Clooney

Alejandro Pumarino, heterosexual por el momento, no deja de admirar la belleza del galán americano, con ese punto de envidia malsana que tiene todo quien quisiera parecérsele algo, al menos físicamente, para disfrutar del supuesto éxito entre las féminas que tiene el actor. Ahora resulta que quiere ser presidente, o eso se dice, y es una ambición natural en un país en el que Ronald Reagan alcanzó tan preeminente puesto. Por lo menos, Clooney me parece mejor actor y su tiempo, como sus películas, me quedan mucho más cercanas que las de su predecesor en las aspiraciones a la Casa Blanca. Lo que me sorprende es el puritanismo estadounidense y que, según se revela en el libro, su condición de supuesto homosexual, le impediría pretender el acceso a la política. ¿Ser un cargo público honrado y eficiente, depende de la orientación sexual de quien lo ostenta?. Quiero creer que no, y qusiera creer también que en uno de los países más libres del mundo (aparte de Venezuela, por supuesto), jamás sucedería nada parecido; sería como perder parte de la poca fe restante en el resto de nuestra especie. Lo que socialmente es admisible, no puede ser traba en la política, salvo que, como en tantos otros lugares, lo más correcto sea el ejercicio de la hipocresía en vez de la sinceridad, algo a lo que trisemente, estamos acostumbrados por parte de todas las formaciones.