Revista Decoración

Conozco a una mujer con superpoderes

Por Dolega @blogdedolega

superwoman

Reincorporada a la rutina diaria después de mis maravillosas vacaciones, me he ido hoy a comprar pescado. Me apetecía.

Además comemos solos el Niño y yo y tengo que reconocer que a la criatura le encanta la comida tradicional. Mata por un plato de cuchara y sabe comer pescado entero, cosa que en mi casa no todo el mundo lo sabe hacer.

Me marcho a la pescadería. Hay unas cuantas personas entre ellas, una mujer que me suena mucho su cara, pero para variar no sé ubicarla ni en tiempo ni lugar. Está tecleando su teléfono de manera desenfrenada. Levanta la vista sin dejar de teclear, me mira y viene hacia mí sin dejar de teclear.

-¡Hola! Hace mucho tiempo que no te veía. A la que vi el otro día en la estación de autobuses fue a tu hija, que por cierto está igual que siempre. ¡Guapísima! Además parece que no pasa el tiempo por ella, es increíble la carita de niña que tiene y el cutis espléndido.

Todo esto lo ha dicho de carrerilla, mirándome a la cara con una sonrisa, sin apenas respirar y sin dejar de teclear en su teléfono ni un solo sólo segundo.

-Al que hace tiempo que no veo es a tu chico, pero mucho mucho…

Sigue tecleando sin parar mientras habla. En la mitad de la anterior frase, oímos que el chico de la pescadería dice “dieciocho” y ella inmediatamente reclama:

-¡Yo! Ponme dos doradas para hacerlas a la sal. (sigue tecleando)

Yo ya estoy conmocionada de verla, no me falta nada más que sacar las palomitas y la Coca cola para observar el espectáculo.

Lo más intrincado que he visto, ha sido al Niño ir tecleando y hablando conmigo en el coche. Pero esta habilidad a tres bandas:

Teléfono, pescadero y yo, me sobrecoge.

¡Esta mujer tiene superpoderes! Porque tiene que ser realmente difícil tener la cabeza en tres sitios a la vez.

-Mi marido es el que se encuentra con el tuyo muchos domingos, me lo comenta siempre. “Hoy me he encontrado con el padre de la rubia” (no ha parado de teclear a una velocidad extrema ni un solo segundo y ha estado pendiente de sus pescados con la vista)

-Perdona, quítale las tripas, que no me gustan hacerlas con ellas dentro. (Le dice al pescadero y aunque no se lo crean no ha parado de teclear. Yo estoy flipando)

De vez en cuando le echa un ojo a la pantalla para ver algo en ella, supongo que lo que escribe. Me mira sonríe y con el rabillo del ojo controla lo que hace el chico con las doradas.

Empiezo a pensar que a lo mejor lo que tiene es una especie de tic nervioso que le hace mover los dedos en la pantalla del teléfono, pero que no está escribiendo nada coherente.

En ese momento entra un señor y grita la consabida frase “quién da la vez” para saber quién tiene el último turno para ser despachado. Todo el mundo se empieza a mirar entre sí, incluida yo.

Mi heroína, esta vez sin levantar la vista del teclado al que sigue dándole trabajo, contesta.

-Va usted detrás de la señora de amarillo.

Yo me quedo un poco descolocada porque ahora la que no sabe detrás de quién va ¡Soy yo! Ella me mira con una amplia sonrisa y me dice.

-Tú vas detrás de la señora de azul, es que no pediste la vez cuando llegaste y esa señora ha entrado después que tú y tampoco la pidió.

A mitad de la frase ha terminado ¡Por fin! De teclear. El chico de la pescadería le pregunta si quiere algo más, ella dice que no, recoge su paquete y se despide de mí con un “dale un beso a tu niña”. En ese momento le suena el teléfono con el sonidito inconfundible de los mensajes. Mira a la pantalla y la oigo que dice mientras sale a la calle: “Esta chica no se entera de nada”.

¡¡No amiga!! Es que el resto de la humanidad no está todavía evolucionada para las actividades que tú practicas.

Escribir en el teléfono, mantener una conversación sin que tu interlocutor sienta ninguna deficiencia de atención, control absoluto de tus compras y control de la clientela del local ¡Todo de manera simultánea!

Seguro que esa pobre chica va de pensamiento en pensamiento, uno por uno y claro eso debe de ser super lento para ti.

Yo estaba tan aturdida que cuando el chico me ha preguntado qué quería, me han entrado ganas de decirle:

¡Quiero un cerebro como el de la clienta de las doradas!

 


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