Revista Cultura y Ocio

Contra Pinochet estábamos mejor

Publicado el 06 junio 2016 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Me siento mucho más feliz, menos culpable. Hace dos o tres años dejé de creer en la política y comencé a profesar una fe ciega en la literatura. Esto me ha liberado de tanto dolor que de otro modo me habría terminado volviendo loca. Hace dos años exactamente dejé de sintonizar las noticias, me olvidé de militar en colectivos políticos, me libré de los discursos aprendidos de los viejos zorros y limpié mi alma. Hoy sólo escucho a mis prójimos, regalo sonrisas y hago cuánto puedo. El resto del tiempo lo pierdo (o lo gano, según el punto de vista) leyendo y escribiendo. Me gustaría decir también que me la paso fumando para jugar a la lectora comprometida con gente como Ribeyro o con los personajes de Heinrich Böll, pero como dije anteriormente, dejé la militancia, incluso en la literatura. Además, mi billetera no guarda suficientes pesos como para solventar vicios. Digamos, entonces, que soy una lectora con aspiraciones de fumadora… o algo así.

Quizás me fui por otro lado. Sí, en realidad me fui por otro lado porque esta columna no se trata de mis tristes anhelos derruidos que desembocaron en una pobre pretensión de lectora profesional que evade la realidad. No, lo mío era contarles que ya no creo en la política, ya no sufro por mis ilusiones perdidas, hoy disfruto de las ilusiones literarias. Lamentablemente, no es tan fácil renunciar, cerrar los ojos ante la realidad que vive mi gente que solo encontrará remedio a su miseria en lucha directa con los que hoy ostentan el poder. Es que aunque Chile venda la imagen de país ordenado, de alumno ñoño, de ahijado predilecto de Estados Unidos, de amoroso pariente de los ingleses y un largo (y no menos vergonzoso) etcétera, no es más que un menesteroso paisaje que se deteriora cada día. Mi país se cae a pedazos por la corrupción, la avaricia, el consumismo, la represión y todos los vicios que caben en una sociedad que se ha sometido a un capitalismo descarnado. Ya no somos compatriotas, ahora somos todos rivales; es que este humilde pasillo que nos tocó como territorio, se ha convertido en una enorme pista atlética donde debemos recurrir a todo tipo de trampas para matar al contrincante y llegar primeros a la meta sólo para luego desfallecer. Vivir en Chile es una competencia tan agotadora que cuando llegas a la vejez sólo te resta rogar para que se te acabe luego la vida. Es que si llegas a viejo la vida se torna muy peligrosa: en un país donde todo es privado, donde por todo debes pagar y las pensiones son de miseria, la vejez es un lujo que no te puedes permitir. El único descanso posible, entonces, es la muerte.

Estas angustias me atacan y me hunden: ¿cómo se lucha contra un sistema corrupto que tiene un brazo armado más poderoso que todas las voces de un pueblo herido? No sé cómo se lucha, pero sé muy bien cómo se sufre. Ya lo dijo Don Nicanor Parra “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Ellos están juntos… y nosotros estamos tan solos. Y seremos vencidos mil veces porque no valemos nada, porque somos prescindibles. Hay suficientes muertos de hambre en el mundo que aceptarán el trabajo que un obrero hoy se niega a hacer, no hace falta más que reemplazar un número de carnet por otro. Ellos están unidos, los que ayer eran enemigos hoy comparten sus dineros sucios; los de Allende y los de Pinochet hoy no escatiman en esfuerzos para hacer crecer sus cuentas corrientes y se han vuelto tan amigos, tan socios que se prestan servicios y se financian campañas, olvidándose de las viejas utopías. Por eso no sorprende verlos sonrientes posando para las páginas sociales de revistas de papel couché. Por eso no sorprende que nadie vaya a la cárcel, que todo quede impune porque ellos han construido su pequeño paraíso de la corrupción y nosotros, el pueblo, somos sus esclavos. Ellos son dueños de todo y hasta de nosotros.

Por eso me cambié a la literatura, porque me cansé de quedar sin voz pregonando consignas que nadie oye. Porque me cansé de ver compañeros arrestados y golpeados por carabineros. Porque no soy capaz de luchar contra un demonio que es inmensamente poderoso y que no tiene rostro. Porque no valgo nada en mi país y no tengo fuerzas ya para inventarme una identidad que me dé valor.

Repaso un eslogan que Luis Buñuel en Mi último suspiro recuerda haber visto en una marcha izquierdista en las calles de Madrid: «Contra Franco estábamos mejor.» Y mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente. Siento tanto frío en esta mañana de domingo, este país se cae a pedazos, mi gente sufre tanto y estamos tan solos. Es que nosotros también estábamos mejor contra Pinochet porque al menos contábamos con una izquierda de cara descubierta que miraba a los ojos al pueblo. Además teníamos al enemigo claramente identificado, no como ahora que todos se han mimetizado. Contra Pinochet las filas de la izquierda no estaban vacías, no olían a dinero sucio ni a culo vendido. Contra Pinochet los estudiantes, los obreros y los cabecillas de los partidos teníamos una sola lucha. Hoy la cosa es todos contra todos y que gane el peor: el más corrupto, el más tramposo, el más deshonesto. El pueblo sigue como esa viejecita aterida de frío de la canción de Mauricio Redolés, más pobres que nunca preguntándonos cuándo llegará el socialismo.

Es una mañana fría y pienso en toda esa gente, en todos esos animales que en este país ya no tienen derecho a la vida y me invade la oscura y asquerosa certeza de que sí, estábamos mejor contra Pinochet. Por suerte las viejas ilusiones ya no me hunden, porque ya no creo en la política. Hoy sólo creo en la literatura.

Por Cristal

llavedecristal.wordpress.com

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(Nicanor Parra – Artefactos, 1972)


Contra Pinochet estábamos mejor


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