Revista Cultura y Ocio

Consejos para un lío de faldas: Tirándose a la piscina

Publicado el 14 mayo 2014 por Javier De Lara @FValentis
Consejos para un lío de faldas: Tirándose a la piscinaSi quieres ir a al capítulo anterior, puedes pinchar aquí. Si por el contrario quieres enterarte de qué va toda esta historia desde un principio, haz clic aquí.
**
Fue el mejor baño en una piscina de mi vida. Nada más llegar, Marta se despojó de su camiseta y de los minúsculos (nunca mejor dicho) pantaloncitos que llevaba puestos para quedarse en bikini, el cual se mostraba claramente superado por el trabajo de ocultación que se suponía tenía que realizar. Con este simple gesto de destape, aquella perversa criatura consiguió atraer de sopetón la atención de absolutamente todos los varones que se encontraban en los alrededores, fuera cual fuera su condición o estado civil. Imagino que sabiéndose observada, se pavoneó, contoneándose hasta el borde de la piscina y, para sorpresa de todos, se lanzó en bomba, provocando un tetamoto de brutal intensidad.
Hasta ese momento, Alonso y yo habíamos permanecido en avergonzado silencio, sin perdernos un solo segundo, eso sí, de aquellos movimientos. Pasados esos instantes de aturdimiento, descubrí, con cierto horror, la escandalosa montaña que se había formado en mi bañador. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo, en dirección al agua y me lancé justo al lado de Marta, la cual ya estaba chapoteando entre agudos grititos de alegría. Alonso, que debía padecer la misma incomodidad que yo se tiró prácticamente al mismo tiempo.
-Primooooo -gritó Marta, al ver que Alonso emergía muy cerca de ella y lanzándose sobre él de inmediato para hacerle una aguadilla.
Tengo todavía un recuerdo vívido de aquellos minutos que pasamos los tres jugando en el agua. Aunque os parezca que se trataba de una situación inocente, nada más lejos de la realidad. Los dos chicos, en un principio sobrepasados por tanta exuberancia, pronto nos dimos cuenta que no nos habíamos visto en una situación igual en nuestra vida y nos entregamos por completo al juego de abrazos, roces y toqueteos que ella nos propuso y que manejó con una experiencia impropia de una niña de dieciséis años. 
-Habrá que subir a comer -dijo Marta, cuando consideró que hora de cortar con aquello, minutos después.-¡No! No... -gritamos Alonso y yo, que ni queríamos que se terminara aquello ni tampoco podíamos salir todavía del agua manteniendo un mínimo de dignidad.
-Que sí, que nos están esperando -dijo ella, que no obstante se acercó más a nosotros para comentarnos algo, con cara pícara, en voz baja-. Después podríamos salir a dar una vuelta por ahí ¿no? A mí mis padres no me dejan, pero si digo que voy con vosotros, seguro que sí.
-Emmm... ¡Claro! ¿Por qué no? Estaría genial. -dijo Alonso, hablando en nombre de los dos. Habíamos formado un corro para intercambiar estas confidencias. Corro que desde el aire parecería formado por cinco cabezas, seguramente.
No fue difícil convencer al padre de Marta para que la dejaran salir con nosotros esa misma noche. En principio íbamos sólo a dar una vuelta corta, a tomarnos un helado y poco más. Eso es lo que le dijimos al menos, con cara de niños buenos; asegurándole al pobre hombre que cuidaríamos estupendamente de su hija.
-Pero a las dos tenéis que estar de vuelta con ella -nos advirtió él con una sonrisa indulgente-. Anda, tomad dinero, para que vayáis a tomaros unas hamburguesas al Mc Donalds los tres.
Nada más salir de la urbanización, Marta le arrebató el dinero a Alonso dando un grito de alegría.
-¡Qué bien que estéis aquí, chicos, va a ser genial! -dijo con su voz de pito, guardándose entre sus dos magníficas ubres el billetazo que nos había entregado su padre- ¡Con esto, nos podemos comprar una botella y pillar un buen pedo! ¡Vamos al chino y la compráis vosotros, que ya tenéis edad!
-Pero ¿y qué cenamos? ¿Tus padres te dejan beber? -pregunté yo, desolado, ya que, en realidad, a mí lo que me apetecía era una hamburguesa.
-Calla, coño. No seas imbécil -me susurró Alonso, dándome un codazo-. Esto es lo que dijimos que haríamos cuando cumpliéramos los dieciocho ¿no? Pues déjate de hamburguesas y vámonos de fiesta.
Asentí. Qué remedio. Había cumplido la mayoría de edad en marzo de aquel año y Alonso en mayo, por lo que ambos podíamos comprar alcohol sin demasiados problemas. Por aquellos tiempos, además, no costaba nada hacerse con unas botellas en los chinos, a cualquier hora. Incluso había packs con Coca Cola, vasos y hielo. Los chinos siempre han sido muy apañados para las actividades lucrativas, fueran o no muy legales.
Media hora después estábamos los tres sentados en la arena, escondidos tras una pila de tumbonas; en la oscuridad de la playa, empezando nuestro botellon particular. En aquellos tiempos infaustos, antes de que me llegara la cordura y el saber beber, tomábamos Ballantine's con coca cola, considerando que era la mejor opción calidad precio del mercado botellonero. Que Baco me perdone.
Poco a poco pero inexorablemente, el alcohol comenzó a hacer su efecto, provocando que nuestra conversación, que había empezado muy tranquila, versando sobre la buena temperatura que hacía aquella noche, se fuera volviendo más descarada y atrevida. Marta, cuya voz ya de por sí era estridente y chillona, no paraba de reír como una auténtica posesa con nuestras ocurrencias, haciendo que su busto temblara incontroladamente bajo su ropa. El vestuario que había elegido para salir con nosotros era bastante sencillo: unos pantalones cortos, una camiseta de tirantes roja y unas sandalias. La verdad es que no le hacía falta mucho más.
-Pensaba que iba a ser un verano ¡hip! de mierda -dijo la chica, a la que ya le costaba articular correctamente las palabras-. ¡Suerte que habéis venido! ¡Qué bi...¡gurps! ¡Qué bienn! -y dicho esto, se abalanzó sobre mí, para darme un abrazo de beodo. Si había contado bien, ella ya iba por la quinta copa, mientras nosotros llevábamos apenas tres.
-Ummm -acerté a decir yo, sintiendo cómo se aplastaba contra mi pecho, haciéndome que me cayera de espaldas. Ella siguió abrazada a mí, soltando grititos y restregándose, la muy guarra, provocando que parte de mi sangre se desplazara de una de mis cabezas a la otra.
-¡Oye! -dijo, levantándose cuando consideró que ya me había puesto suficientemente caliente- ¿Por qué no nos vamos ya a dar una vuelta por ahí? ¡Ya apenas queda nada de lo botella!
-Vale, será mejor, así hacemos algo -dijo Alonso, que me miraba con cierta envidia por lo que acababa de ocurrir.
Sin que nos diera apenas tiempo a reaccionar, la pequeña borracha se bebió de un trago lo que le quedaba de cubata y se sirvió uno más, agotando la botella.
-¡Vramos! -gritó, poniéndose en pie con dificultad y encaminándose hacia el paseo marítimo.
-Macho, yo la vi primero, deberías comportarte -me dijo Alonso, cogiéndome del brazo, mientras la seguíamos, unos pasos por detrás.
-¡Pero si es tu prima! -alegué yo.
-Prima segunda. Eso no cuenta -dijo él, sonriendo, dándome una palmada en la espalda- El caso es que uno de los dos se la lleva por delante. Esto quedará entre amigos, como debe ser.
Yo asentí, alegre. ¿Sería Marta el primer amor de mi vida? ¿Nos casaríamos? ¿Podría hundirme entre sus tetas aquella misma noche para hacerle una enorme pedorreteta? Disfruté imaginando todas las consecuencias que nos deparaba aquel afortunado encuentro veraniego, mientras caminábamos hacia a la zona de bares que había ubicada en una calle transversal al paseo.
-¡Vamos al Penélope, venga! -dijo Alonso, leyendo uno de los primeros carteles luminosos que vimos.
-Yo me cojo a ti para que me dejen entrar -dijo Marta, agarrándose a mi brazo para gran alegría mía- ¡Qué ilusión, primo! ¡Qué ilusión! ¡Vamos a conocer un montón de gente, ya verás! -le dijo a Alonso, dándole una colleja monumental para recalcar sus palabras.
Mi amigo y yo nos miramos, inquietos por lo que acabábamos de escuchar. ¿Conocer gente? ¿Por qué? ¿Nosotros? De hecho, yo empecé a plantearme qué diablos hacíamos metiéndonos en una especie de mini discoteca, donde sonaba una música infernal, habitada por seres con extraños peinados y actitudes ciertamente agresivas.
Resulta ser que lo de conocer gente significaba, básicamente, frotarse con cualquier maromo cuyo brazo tuviera un diámetro aceptable. En aquellos momentos, me pareció una manera un tanto extraña para hacer nuevas amistades, aunque, a la vista de los resultados estaba claro que resultaba efectiva. Como es normal, viendo como ella pululaba por el local sin hacernos demasiado caso, Alonso y yo nos fuimos recluyendo en una esquina, sin acabar de dar crédito a lo que estaba pasando.
-Creo que esta niñata nos ha tomado el pelo -dijo mi colega, poniendo en palabras lo que los dos pensábamos.
-Me temo que éramos simplemente una excusa para ponerse como una cuba y zorrear, sí -dije yo, sintiéndome estafado y decepcionado. Una niña nos había utilizado como si fuéramos idiotas, aprovechando que éramos unos cerdos y unos imbéciles. ¿Quién podía confiar en la bondad humana si pasaban estas cosas?
Y así es como uno se empieza a hacer mayor: cuando descubre lo idiota y manipulable que puede llegar a ser.
Sin embargo, la noche no había terminado todavía. Quedaba algo que cambiaría, aunque entonces ni siquiera lo supiéramos, la vida de Alonso para siempre. Y en parte la mía propia, aunque de forma más indirecta.
Marta debió darse cuenta de que tal vez debía hacernos algo de caso y apareció de repente junto a nosotros, dándole un abrazo a Alonso y un húmedo beso en su mejilla.
-Primooooo, nos lo estamos pasando guay ¿verdad? -dijo, la muy hipócrita.-Perdona, pero esto es un mierda, zorra aprovechada -le debería haber contestado Alonso, pero, seguramente debido a la distorsión del sonido provocada por la mala acústica de la sala, sonó a algo parecido a esto:-Sí, claro. ¿Te lo estás pasando bien?
Yo quise decir lo que mi amigo no se atrevía, pero me limité a lanzar un vistazo al interior de mi copa y, de paso, al escotazo de Marta.-¡Venga, os voy a presentar a unos amigos que he conocido! -dijo Marta, cogiéndonos del brazo y arrastrándonos hacia un lugar donde bailaban un grupo de unas siete u ocho personas. A medida que nos acercábamos, pude analizar a los varones del grupo: guapos, altos y fuertes. Unos hijoputas antipáticos, vamos. Nos los presentó y si, queréis que os sea sincero, hoy en día, no me acuerdo de ninguno de sus nombres ni de sus caras. Junto a estos chicos, se encontraban tres chicas, que nos miraban con la misma cara de contrariedad que nosotros mismos les estábamos dedicando. Estaba claro que aquel encuentro no era especialmente deseado por nadie. Durante las presentaciones, no parecieron prestarnos demasiado atención, salvo una de ellas, que sí que hizo un esfuerzo por sonreír. 
-¡Hola! -dijo, dándole dos besos a Alonso, que fue el primero en acercarse a ella-. Me llamo Alicia -dijo con una voz agradable y audible, a pesar de todo el ruido que nos rodeaba-, pero puedes llamarme Ali.
¿Os ha gustado entra entrada? ¡Si es así, no os olvidéis votarla y compartirla (FacebookTwitter). Si no os podéis perder ni uno sólo de las desastrosas aventuras de Alonso o nada de este jaleo que suelo publicar, podéis suscribiros para que os lleguen todas las entradas por correo electrónico

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revista