Revista En Femenino

Compensar

Por Mamaenalemania
Normalmente cuando se tiene un segundo hijo, una tiende a preocuparse por el primero. Independientemente de los tópicos del qué bien que van a jugar juntos, compartir cosas y demás, siempre se tiene miedo a los posibles celos y sufrimientos varios que supone para un niño dejar de ser el único centro de atención de sus padres.
Personalmente creo que es normal que un niño sienta celos cuando tiene un hermanito y que sus padres, al verle sufrir por la retirada de atención, se sientan culpables. Unos y otros intentan compensar a su manera: con más atención al niño y menos mimos al bebé, regalos, permiso para algunas cosas que antes estaban prohibidas, aumento de la calidad del tiempo pasado con el niño…etc.
Al mismo tiempo, una (por lo menos yo) se siente culpable con el bebé: Por cuestiones de tiempo, falta de brazos y tamaño cerebral, al nuevo no se le puede prestar la misma atención absoluta que se le prestó al primero en su momento. Estar sentada 3 horas seguidas dando el pecho tranquilamente se acabó, ahora tienes que estar pendiente de que el otro no se abra la cabeza saltando por el sofá (o se la abra al bebé); que no derrame una lágrima es poco factible, porque freírle un filete al mayor, que le toca comer, o limpiarle el culo, o sacarle del nuevo escondite en el que se ha quedado enganchado, son cosas que difícilmente se pueden hacer con un bebé en brazos al que, además, hay que sujetarle la cabeza.
Aún así, la compensación para con el pequeño es más obvia: Una madre primeriza pero por segunda vez (que se nota), más tranquila (o menos pendiente de cada contracción facial, porque si estás haciendo un puzle, tienes que mirar el puzle, obviamente), menos asustadiza (por lo menos cuando son cosas que se conocen, como que cuando te muerde con todas sus fuerzas no es porque no te quiera, sino porque le duelen los dientes) y, sobre todo, más pasota o impermeable a los consejos-órdenes de todas esas que saben más que tú (ya sabéis: Desde los dichosos “tiene frío/calor/sueño” hasta los “qué mala madre eres que no le das pecho/qué mala madre eres que tiene hambre y no le das un biberón”).
Por estas ventajas de las que disfruta el pequeño, el sentimiento de culpa se suele mantener hacia el mayor.
¿O no?
Desde luego que desde hace un par de días me pasa lo contrario: El mayor está abandonando la fase “rabietas” (para enorme alivio de sus padres) aunque todavía tenemos alguna que otra recaída. Y siempre cuando menos me lo espero: O sea, en la calle/avión/caja del supermercado en hora punta/sala de espera del médico…etc. Vamos, exactamente ahí donde menos confortable te sientes para aplicar el método Supernanny, es decir, “Así no/si gritas o pegas no te entiendo/cuando te tranquilices hablamos” y tal cual ignorar la pataleta, esperando que se pase (o sea, así de esta manera, no consigues lo que quieres). El método funciona y muy bien, la verdad. Pero hay que tener los nervios templados y estar en un lugar seguro, en el que no te esté mirando todo el mundo con arrugas acusadoras de malamadredejasatuhijollorarporelcaramelo, ni haya peligro de que el niño salga disparado a la carretera. Si además tienes un bebé del que ocuparte (y estás embarazada y agotada además de sensiblona), coger al niño en brazos (con una sola mano, claro, que al otro no se le puede dejar donde está) y marcharte a casa mandando la compra a paseo, suele ser complicado o, por lo menos, mucho más agotador que antes. Para la quinta rabieta del día, estás del mismo humor que cuando te han cortado el agua caliente sin avisar.
El caso es que en esos momentos, no puedo evitar sentir una pena infinita por el pequeño. Como bebé que es, no se puede portar mal todavía (ni bien), así que el pobre paga el pato del mayor. Normalmente tiene mucha empatía con el mayor: si este se cae y llora, el otro se pone a llorar con él. Pero cuando se trata de una rabieta/bronca/retirada de privilegios y el cabreo que esto implica, se queda callado y no dice ni mú. Es como si comprendiese que no es el momento… Pero claro, a mamá la ve y oye enfadada y, aunque no vaya con él la cosa, me imagino que no le hará ninguna gracia.
Intento compensarlo y le aclaro (con gestos más que otra cosa) que no pasa nada, pero al otro le sienta casi peor que ignore sus maneras (a pesar de notar que me afectan) y me ponga a hacer carantoñas al bebé. Una cosa es no ceder ante una rabieta y otra muy distinta es que crea/sienta que sus llantos ni te inmutan.
Me imagino (y espero) que esta época pasará pronto y que el pequeño crecerá y comprenderá que los episodios puntuales de método Supernanny con su hermano, no tienen nada que ver con él. Pero llegarán otros dilemas, como por ejemplo… ¿Qué pasa cuando después de un pollo impresionante se le retira el privilegio del helado a uno? ¿Se le retira al otro también? Un poco injusto ¿no? Y qué hago ¿Le doy a uno el helado y el otro que mire pero no toque, que está castigado? Un poco cruel ¿no?
Con lo súperdespistada que soy y lo que me cuesta encontrar un punto salomónico y, de momento, sólo se puede portar mal uno, no sé qué voy a hacer cuando estén los tres en edad negociadora… ¿elecciones?

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