Revista Cultura y Ocio

Contra la fascinación (Los bosnios de Velibor Čolić)

Por Fruela
Llevo un par de años leyendo de manera un tanto diferida, con la sensación de que mis obsesiones intelectuales tuvieron su suerte editorial entre los 70 y los 80 y que, en cierto modo, la mayoría de empresas actuales tienen unos puntos de referencia por los que no logro orientarme. Diría, incluso, que las «novedades» que más me han interesado en 2013 vinieron de gente que recupera alguno de esos intereses desplazados: la emblemática de Abraham Gragera, en la que se percibe esa tensión espiritual de la alquimia y de la gnosis; el regionalismo eufórico de Guillermo Morales, buscándole otra modernidad al territorio; el proyecto de Aníbal Cristobo, Kriller71, que empieza a construir algo tan anómalo para el mercado español como una editorial de formación neobarrosa* Pese a todo, Mayo fue mi mes yugoslavo tras Los bosnios de Velibor Čolić - publicado precisamente por Periférica, que tiene más de un libro de esa tradición de intereses «diferidos». Aunque hablé con Čolić para entrevistarlo, su interés inicial se quedó en borrador, quizá porque, como me dijo en uno de sus primeros correos, «hay que tener en cuenta que escribí ese libro en 1992». Al encontrar estos días las preguntas pensé que aún podían convertirse en comentarios tardíos al libro. *anómala sólo para el mercado, creo, porque la biblioteca colectiva de cierta poesía reciente se construyó con recuperaciones, con importaciones, con accesos fallidos a proyectos de esa tradición
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La primera edición de Los bosnios se publica en 1993, a los pocos meses de que Velibor Čolić llegue a Francia, exiliado como desertor del ejército bosnio. Es un texto escrito en campaña, casi en trinchera. El dato hace aún más notable (al menos para ciertas concepciones literarias) que la descripción de la violencia sea objetiva, factual. Hay un rechazo del exceso de sentimiento, de la salpicadura emotiva de los sucesos. Es un libro visual, de apariciones. La violencia no es una afección, sino una presencia.
Cuando se percibe un sentimiento es la compasión. Quizá como en la definición que propone John Berger de los poemas: más cercanos a las plegarias que a las historias, porque recorren el campo de batalla escuchando a los heridos, a los moribundos, a los que deliran.
Los bosnios se basa en los recursos de la narración popular: el cuento, la leyenda, la balada, el chiste. Al delegar (ficticiamente) en la tradición, la escritura establece con mayor intensidad el sentimiento de distancia, de impersonalidad de lo narrado. Pero esa delegación también es una crítica: la apropiación del folclore había sido uno de los principales terrenos de trabajo de los nacionalismos (analizado con detalle en los ensayos de Ivan Colović o en The Culture of Lies de Dubravka Ugrešić). Un nuevo folclore significa, entonces, una denuncia de los folclores existentes. Como se dice en cierto momento, tras narrar la muerte de dos hermanos: en un tiempo más noble, el pueblo habría creado un mito.
En un documental rodado durante la guerra, Radovan Karadžić, «poeta y psiquiatra», muestra al «público» su dormitorio. Enciende una vela ante el icono de San Miguel Arcángel, habla de la cultura medieval de los monasterios serbios. Desafinando en tono agudo, toca una balada tradicional con el gusle, el violín balcánico de una cuerda.
Los bosnios recurre a las «pistas» para leer críticamente el folclore: en la sección «Hombres», el capítulo dedicado a los musulmanes es el único que no va precedido por una canción patriótica.
El empalamiento es el elemento más «cargado» del discurso histórico sobre los Balcanes como territorio de violencia. Es la imagen fronteriza que ha servido para ir acercando o alejando Europa del otro (árabe, asiático) - asociada a la vez al invasor (turco) y al defensor, «susceptible» de estar influido por el exceso (como Vlad Tepes). El empalamiento también es uno de los símbolos centrales del nacionalismo serbio en su presentación como frontera cristiana, como último pueblo «civilizado» (es decir, «europeo»).
La revocación de la autonomía de Kosovo en 1989 estuvo precedido por múltiples movimientos conceptuales, entre ellos la figura histórica del empalamiento. En 1985, un granjero serbio de Kosovo, Đorđe Martinović, aparece en un hospital con una botella rota insertada en el ano. Afirma que ha sido atacado por dos hombres de etnia albanesa. Con la investigación empiezan a generarse declaraciones contradictorias: un intento fallido de masturbación del propio Đorđe; un ataque de los independentistas pro-albaneses; una escena preparada por el ejército para alterar la situación política. La investigación se cierra sin conclusiones. Pero la fuerza ideológica de la imagen, como apunta Stjepan Meštrović en Genocide after Emotion, perdura porque es perfecta para el nacionalismo serbio: la botella prolonga la estaca, los kosovares se vuelven descendientes de los turcos.
El empalamiento de un saboteador serbio ocupa dos capítulos –minuciosos, temibles- de El puente sobre el Drina de Ivo Andrić, «el autor yugoslavo» por definición y, en consecuencia, una incomodidad para los nacionalismos. En sus memorias, Kusturica recuerda una portada de la revista bosnia Vox: Andrić empalado en una pluma estilográfica.
Los bosnios comienza con el empalamiento serbio de un inválido musulmán.
Las guerras de Yugoslavia siguen fascinando a los observadores. Aún se percibe, tal vez, la culpabilidad de los países que dudaron o se resistieron, las diferentes tensiones emocionales desde las que se interfirió en la guerra: el paneslavismo ruso, la responsabilidad histórica alemana, el intervencionismo estadounidense... Pero fascina aún más por su utilidad de proyección: la idea de la guerra «a las puertas de Europa» es un símbolo político lo bastante cercano para ser impactante y lo bastante lejano para no sentirse un miserable al emplearlo. Tamara Djermanovic, profesora de la Pompeu Fabra, sugiere que la comparación entre Kosovo y Cataluña ya no es del todo errónea, «sobre todo viendo al nacionalismo español». Pío Moa titula un libro con un estribillo del aznarismo clásico: Contra la balcanización de España.
Los bosnios es una resistencia contra la fascinación.

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