Revista Filosofía

Cómo metabolizar el horror

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

   Mi amigo gallego me pasa el enlace a estas dos noticias:Sobre el cruel asesinato de un joven italiano a manos de otros dos que querían “saber lo que se sentía” al asesinar/   y Sobre la vulnerabilidad de los jóvenes a la propaganda terrorista y su dificultad para diferenciar entre la ficción y la realidad   ¡Vaya dos noticias! Su lectura me dejó el estómago revuelto y una desagradable sensación de náusea. Me he dado cuenta mientras las leía de que uso la reflexión como ansiolítico, o al menos como protector digestivo, porque parece que lo único que puede contrarrestar un poco este sentimiento de horror ante cosas así de espeluznantes es intentar comprenderlas. Tragártelas a pelo es angustioso. Y si lograras entender por qué ocurren, como que con ello tienes un antídoto, una especie de calmante. Sin embargo, no doy con una de esas explicaciones terapéuticas suficientes. Algo de luz me aporta esa idea de Gabriela Bustelo, la autora del segundo artículo, de que los jóvenes actuales tienen creciente dificultad para distinguir la realidad de la ficción. Sí creo que cuando la realidad no tiene suficiente fuerza gravitatoria, cuando alguien va haciendo discurrir su vida desde la infancia a través de una realidad inconsistente, que no le vincula, que no genera interacciones de ida y vuelta a través de las cuales se pueda ir tomando conciencia de, y empatizando con, lo que pasa ahí afuera, los monstruos que nos habitan salen a bailar.

Cómo metabolizar el horror

Ilustración: Samuel Martínez Ortiz

   Para atraer hacia afuera, para hacer creíble la realidad, me parece que es imprescindible encariñarse con alguien; entonces la realidad toma consistencia, supone que cuentas con ese alguien, que viene a ser como un tope para tu tendencia a delirar, a hacer de lo real una mera prolongación de tu capricho. “Objeto –decía María Zambrano– es algo frente a nosotros, algo, por tanto, que nos limita ante lo cual tenemos que quedar detenidos”. Y completaba la idea cuando asimismo afirmaba: “Reconocer algo como objeto es detenerse ante ello, quedar hechizado, prendido, darle crédito; quedar, en cierto modo, enamorado”. Pero si nada te vincula con fuerza al mundo que te rodea, el sentimiento sustitutivo es el odio. El odio es característico no sé si de todos, pero sí de muchos ensimismados. Me estoy acordando del Raskólnikov de Dostoievski, que cometió su crimen, y se abocó a su castigo, después de una larga fase de pérdida de referencias de su mundo entorno. Es una asociación no del todo libre: este es el arquetipo que tengo en mi mente cuando pienso en esa manera que tienen nuestros demonios interiores de preparar su salida al escenario.    En fin, me he puesto a practicar esa clase de medicina frente al horror que es intentar entender. Lo cual presupone que hay que atreverse a mirar a la realidad, que no es tan fácil. “La necesidad de descubrir lo real y de enfrentarse con ello –dice también María Zambrano–, ha tenido que luchar desde siempre con un pánico a la realidad”. Pero es que lo contrario, huir de la realidad para refugiarse en la ficción, ya hemos visto que tiene mucho más peligro todavía.

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