¿Te lo imaginas? No veas, ehn, tú ahí, creciendo entre las bambalinas del diseño, haciendo previews de todas las pelis, aprendiendo sobre composición y sobre tipografía, diciéndole a tu padre “mejor dale una vuelta, anda, paaapa”… Molaría, ¿no?
Pues sí. Es más, si tu padre hubiese sido cartelista de cine, tú seguramente habrías acabado estudiando diseño, pero de una manera más artesanal, no tan pegado a los ordenadores… Sí, tipo como lo que enseñan en la Escola Massana, sí. Aunque claro, la perversión cautivante del mundo publicitario seguramente te habría atrapado en sus redes durante un tiempo. Mínimo, mínimo… 6 ó 7 años. Pero oye, que igual te cogían en una agencia de las gordas. No sé, TBWA, por ejemplo. ¿A que suena bien?
Claro que, si tu padre hubiese sido cartelista de cine, tarde o temprano, las raíces te habrían llamado a gritos, y habrías decidido establecerte como freelance para así poder diseñar carteles para el séptimo arte… que es lo que a ti más te gustaría, como a tu padre. Porque si tu padre hubiera sido cartelista de cine, seguramente se llamaría Pere Rins y tú (o sea, en el caso de que fueses su hijo, claro) estarías tan orgulloso de tu padre que le diseñarías algo para que él lo pintara y así poder publicarlo en tu portfolio.
Pero todo esto es, suponiendo, que tu padre hubiese sido cartelista y que tú te llamases Jordi Rins.
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