana más rapaz, representada entonces por el Partido Republicano.
Vicens Navarro señala en uno de sus escritos que la clase burguesa más poderosa de la historia (la norteamericana) es una clase invisible, no porque haya renunciado a perseguir sus intereses, sino porque lo consigue sin que se perciban sus intenciones. Chomsky indica que esta clase ha logrado presentar sus particulares intereses como los intereses generales de todo el país y hacer ver los intereses de todos los demás (trabajadores, parados, emigrantes, enfermos, jubilados, etc,) como intereses particulares y, por tanto, contrarios al interés general, nacional, cuya patriótica representación esa clase se arroga en exclusiva. Cosas de la hegemonía, que diría Gramsci.
Esta clase, esta burguesía americana, junto con las de otros países, no ha cejado en perseguir sus intereses y ha utilizado todas las instituciones nacionales e internacionales para conseguirlo. Esta clase, que niega la lucha de clases, no ha dejado de luchar como clase contra otros estratos sociales para conseguir lo que desea.
La antigüedad de la lucha de clases
Empecemos por la calificación de los conceptos, que no es inocente. Los conceptos pueden ser antiguos pero no anticuados, sino plenamente válidos a pesar del tiempo transcurrido desde que se formularon (¿Está anticuada la ley de la gravedad?, ¿Están anticuadas las leyes referidas a la energía cinética o las de Gay Lussac y de Boyle sobre los gases, o las leyes de Mendel?). En este sentido encuentras anticuado el concepto lucha de clases y equiparas marxista y tradicional (algo así como carlista y tradicional), por viejo e inútil. De lo cual no deduzcas que afirmo que todo lo que lleve el marchamo de marxista tiene plena vigencia.
Comparto tu preocupación por los errores que puede cometer la izquierda al no percibir que cambian los estados sociales, pero eso no implica aceptar que sea la derecha la que dicte la caducidad de los conceptos que muestran u ocultan tales cambios. Vivimos bajo la hegemonía de la burguesía más conservadora, que utiliza el poder que tiene para imponer sus ideas, sus marcos de referencia (No pienses en un elefante), sus conceptos, su agenda cultural, informativa y educativa, además de política. No es casual que el término lucha de clases haya desaparecido del discurso político general, porque las clases sociales también han desaparecido de los mensajes de los partidos y de la prensa. No es de buen gusto aludir a ellas. Parece anticuado, y utilizado por los resentidos.
La clase que es la gran beneficiaria de este orden social está muy interesada en negar tal situación y elimina del campo académico, cultural y periodístico los conceptos que puedan describir su privilegiada posición y ponerla en peligro (la ignorancia siempre ha sido un arma de los dominadores). Pero no estamos en una sociedad igualitaria, ni en una democracia plena y representativa, ni las rentas son semejantes, ni se reparte el excedente social de forma equitativa, ni, por tanto, pertenecemos todos a una gran clase media, tal como señalan los émulos de la sociología norteamericana, donde las diferencias de renta se deban sólo a los méritos personales; al mayor o menor interés, tesón o capacidad de los individuos para moverse en la escala social, sin que existan obstáculos estructurales (de clase) que lo impidan.
Las diferencias sociales en España son antiguas, muy grandes y estructurales; estamos en una sociedad muy polarizada, tanto en renta como en cultura e influencia política, con arraigados resabios estamentales, pero desde los años 80 las sociedades occidentales también se han polarizado al debilitarse el Estado del bienestar (fruto de la revolución conservadora), que, a pesar de todo, sigue siendo más extenso que en España.
Preguntas si hay que cambiar las personas o las ideas. Pues no sé; lo que sí sé es que, en política, hay que conservar las ideas que sean útiles a las clases subalternas, no las ideas útiles a la burguesía, a las burguesías. No hay que dejarse llevar por la idea de cambiar constantemente; de que hay que renovarse, de que hay que modernizarse, que debe tanto al estúpido mundo (submundo) de la moda y de la publicidad, como del periodismo, para el cual el valor dominante es lo nuevo, pero en política lo nuevo no es necesariamente lo mejor, ni lo más útil.
Y si bien es cierto que cierta izquierda teóricamente ha envejecido, otra se ha dejado llevar por esta tendencia moderna y ha asumido, sin un ápice de crítica, que debe acomodarse a la más rabiosa actualidad aceptando nociones y tendencias políticas, económicas y sociológicas, a veces, de lo más peregrino. Y una de estas ideas, que tú asumes, es que la lucha de clases, y más aún la parte que asume la parte trabajadora está desapareciendo.
Esa idea afortunada salió del informe que Michel Crozier y Samuel Huntington prepararon en 1975 para la Comisión Trilateral (recién fundada por Rockefeller en 1973), como un anticipo de lo que había de venir, que era la revolución conservadora (de nuevo me remito al libro, para no repetir); la gran reacción de la derecha, primero americana y luego mundial, a las conquistas de la izquierda y del tercer mundo en los años sesenta. Fue una especie de Congreso de Viena con sede en Washington para quitarse de encima el susto del 68, como los convocados por Metternich en 1815 quisieron acabar con el ejemplo de la Revolución francesa y volver a colocar las cosas en su (injusto y regio) sitio.
Fue la rebelión de los ricos contra los pobres y los estratos bajos de las clases medias, capitaneada por Reagan y Margaret Thatcher, mientras sus voceros proclamaban que no existía la lucha de clases…y algunos en la izquierda se lo creyeron.
José M. Roca

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