Revista Cultura y Ocio

Colgarte la medalla – @Moab__

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Espaldas… sólo veía espaldas y dedos acusadores señalando su vergüenza cuando se quedó embarazada sin estar casada. No importaba que ese hombre con el que vivía y al que mantenía fuera un vago borracho que la maltrataba. No importaba que tuviera que dejarle por las constantes palizas, no importaba que su madre la hubiera sacado de allí casi a rastras para salvarle la vida. Estaba embarazada y ella era la zorra. La puta del pueblo. No había peor pecado que ser madre soltera en la España franquista.
Ni siquiera sus hermanos la apoyaron. Sus cinco hermanos con sus respectivas parejas la relegaron al ostracismo y se hubiera quedado en la puta calle si su madre no se hubiera apiadado de ella, dándole cobijo en esa casa fría que antaño fue su hogar y que ahora se había convertido en el palacio de los prejuicios.
Joder… tenía veinte años y era poco más que una cría cuando tuvo a su hijo en la intimidad reprobatoria de una casa atestada y dividida que no la aceptaba. Sus sueños decoraban el suelo en forma de alfombras de cristales rotos que le destrozaban los tobillos. Veinte años y sin futuro. Veinte años y todos sus sueños se convirtieron en inalcanzables. Veinte años y sin que prácticamente nadie le demostrara un mínimo de respeto o amor más que su hermana y su madre cuando nadie miraba.
Qué difícil es salir de la tumba de la soledad cuando te han cerrado la tapa y se han sentado encima… pero ella lo hizo. Se concentró en la crianza de aquel pequeño berreante e hizo caso omiso a las malas lenguas afiladas que trataban de tajarle el corazón. Se levantó, mandó la tapa del ataúd a tomar por culo, sacó fuerzas de donde pudo, trabajó y salió adelante.
Ser fuerte en una época en la que debes ser sumisa te hace destacar. Él se fijó en ella… No, no se fijó, se enamoró locamente de aquella mujer joven con su hijo en brazos que sin padre ni marido se alzaba vigorosa por encima de la mierda de la sociedad. Y ella… bueno, era imposible que ella no le viera a él con su 1’90 de estatura, sus ojos vivos y su sonrisa encantadora. Decir que se enamoraron locamente sería quedarse cortos. No importaba que tuviera un hijo sin estar casada, no importaba lo que dijeran, nada importaba. Se amaban pese a todo. Como debe ser.
Pero el diablo metió la mano (por decirlo delicadamente) y volvió a quedarse embarazada. Entre ellos todo era un hermoso cuento de hadas, pero, por desgracia, en los cuentos siempre aparece una bruja que lo echa todo a perder, en este caso, la bruja adquirió la forma de madre del príncipe azul, la cual le amenazó con tirarse a un pozo si no dejaba de ver a esa zorra.
Volvió a quedarse sola, otra vez, por culpa de terceros. Doble madre soltera a la fuerza, obligada por las familias y los prejuicios de la época. Pero eso, ¿a quién le importaba? La puta era ella.
El príncipe cobarde aún adoraba a su princesa puta y la veía a escondidas (a ella y a su hija), aun habiéndose casado rápidamente con otra más adecuada. Todavía se amaban, así que no puedo imaginar lo duro que fue el día que él, antes de marcharse a Alemania con su nueva familia, le dijo “ven conmigo” y ella le rechazó. “Vete con tu mujer”, le contestó, “yo tengo en mis hijos todo lo que necesito”.
Y se quedó sola con una familia que la aceptaba a medias, en un pueblo que nunca lo haría sin el único amor verdadero que conoció en su vida. Trabajando, amando a sus hijos, aunque pocas veces se le escapara un beso o una muestra de cariño. Nadie sale completamente indemne de la soledad forzada y el ostracismo.
Me han contado que era preciosa y fuerte, que tuvo muchos pretendientes que le prometieron el oro y el moro, que estuvieron dispuestos a casarse con ella y hacerse cargo de sus hijos. Era grande, era fuerte, era bella… Los rechazó a todos. Ya no daría más amor a ningún otro hombre.
Educó y crió a sus hijos todo lo bien que supo ella sola a fuerza de trabajo duro, pocas sonrisas y aún más escasos mimos hasta que fueron mayores y volaron del nido convertidos en grandes personas, a pesar de haber sido estigmatizados desde la más tierna infancia.
Yo la conozco, tengo el orgullo de hacerlo. Ella es mi abuela, la mujer más fuerte del mundo.
Y mira, yaya, quizás nunca hayas sido dulce ni cariñosa, pero, joder, puedes colgarte la medalla de ser la mujer con más cojones que yo nunca he conocido.

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