Revista Política

¿Cómo es la política en las sociedades duales?

Publicado el 31 marzo 2016 por Ntutumu Fernando Ntutumu Sanchis @ntutumu

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Dahrendorf ha planteado que el clivaje central en las sociedades modernas es el que existe entre los sectores organizados y desorganizados (Ralf Dahrendorf, The Modern Social Conflict: An Essay on the Politics of Liberty, Berkeley: University of California Press, 1988). De un lado, están las élites, las clases medias y el movimiento obrero: grupos cuya capacidad de organización y movilización en defensa de sus intereses y valores es fuerte. Por el otro, los pobres, los marginales, los excluidos, que están individualmente aislados o integrados en comunidades ellas mismas aisladas del resto de la sociedad, y que carecen de estas capacidades, o las tienen de manera intermitente.

En este aspecto, las sociedades de Europa occidental y central y las de los países ricos de América del Norte no son cualitativamente diferentes de las de Europa oriental y América Latina, pero lo que varía radicalmente es la proporción de la población en cada sector: el polo desorganizado representa alrededor del 5-15% en las democracias más ricas (aunque esta proporción está en aumento en algunas de ellas, especialmente en Europa meridional), pero de uno a dos tercios de la población en Europa oriental y América Latina.

Esto nos remite al tema de la formación de la sociedad civil y al hecho de que distintas clases tienen una capacidad diferencial de participación en ella.

Hay una correlación positiva entre la ubicación de un grupo en la jerarquía de clases y su capacidad para la organización colectiva autónoma.

La sociedad civil en Occidente y otras regiones se constituyó como consecuencia de la disolución de las comunidades adscriptivas características de las estructuras sociales preindustriales y preurbanas, un componente común de las cuales era la fijación de los individuos a posiciones específicas en la economía y la sociedad. Las nuevas instituciones capitalistas, caracterizadas por la movilidad social, tanto ascendente como descendente, y geográfica, generaron grupos con propensiones diferentes para la asociación independiente y continua en organizaciones voluntarias. Las élites siempre tuvieron esta capacidad,  pero el resto de la sociedad la ha tenido en grado variable. Sin embargo, podemos formular una proposición: hay una correlación positiva entre la ubicación de un grupo en la jerarquía de clases y su capacidad para la organización colectiva autónoma.

Las causas de la alta capacidad organizativa de las élites reside en su tamaño usualmente muy pequeño, como lo ha puntualizado Mancur Olson (The Rise and Decline of Nations: Economic Growth, Stagflation, and Social Rigidities, New Haven: Yale University Press, 1982), y en el hecho de que su control de recursos, económicos, políticos o culturales, convierte sus intereses en transparentes, para usar el término que Max Weber (Economy and Society (University of California Press, 1978, vol. 1, I, IV) aplicó a la clase obrera, pero que obviamente se aplica también a las élites. O sea: son pocos, y su ubicación en la estructura social los hace conscientes de sus intereses comunes y de los medios disponibles para protegerlos o hacerlos avanzar. Las clases medias, tanto urbanas como rurales, tradicionalmente también han mostrado una capacidad organizativa alta.

Aristóteles justificó su argumento de que estos grupos constituyen la mejor clase social para una comunidad política constitucional en el hecho de que su posición es más segura, y que su juicio es “más racional.” No explicó su proposición, pero podemos suponer su significado: que la mayor “seguridad” de este grupo, o estabilidad de sus posiciones en la estructura social, sería conducente a comportamientos políticos más moderados o institucionalizados. Grupos que disponen de recursos económicos o culturales sustanciales tienen por ello capacidad de reconocer sus intereses comunes y organizarse para actuar en su defensa.

Los trabajadores industriales también han tenido un potencial alto para la organización autónoma. Karl Marx ha planteado que este es el resultado de su participación en el proceso productivo (su “productividad”, como lo ha denominado Nicolai Bujarin) y del hecho de que la división del trabajo, es decir que los obreros trabajan codo a codo y desarrollando tareas complementarias, genera una cultura común.  Su posición en el mercado de trabajo los hace conscientes de sus intereses comunes, y la organización de la producción facilita su organización, compensando el hecho de que su control de recursos económicos y culturales a nivel individual es limitado.

La capacidad para la organización colectiva autónoma y continua, finalmente, es baja entre los pobres. Las causas aducidas para este estado de cosas son conocidas: deprivación y dependencia (Marx, y también Aristóteles, quien se refirió a la inseguridad de los pobres como obstáculo para su participación como ciudadanos en una comunidad política constitucional), susceptibilidad a la manipulación por élites u otros agentes externos (Marx), etc. La apatía política es frecuente en este sector de la sociedad, lo cual podría ser explicado por la jerarquía de necesidades planteada por Abraham Maslow: en situaciones de deprivación extrema, los individuos tienen una probabilidad mucho mayor de dirigir su atención y energía a la satisfacción de necesidades individuales y familiares básicas, tales como comida y techo, que a involucrarse en acciones colectivas u organizaciones políticas (Abraham H. Maslow, Motivation and Personality, New York: Harper & Row, 1970). Sucede que los pobres formen organizaciones pequeñas de tipo continuo, u organizaciones masivas de corta duración, pero la formación de organizaciones masivas de existencia continua, equivalentes a los sindicatos de trabajadores o asociaciones profesionales o basadas en intereses económicos como las de la clase media son infrecuentes en este grupo social.


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