Revista Filosofía

Cómo hay que afrontar la muerte

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
Resumen: La vida tiene sentido en la medida en que la convertimos en un medio para lograr unas metas que nunca llegaremos a alcanzar. La vida resulta ser insuficiente para lograr aquello que, si lo consiguiéramos, le daría un sentido. Pero si renunciáramos a ello, si nos rindiéramos al absurdo, la vida habría perdido su función. Una vida absurda es un oxímoron. Vivimos porque aspiramos al sentido.   Fijémonos a este propósito en el ejemplo que nos aporta la biografía de Cervantes (1547-1616). Nuestro emblemático escritor, cuando iba a morir, expresó que tenía plena conciencia de ello. Lo hizo en el prólogo a “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, cuya redacción terminó cuatro días antes de su muerte, justo cuando recibió los últimos sacramentos. Al día siguiente redactó la dedicatoria al conde de Lemos, que dice así: “Puesto ya el pie en el estribo / Con las ansias de la muerte, / gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”. Aún sigue escribiendo el 20 de abril, dos días antes de su muerte, en que dicta de un tirón el prólogo a “Los trabajos de Persiles y Segismunda”. Muere, efectivamente, el 22 de abril de 1616. Pero, como se ve, no había renunciado a sus proyectos. Aún tenía pendientes otras novelas que había prometido escribir en sus prólogos y dedicatorias, así como la segunda parte de “La Galatea”. Siguió deseando escribir aun cuando sabía que ya no podría hacerlo: “Llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”, de vivir en función de sus proyectos, que nunca da por terminados. Mientras Cervantes vive, sigue proyectando, sigue mirando al futuro. Sabe quién es, y sigue queriendo serlo. El yo que siente ser le es irrenunciable. Incluso cuando la muerte se le avecina.   Unamuno traduce a Spinoza: “Cada cosa, en cuanto es en sí, se esfuerza por perseverar en su ser (...) el esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser no es sino la esencia actual de la cosa misma”. Jean Grondin matiza: “Toda vida aspira a la supervivencia, ciertamente a mantenerse en vida, pero también aspira a una sobre-vida, a un ser-mejor, a un ‘ser-más’ en el que la vida tenga ‘más’ sentido”. En el hombre, esa cosa que se esfuerza por perseverar en su ser es el yo. Y ese yo que Cervantes es incluye los proyectos, lo que todavía no es. Ese yo empuja hacia un futuro que trasciende de lo que la duración de la vida permite. Dando sustento a esta aparente incongruencia, decía Viktor E. Frankl: “No existe ninguna situación en la que la vida deje ya de ofrecernos una posibilidad de sentido, y no existe tampoco ninguna persona para la que la vida no tenga dispuesta una tarea”… incluso cuando ya no haya tiempo de realizar esa tarea. Por eso, lo que somos postula el más allá, porque tenemos “yo” en la medida en que tenemos futuro, aun cuando objetivamente ya no tengamos futuro. “Que lo quiera o no, que lo advierta o no, el hombre cree en un sentido hasta su último aliento –explica también Frankl– (…) He visto morir a ateos convencidos que, a lo largo de su vida, (…) se negaban a admitir un sentido más alto desde un punto de vista dimensional. Pero en su lecho de muerte tuvieron algo que fueron incapaces de vivir con anterioridad a lo largo de decenios: (…) De profundis irrumpe algo, pugna por salir algo, asoma una confianza sin límites que no sabe al encuentro de qué o de quién se va ni tampoco en qué o quién confía, pero que se rebela al conocimiento del infausto pronóstico (…) El enfermo (…) sigue esperando hasta el fin ¿En qué? La esperanza (…) tiene que estar anclada en el ser humano, que nunca puede estar sin esperanza, tiene que apuntar de forma anticipada a un cumplimiento futuro”.Cómo hay que afrontar la muerte   Coincidiendo con las apreciaciones de Viktor Frankl, dice Carl Gustav Jung en una entrevista que está colgada en youtube (https://www.youtube.com/watch?v=6ZP4Doxz1-g) : “Debemos considerar la muerte como un objetivo, y alejarse de ese objetivo es evadir la vida y los propósitos de la vida. He tratado a numerosas personas de edad avanzada y es bastante interesante ver lo que su consciencia está haciendo con el hecho de que aparentemente está siendo amenazada con un final total: es ignorado. La vida se comporta como si continuara. Y por tanto creo que es mejor que la persona de edad avanzada siga viviendo, espere gozar del día siguiente como si la persona fuese a disfrutar por siglos. Y… entonces vive apropiadamente. Pero cuando tiene miedo, cuando no mira hacia adelante, mira hacia atrás, entonces la persona se petrifica, se pone rígida y muere antes de tiempo. Cuando sigue viviendo, esperando la gran aventura que está por delante, entonces vive. Y eso es lo que tu consciencia está intentando hacer. Por supuesto, es bastante obvio que todos vamos a morir y este es el triste final de todo. Pero, sin embargo, hay algo en nosotros que no cree en ello aparentemente. Esto es simplemente un hecho, un hecho psicológico. Para mí no significa que esto prueba algo. Es simplemente así. Por ejemplo, yo, tal vez, no sé por qué necesitamos sal. Pero comemos sal, también, porque nos sentimos mejor. Y así, cuando piensas de cierta manera, puedes sentirte considerablemente mejor. Y, en mi opinión, si piensas de acuerdo a las líneas de la naturaleza, entonces piensas apropiadamente”.   El sentido de la vida discurre sobre el hecho (¿?) de que hacemos la vida como si aspiráramos a algo que, en realidad, nunca alcanzaremos del todo. Cada meta es una etapa del camino hacia la meta siguiente. Imposible parar, porque la vida consiste en eso, en aspirar siempre a algo más que lo que hemos alcanzado. Sobre esa aspiración siempre insatisfecha discurre la vida, que se inventó, precisamente, para recorrer el camino hacia lo imposible, más aún, que consiste estrictamente en eso. ¿Qué sentido tiene esto de vivir, es decir, de perseguir lo inalcanzable? Si dejamos que responda el espíritu de esta época descreída, concluiremos que resulta evidente que ninguno. Si respondemos nosotros mismos, los que estamos metidos en el empeño de vivir, diremos que el sentido de la vida es una verdad que, como que dos y dos sean cuatro, descubrimos en nuestra intimidad y que esperamos que esa verdad culmine de alguna manera en la realidad externa, la que nos trasciende. Si uno se inclina hacia el lado del sentido, podemos incluso llamar Dios a eso que es inalcanzable, eternamente desconocido, siempre escondido, pero que tira de nosotros hacia delante, en su busca. “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti”, decía San Agustín. Algo que no existe o que nunca llegaremos a conocer resulta que es lo que explica que las cosas existan. Sobre esta paradoja se ha constituido la vida. Sin esa aspiración a lo que no existe, sin esa esperanza de alcanzar lo que nunca alcanzaremos, la vida tampoco existiría. No es preciso, pues, que Dios exista objetivamente; solo es imprescindible que asumamos que, como decía Jung, es una realidad psíquica, una necesidad subjetiva.   Nuestra necesidad de sentido nace de su contrario: el sentimiento de insignificancia que nos constituye desde que nacemos. Ese sentido que ha de redimirnos es lo que nos permitirá sobreponernos a aquella insuficiencia de partida, lo que hará que nuestra vida tenga una razón de ser. Venimos a la vida no siendo nada, y vivimos para llegar a ser alguien, para alcanzar una identidad que justifique haber estado aquí… una identidad que, sin embargo, se nos aleja, como el horizonte, a medida que creemos acercarnos a ella. La vida se nos da para que busquemos cómo añadirle algún valor. Perder la referencia de esa meta equivale a dar por terminada nuestra búsqueda; dicho de otra forma: equivale a anticipar la muerte y a abrir la puerta a la enfermedad que hacia ella nos encamina. Porque, como dejó dicho Jung en su biografía: “La carencia de sentido impide la plenitud de la vida y significa por ello enfermedad. El sentido hace muchas cosas, quizás todas, más soportables”. Y afirmar el sentido de la vida es algo que discurre (absurdamente) sobre el hecho de que la vida sea insuficiente para alcanzar ese sentido.

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