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Como un domingo por la noche

Publicado el 04 abril 2018 por Claudia_paperblog

Ayer me dolía hasta el alma, me quedé dormida a las 7 de la tarde a su lado, para después despertarme a las 9,30 con mucha hambre, pero también cansada y con un nudo en el estómago. Antes de quedarme dormida completamente, una idea me vino a la mente. Creo que a él le hizo gracia cuando se la dije: El otoño es como un domingo por la noche. Nos comimos una ensalada a medias. Bueno, yo le di dos pinchadas porque no me apetecía. En cambio, sí que me comí el último trozo del pastel de nueces que hice y un panecillo de esos que aquí comen por Semana Santa, con pasas sultanas y muchas especias. Pasadas las 11, yo volví a dormirme con relativa rapidez y él, en cambio, se estuvo dando vueltas toda la noche.

Como un domingo por la noche

Hoy me levanto desganada y mientras como sola en la terraza se oye un bebé llorando. E inevitablemente yo también me pongo a llorar, no por el bebé, sino por mí. Me veo ahí intentando tragarme ese pollo al horno que me ha quedado duro y seco, con un tenedor de plástico porque ya no tenemos cubertería en esta casa, en el jardín, sola, triste, agobiada, intentando captar la luz de un sol que dentro de poco no se va a dejar ver, y me echo a llorar. Un sollozo silencioso y con lágrimas gruesas que me caen por las mejillas, pero no me dan espasmos ni me quedo sin respiración, parezco incluso serena. Entonces él llama y me repongo, pero tengo las manos sucias de la grasa y el aceite del pollo y me es imposible descolgar el teléfono.

Vuelve a llamar y me dice que ya ha hablado con el casero, que se ha enfadado mucho y que yo tendré que intentar calmarle y hacerle entrar en razón. Cuelgo y creo que eso no me preocupa. Lo que me da rabia e impotencia y me hace volver a soltar un par de lágrimas es que me tenga que ir de esta casa que he llegado a considerar mía. Me da pena y tristeza que esta sea probablemente la última vez que coma en esta terraza, bañada por la luz del sol, al lado del limonero. Me da pena y tristeza dejar esto, haberme “rendido” si así se le puede llamar, tener que irme por culpa de terceras personas. Echaré de menos mi habitación, amplia, luminosa, bonita, el baño para nosotros, las memorias que hemos creado aquí los dos. Ha sido nuestra primera casa juntos, nuestro comienzo, nuestra esperanza, el primer sitio donde pudimos asentarnos, pensar, besarnos, leer, enviar currículums para encontrar trabajo, follar, reír, llorar, hacer Skype con la familia y los amigos, discutir a veces, perseguirnos, desnudarnos, herirnos, curarnos, beber, comer, saltar, dormir, dar vueltas por el insomnio, quejarnos, amar, mirar el cielo, disfrutar, ver fotos, leernos historias, contárnoslas también…

Luego tengo toda la tarde por delante y no sé qué hacer, voy a la piscina y nado, pienso, nado, pienso, tengo mucho tiempo para pensar. Me quedo un rato apoyada en las escaleras antes de salir, el sol está bajo ya, es un sol de otoño y vuelvo a mi espontánea frase de anoche. El otoño es como un domingo por la noche. Lo es, es como el fin de algo bonito, es un poco triste y oscuro, anochece antes los domingos, o eso parece, el día se te pasa enseguida y en un momento te ves en la cocina de casa, con las ventanas abiertas para que entre aire, un aire frío, ayudando a tu madre a preparar el pan con tomate. Porque los domingos se cena pan con tomate. Mientras, en el salón están los demás, viendo la tele o en el móvil o leyendo, muchos con el pijama ya puesto o arropados con la manta y parece mentira que tengas que irte pronto a dormir porque al día siguiente tienes que madrugar y volver a empezar esa rutina que nunca se acaba. Para mí hoy es otoño. Para mí hoy ha sido el principio del fin.

Como un domingo por la noche


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