Revista Política

Cláusulas de privacidad

Publicado el 15 octubre 2013 por Siempreenmedio @Siempreblog

Cláusulas de privacidad

15 octubre 2013 por JLeoncioG

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Arrodillado, con las manos unidas delante de la barbilla, la corbata colgando y la espalda tensa por la posición, apoyado en el reclinatorio y percibiendo cierto olor a sotana y naftalina, contó al sacerdote cosas que dejarían boquiabierto al más liberal de los jueces, una tras otra, referencias a personas, con nombres y apellidos, lugares, alusiones y casi hasta teléfonos. El cura escuchó mientras desojaba las cuentas del rosario con una mano, y con la otra, raspaba con la uña de su meñique una mancha incrustada en el paño negro y viejo del hábito. Y no dejaba de pensar si aquel muchacho al que le había propuesto pasarse las tardes del domingo por la sacristía compartiría esa propuesta con otros amigos, o si sospecharía de algo y se la contaría a sus padres.

Mientras, la mujer del arrepentido confeso, esperándolo en el banco de siempre, el tercero según se entra a la iglesia, comentaba a baja voz con la cuñada las cosas que se le habían ocurrido mientras lo aguardaba, noche tras noche, recostada sobre las sábanas blanquísimas en la que descansaban el pijama planchado, el batín de raso y aquel pañuelo que se anudaba al cuello después de la ducha. Pero la espera casi siempre se alargaba y se alargaba, y cuando llegaba, tarde, la habitación se llenaba de un profundo olor a tabaco y a Valentina, un perfume que valía más de 80 euros, y que ella nunca había usado.

La cuñada, perpleja con aquellas confesiones de la mujer de su hermano, no podía dejar de darle vueltas, de manera simultánea, a su última conversación con la peluquera, en la que al final, antes de que le quitara de encima la cúpula ardiente del secador, no pudo sustraerse a decirle que ya ni rozaba a su marido y que aquel amigo que había conocido en el crucero por el Mediterráneo y con quien había mantenido una relación de “amistad” se había ofrecido a financiar la mitad de la operación de pechos que tanto había deseado. El marido desquerido había salido hacía rato del templo y bebía ya una cerveza mientras relataba al camarero -al que no conocía absolutamente de nada- lo harto que estaba de ir a misa todos los domingos.

Fuera, sentadas en el bordillo de la plaza las dos primas esperaban que sus padres salieran del turno dominical, fumando un cigarrillo casi a escondidas y comiendo golosinas. Sonriendo a medias e intercambiándose sensaciones relacionadas con las medidas de los órganos sexuales de dos adolescentes que aún no se habían curado del acné y con los que compartieron la tarde del sábado. Y según hablaban se enviaban por whatsapp imágenes explícitas de dichos exámenes anatómicos.

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Luego, en el restaurante, el tema de conversación giró en torno, una y otra vez, a las clausulas de privacidad del facebook. Y alguien dijo muy serio: “es que en esta época de redes sociales la intimidad no se respeta, y cualquier americano puede saber y revisar tus cosas”. Y trajeron el café.


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