Revista Cultura y Ocio

Cosas que hacer si uno no es de los que queman guitarras

Por Calvodemora
Cosas que hacer si uno no es de los que queman guitarras
Pete Townshend las machacaba a golpes contra el suelo del escenario. Las cogía del mástil y las reventaba a conciencia. Al principio no fue a posta, parece que fue un accidente, un imprevisto, pero no siendo un virtuoso, apreció que no sobraba ese floritura plástica, la de exhibir una pose guerrera, un poco iconoclasta, de inconformista o de anárquico. Jimi Hendrix las quemaba y se quedaba mirando como ardían. Me pregunto qué tendría que quemar uno o a qué objeto le encomendaría la misión de liberarnos, ya que no es de guitarras, ni se va a poner a incendiar el teclado del ordenador o el mando a distancia de la televisión. Se tiene una edad en la que las endorfinas se buscan sin alharacas, procurando no llamar mucho la atención, pero hay ocasiones en las que se querría ser Townshend o Hendrix y aporrear algo. Debe ser una de esas cosas que no se ha hecho en su tiempo y queda larvada, a la espera de que una circunstancia propiciatoria la desenclaustre y nos haga sentir el vértigo de la satisfacción absoluta. Yo encontré anoche ese placer escuchando a Wim Mertens, pero no se enteró nadie. No se me escuchó aullar por la tromba de sensaciones dulces, ni bizqueé, aturdido por la descarga de oxitocina. Me mantuve cabalmente, sin que ninguna evidencia física expusiera el roto producido adentro. En ocasiones, la poesía me transporta a ese sitio al que iba Townshend cuando le daba el subidón en el escenario y se le ocurría incrustar la guitarra en los altavoces o a Hendrix cuando les prendía fuego. Hay muchas formas de salir de uno mismo sin necesidad de hacer ningún viaje astral o acudir a un gurú esotérico o a un chamán o a un sacerdote del barrio. Imagino que cada uno posee su propia receta y se la cocina privadamente o en público. La idea es que alguna haya. Toda esa gente gris que no sonríe nunca y parece que todo el mundo le adeuda algo son los que no tienen nada que les libere del peso de la realidad. Porque mira que pesa la muy jodida. Pesa hasta que se te borran las palabras en la cabeza y solo la miras y asientes con la cabeza y dejas que te invada. No hay quien no sienta ese peso, quien no haya buscado métodos con los que mitigar la presión o hacerla, al menos, soportable. Hay quien escribe sonetos en la intimidad de la noche o quien escucha a Mertens o quien corre por los parques a media tarde. Poseo la capacidad de administrar mis neurotransmisores a capricho. Los hago volar o los mezo, acunándolos, dejando que confíen en mí. Tengo esa capacidad y no la tengo al mismo tiempo. Hay días en los que el ánimo flaquea, en los que no te hace nada Struggle for pleasure, la pieza monumental de Mertens que ahora mismo está sonando mientras escribo esto y son las once cuarenta y ocho y el martes va desvaneciéndose y en casa no se escucha casi nada, poco, no sé, el ruido que hacen mis dedos cuando golpean el teclado logitech negro inalámbrico que me asiste en mis desvaríos y al que le cuento qué mal padezco y qué bien lo cura. No entra en mis cálculos quemar nada, incrustar ningún objeto en otro en donde no corresponda o correr a media tarde. 

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