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"Claus y Lucas", de Agota Kristof

Publicado el 14 abril 2014 por María Bravo Sancha @Labocadellibro
Me acuesto y, antes de dormir, hablo mentalmente a Lucas, como vengo haciendo desde hace muchísimos años. Le digo más o menos lo de siempre. Le digo que, si está muerto, tiene suerte y que me encantaría estar en su lugar. Le digo que a él le ha correspondido la mejor parte, que yo debo llevar la carga más pesada. Le digo que la vida es de una futilidad total, que no tiene sentido, es aberración, sufrimiento infinito, invento de un No-Dios cuya maldad rebasa comprensión (pág. 439).

El Aleph
Género: el drama de la guerra
País: escrito en Suiza.
Nacionalidad: húngara.
Año: 1987, 1988 y 1991.
Páginas: 444
Premios:
  -Premio Europeo de Literatura Francesa
   por El gran cuaderno (1986).
  -Prix du Livre Inter
   por La tercera mentira (1992).
  

No suelo leer libros que versen sobre las guerras que asolaron la Europa del siglo XX, pero esta vez me he dejado llevar por la buena prensa de esta novela. Además, ¿quién era esa escritora con nombre semejante a Agata Christie? ¡Tenía que descubrirlo! Así pues, me lancé como ave de rapiña a por Agota, y lo que degluté, pese al mal sabor de boca que deja el marco de la guerra, me ha convencido. 
   Hay libros que merecen ser reseñados nada más leer las primeras hojas. Y he aquí Claus y Lucas, tres novelas recogidas en un volumen donde leemos la historia de dos hermanos gemelos en un entorno de guerra, paz, miseria y debastación humana.    El primer libro se titula El gran cuaderno (1987), es el germen de la historia, donde los dos hermanos se quedan al cuidado de su abuela, una mujer analfabeta y atroz. La historia nos la cuenta Claus en un estilo aséptico. No hay lamentaciones, no hay dolor. Solo hay hechos aberrantes envueltos en diálogos cortos y cortantes. Diálogos que producen sangre sin hender en la piel. La zoofilia, las palizas o las bombas serán la excusa idónea para poner en marcha el plan de la supervivencia. ¿Cómo lo lleverán a cabo? Ahí está la clave de este primer libro.
   La abuela no se lava jamás. Se seca la boca con la punta de su pañoleta cuando ha comido o bebido. No lleva bragas. Cuando tiene que orinar, se queda quieta donde está, separa las piernas y se mea en el suelo, por debajo de la falda. Naturalmente, eso no lo hace dentro de casa. La abuela no se desnuda jamás. La hemos visto en su habitación, por la noche. Se quita la falda y lleva otra debajo. Se quita la blusa y lleva otra debajo (pág. 12).
   En La prueba (1988), Claus cruza al otro lado de la frontera y se interna en un país extranjero. Se le pierde la pista y se destruye el lazo de unión fraterno. ¿Quién cuenta la historia entonces? Un narrador onmisciente. Gracias a él sabemos qué hace Lucas solo en la ciudad y cómo va creciendo dentro del régimen totalitario con el acuciante de la pérdida de su hermano. Conocerá a mujeres, se hará cargo de Mathias, un niño que nace con una malformación, y abrirá un negocio. Uno con el que siempre ha soñado. Las escenas de crudeza no cesan. El sentimentalismo continúa inexistente, y todas las buenas obras que Lucas lleva a cabo se realizan a través del tapiz de la normalidad.
El niño pregunta: 
-¿Puedo quedarme los esqueletos? 
-No, es imposible. Imagina que entra alguien en tu habitación. 
-No entrará nadie en mi habitación. Solo Yasmine, cuando vuelva. 
Luces dice: 
-De acuerdo. Puedes quedarte los esqueletos. Pero los esconderemos detrás de una cortina, de todos modos (pág. 245).
     En La tercera mentira (1991) el tiempo regurjita presente y pasado a cada capítulo. Claus vuelve a escena para narrarnos en primera persona su vuelva al país y, sobre todo, cuántas mentiras hay exactamente en su vida. Nos explica la primera, la segunda y la tercera. ¿Sinceramente?, ya no importa, la tercera mentira no ayuda a apaliar nada. Absolutamente nada. El daño ya está hecho.
     Es bueno contar verdades, y diré que este último tomo es el que menos me ha gustado. Fatiga y en ocasiones queda inoportuno tanto presente y pasado, tanto ahora sí ahora no. Me ha dado la sensación de que me han tomado el pelo, y no quiero culpar a Kristof, creo que ha hecho un maravilloso ejercicio de huellas abotargadas. Mi segunda verdad es fácil de intuir, los dos primeros tomos son una obra maestra difícil de superar.
Sobre el escenario, no hay muchos datos geográficos. No hay que perder de vista que la autora es de origen húngaro, y le será muy sencillo trasladar a la novela lo que experimentó. Las ciudades descritas podrían ser cualesquiera. Los países fronterizos también (como si no hubiera suficientes fronteras en el país). Solo hay tres referencias geográficas: la ciudad de D., S. y K. No creo que signifiquen nada, simplemente había que situar la historia en una zona de la Europa del Este durante la II Guerra Mundial, aunque esta tampoco aparece con nombre propio.
La autora, como ya he mencionado, nació en Csikvand, Hungría, en 1935. En 1956 abandonó clandestinamente el país junto a su marido y su hija recién nacida. Se refugiaron en la Suiza francófona, donde ella empezó a trabajar en una fábrica de relojes. En 1987 publica su primera novela El gran cuaderno. Finalmente, muere en el país de acogida en 2011.     Hay escenas que no se te borrarán de la mente. Detalles macabros vividos con absoluta normalidad, suspendidos entre la paz y el fuego. Según palabras de Kristof:
No ha sido fácil recuperar las memorias desagradables de mi pasado. No puedo volver a leer mis libros, porque me hieren de verdad, o tal vez sea porque me parezco demasiado a mi escritura seca, negativa, desesperanzada.

Desde luego, el talento brilla en la oscuridad. Me quedo con la novela de La prueba y después con El gran cuaderno. No lo dudo, quiero leer más a Agota Kristof. No me importa su dureza. Gracias a Kritof he vuelto a las novelas de ácido bélico, aquellas que uno desea leer, pero jamás vivir.
 CURIOSEANDO... Por cierto, nunca critico las portadas de los libros. Hay editoriales que nos ofrecen magníficas historias con pésimas ilustraciones de portada y viceversa, pero he de admitir que Claus y Lucas refleja perfectamente la esencia de los tres volúmene: los gestos, la vestimenta, la simetría o el color. Vaya, que yo le dedicaría una ovación.
Os dejo con el trailer de la película El gran cuaderno estrenada en Hungría (como no podía ser de otra manera) en el 2003. Creo que a la película le falta algo, quizá otra mentira. Pero no quiero desvelar nada, no quiero que mi tercera verdad esté presente. Al menos de momento. 

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