Revista Arte

Con él la Naturaleza no murió, con él la vimos de otra forma, la más creativa ya del mundo.

Por Artepoesia
Con él la Naturaleza no murió, con él la vimos de otra forma, la más creativa ya del mundo. Con él la Naturaleza no murió, con él la vimos de otra forma, la más creativa ya del mundo. Con él la Naturaleza no murió, con él la vimos de otra forma, la más creativa ya del mundo.
En Roma hay un antiguo edificio de la época imperial, el Panteón, cuyas piedras fueron levantadas en el año 128 sobre el mismo lugar donde existieron ya antes (año 25 a.C.) otras, luego de que un incendio en el año 80 destruyese el originario Panteón, aquel magnífico lugar dedicado a todos los dioses de Roma. Y así se mantuvo por los siglos, como un recuerdo divino de los dioses y de la grandeza imperial, hasta que en el siglo XVI fuese allí, en ese mismo Panteón romano, enterrado un genio del Arte, un dios casi, el cual alcanzó la gloria ya antes de morir. En su lápida marmórea fue grabado en latín un epitafio: Aquí yace Rafael, por quien la Naturaleza, madre de todas las cosas, temió ser vencida y morir con su muerte.
Rafael Sanzio (1483-1520) fue el más clásico de todos los pintores de la Historia. El más perfecto, el mejor. Efectivamente, la Naturaleza con él fue absolutamente retratada, exquisita y fielmente retratada. No sólo compuso el equilibrio más conseguido en un lienzo, también lo más bello que de una naturaleza, la que fuese, pudiese ya ser extraído. Y así el clasicismo nació verdaderamente con Rafael. De hecho, los pintores que en el siglo XIX quisieron volver al medievo espiritual y artísticamente terminaron llamándose prerrafaelitas, es decir, anteriores a Rafael. Porque, después de Rafael Sanzio todos quisieron imitarle, todos supieron ya que pintar bien era, se quisiera o no, hacerlo ahora como él ya lo hiciera.
Los siglos pasaron, y ni el Barroco ni el Rococó hicieron verdadera sombra al clasicismo de Rafael. Una cosa era utilizar el claroscuro en exceso, o retratar cosas que no fuesen bellas de por sí, pero todas eran hechas siguiendo las más clásicas y perfectas formas que la fidelidad a la Naturaleza hubiese consagrado ya la pintura de aquel hombre nacido en Urbino en 1483. Todos lo respetaron..., hasta que llegó el Romanticismo. Esta tendencia, el Romanticismo, la más revolucionaria de la Historia a niveles no suficientemente valorados, cambió ya en algo muy sustancial el ámbito de la Pintura. Algo que no tendría que ver con volver atrás en el tiempo, como lo sería el prerrafaelismo inmediatamente posterior; no, era justo lo contrario, avanzar hacia adelante con pasos tan agigantados que la historia y el hombre no fueron capaces de absorberlo y digerirlo. Para entonces, para ese momento (1775-1840) aquel clasicismo habría vuelto además -coincidiendo cronológicamente- en los momentos más álgidos del sentimiento romántico con el nostálgico nombre de Neoclasicismo, amortiguando ahora los efectos del Romanticismo y evitando así que el Arte moderno se hubiese adelantado cincuenta años o más.
El más atrevido, el más osado con los colores y con la creación, el precursor -salvando a Goya- más extraordinario ya, por los modos y las formas modernas de crear un lienzo, lo fue el romántico inglés Joseph William Turner (1775-1851). Y lo fue especialmente porque se dedicó a la Naturaleza sobre todo -pocos retratos hizo en su vida-, una Naturaleza que, a diferencia de Rafael, Turner no imitaría sino que sublimaría de una manera nunca antes realizada por nadie. Pero admiraría a Rafael tanto que visitaría Roma para encontrarse con su espíritu y con su Arte. En 1819 viaja a Italia, un año antes del trescientos aniversario de la muerte del gran Rafael, y lo homenajeará pintando sus recuerdos en paisajes vaticanos, en lugares donde ahora la luz amarillenta de sus obras bordeará el perfil mágico de los semblantes renacentistas más clásicos. Sin embargo, Turner sentiría la pulsión artística ya más definitiva, la que combinaría ahora el sueño de la Naturaleza con el prodigio de pintarla de otra forma.
Cuando Turner visitó en Roma la Galería Borghese, uno de los más antiguos museos del mundo, se encontró con una escultura que llevaba unos años realizada por uno de los creadores más clasicistas de la época napoleónica, el italiano Antonio Cánova (1757-1822). Con este escultor clásico, las formas grecorromanas florecieron por entonces. Volvía la perfección, regresaba de nuevo aquella imitación de la Naturaleza, en este caso de la más bella de ella, la figura semidesnuda de una hermosa mujer. El escultor italiano recibió el encargo de Paulina Bonaparte, la hermana pequeña de Napoleón. En 1805 estaba casada, por segunda vez, con el príncipe italiano Camilo Borghese. Y como una orgullosa aristócrata sobrevenida, quiso por entonces que la inmortalizaran con el motivo neoclásico más divinizado, el más excelso y sublime, que las manos de un genio como Cánova pudieran ya arrebatar a las volutas del mármol.
Así que cuando Turner vió la escultura Venus invicta -inspirada en Paulina Borghese- quiso componer una obra reflejada ahora en la misma inspiración. Y empezó a delinear los trazos de su lienzo, con sus colores amarillos, y blancos, y marrones, y ocres... Pero, además, había que crear ahora la figura esplendorosa de una Venus... Con su perfil perfecto, con su torso idealizado y con sus senos clásicamente visibles. Turner era un innovador romántico paisajista. Para él, las figuras no eran lo importante en su obra. La Naturaleza con él ni murió ni nació, solo la transformó. Si los pintores son creadores, Turner es el más pintor de todos; pero los pintores, los grandes, también Rafael, eran perfectos recreadores de la vida, con sutilezas, con sombras, con luces..., pero unos magníficos copiadores de las cosas, de la Naturaleza. Turner no, el excéntrico pintor romántico inglés -admirador de Rafael- supo ya que lo que hubo de ser creado conforme a la Naturaleza ya fue hecho, ¡y perfecto! Él, ahora, debía hacer otra cosa, y por eso dejó sin acabar su obra Venus invicta, no pudo más que respetar con ello el genio del de Urbino, no pudo hacer ahora lo que otros ya hubieron hecho antes.
(Óleo Paisaje del sur, con acueducto y cascada, 1828, del pintor romántico Joseph William Turner, Tate Gallery, Londres; Óleo -inacabado- Venus invicta, 1828, Turner, Tate Gallery; Fotografía de la escultura Venus invicta, Paulina Bonaparte, del artista neoclásico italiano Antonio Cánova, Galería Borghese, Roma.)
Trailer de la Película sobre la vida del pintor Joseph William Turner, 2014, en inglés:

Volver a la Portada de Logo Paperblog