Llama la atención la panera, que no deja de ser un zueco típico gallego, eses que se ponían nuestras abuelas o bisabuelas para ir a trabajar al campo y la carta, de formato redondo y sujeta con anillas.
Eramos 4 personas y decidimos pedir para picotear un poco de todo. Pedimos varias raciones pero una de las camareras nos advirtió de que eran bastante completas y las cambiamos por medias raciones.
Los platos escogidos fueron una ensalada templada con pollo, setas y nueces con un aliño de mostaza y miel, unos calamares, unas patatas bravas y picantes y unos taquitos de pollo.
Como la camarera tenía razón y estábamos algo llenos, nos pedimos sólo dos postres. Las raciones tanto de la comida como de los postres son tan generosas que te costará acabártelo todo.
Pedimos una tarta de zanahoria y una de queso mascarporne con caramelo.
Los cuatro platos, dos cafés y dos riquísimas infusiones de papaya y mango nos costó 50 euros.
La comida está buena, pero el local es un tanto pequeño por lo que os recomendamos que llaméis previamente para reservar mesa.
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