Revista Arte

Creación de jardines: el laberinto de Versalles

Por Beldz

¿Quién no ha soñado alguna vez con los fabulosos jardines de Versalles? Pasearse por la Orangerie, sentir el agua que emana de las fuentes escultóricas, sentarse en un banco y contemplar los setos y las flores. Caminar hasta Le Grand Trianon y darse cuenta de la inmensidad que envuelve el palacio. Rodear el Gran Canal o detenerse, bajo un sol esplendoroso, ante la fuente de Apolo. Luis XIV, que junto a su pasión por la caza y las artes, era un enamorado de la jardinería, quiso construir en Versalles los jardines más inmensos y elegantes de toda su época. Para ello, se sirvió de los arquitectos, escultores y jardineros más prestigiosos del siglo XVII, como André Le Notre. Hijo de una familia de jardineros reales, trabajó durante mucho tiempo en las Tullerías -donde se alzaba uno de los palacios reales-. Cuando Luis XIV quiso construir un palacio en las afueras de París, recurrió a sus servicios. Se dice que el monarca confiaba plenamente en su jardinero real: discutía con Le Nôtre los diseños de los parterres o autorizaba el tipo de árboles que mejor quedarían en cada lugar. Luis XIV lo controlaba todo. Quería que Versalles fuera una nueva Roma. Él mismo se comparaba con Apolo, el dios del sol.
Uno de los elementos que más me ha llamado la atención de los jardines de Versalles es su laberinto. Estos días estoy sumergida en una lectura fascinante: Los jardines del Rey Sol. Luis XIV, André Le Nôtre y la creación de los jardines de Versalles, de Ian Thompson. En uno de sus capítulos se habla de la creación del Labyrinthe, construido en el bosque al sur del eje principal. También lo diseñó Le Nôtre, pero su contenido lo llevaron a cabo dos figuras literarias de gran magnitud: Charles Perrault y Jean de La Fontaine. Desgraciadamente, el laberinto, que tal y como dice el libro, era el orgullo del Rey Sol y de sus jardineros, fue reemplazado durante los primeros años del reinado de Luis XVI por el mucho menos interesante Bosquet de la Reine, que todavía pervive. No queda ningún vestigio del laberinto. Sólo podemos saber cómo era gracias a los grabados y a los textos originales de la época. ¿Queréis saber cómo estaba diseñado y qué esculturas contenía? Seguid leyendo estos párrafos que he extraído del libro.
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Los laberintos eran extremadamente populares en los jardines de la Edad Media y principios del Renacimiento. Aunque a menudo simbolizaban la búsqueda religiosa o romántica, eran un divertimento que casaba a la perfección con la actitud de Luis respecto a su parque de placer, por lo que no tardó en querer construir uno. El Labyrinthe puede encontrarse en los planos de 1665, aunque los trabajos de construcción no empezaron hasta el año siguiente. Como muchas de las construcciones más destacadas de Versalles, fue fruto del trabajo en equipo. Le Nôtre, por descontado, fue el responsable del suelo y del aspecto horticultural, pero las dos figuras literarias asociadas a su contenido, Charles Perrault y el poeta Jean de La Fontaine, fueron quienes supervisaron el trabajo de veinte escultores que trabajaron en los trabajos de decoración del laberinto.
Creación de jardines: el laberinto de VersallesEn la primera imagen podemos ver el plano del laberinto (1714). En la segunda, el pintor Jean Cotelle representa la entrada al laberinto, donde se ven las estatuas, a izquierda y derecha, de Esopo y Cupido (1688).
En 1668, La Fontaine publicó su primer volumen de versos basados en las fábulas de Esopo. Tuvieron mucho éxito y le siguieron otros volúmenes en 1678, 1685 y 1693. La Fontaine cayó en desgracia, pues se le ocurrió hablar en defensa de Fouquet, pero sus poemas parecen haber proporcionado el tema alrededor del cual se diseñaron las esculturas y las fuentes del Labyrinthe. La idea de colocar fuentes representando historias de Esopo en el laberinto de Le Nôtre probablemente fue de Charles Perrault, otro escritor recordado principalmente por su contribución a la literatura infantil. Sus Cuentos de mamá oca, de 1697, reformulan relatos folclóricos medio olvidados como El gato con botas o La bella durmiente. El rey se sentía tan orgulloso de su Labyrinthe que le encargó a Perrault que escribiese una guía para el mismo, que se publicó en la Imprimerie Royale en 1677 y 1679. Encuadernado en color rojo, con el monograma real, se guardaron las copias en la biblioteca real y se regalaban a visitantes de categoría. Perrault también escribió la siguiente descripción del Labyrinthe en 1675:
Es un bosquecillo cuadrado, con árboles jóvenes, muy tupidos y exuberantes, con una gran cantidad de senderos, que se entrecruzan con tal ingenio que nada resulta tan agradable como perderse. Al final de los senderos, y allí donde se cruzan, hay fuentes, situadas de tal modo que allí donde uno se encuentre, siempre ve tres o cuatro o incluso seis o siete a la vez.

En total había treinta y nueve fuentes en la zona que cubría el laberinto, que incorporaban unas trescientas esculturas de animales, al menos cien de las cuales lanzaban agua. Los animales estaban esculpidos en plomo, pintados con colores realistas y agrupados en torno a los estanques de piedra bajo doseles entramados. Elaborar el programa escultural, crear las esculturas, trazar los emplazamientos y los sistemas de canalización de agua fue un proceso largo, por lo que el Labyrinthe no estuvo acabado hasta 1673-1674. El agua no manaba de forma accidental, se usaba de un modo muy expresivo para animar el carácter de los animales retratados. En la entrada al Labyrinthe había dos esculturas, una de un anciano y feo Esopo, y otra de un hermoso y joven Cupido. Charles Perrault imaginó un encuentro casual entre Apolo y Cupido en los terrenos de Versalles. El joven dios se dirigiría al mayor:
Dejaré para ti toda la gloria y te permitiré que lo dirijas todo, siempre y cuando me garantices que pueda construir el Labyrinthe, que amo con pasión y que casa tanto conmigo. Pues sabes que yo mismo soy un laberinto, en el que es fácil perderse. Mi idea es crear toda una serie de fuentes allí y adornarlas con los personajes de las más ingeniosas fábulas de Esopo, con las que transmitiré lecciones y máximas para aconsejar a los amantes.

Si bien el orden y la geometría imperaban en el parque, este pasaje sugiere que el Labyrinthe se construyó según la muy diferente lógica del amor. Era un lugar donde los mortales podían perderse. El diseño del Labyrinthe no siguió los parámetros habituales, pues no tenía una meta central y permitía echar la vista atrás, pero sin lugar a dudas pretendía transmitir una eduación moral, donde los hombres y las mujeres podían caminar entre los árboles en busca de verdades ocultas.
Creación de jardines: el laberinto de Versalles
Uno de los grupos escultóricos ilustraba la fábula de La lechuza y los pájaros. La pobre lechuza es rechazada por otros pájaros debido a su oscuro plumaje y su áspera manera de ulular, de ahí que sólo se atreva a salir por las noches. La moraleja, según Perrault, es que cualquier hombre prudente que desea pasar indemne por el laberinto del amor debe tener un lenguaje amable y vestir de forma adecuada. En la fábula Los pavos reales y el arrendajo, un desencaminado arrendajo se viste un día con las plumas que han perdido varios pavos reales. Disfrazado de esa guisa, cree que será aceptado entre ellos, pero lo que sucede es que se burlan de él y le atacan. La moraleja debía de gustarle a los cortesanos de Versalles: no tiene sentido fingir maneras galantes cuando uno no proviene de alta cuna.
Por inocuas que pudiesen parecer a primera vista las esculturas del Labyrinthe, esa arboleda para enamorados no quedaba exenta de la clase de mensajes políticos que empezaban a imperar en el resto del parque. Muchas de las fábulas representaban escenas sobre la lucha por la vida y la muerte parecidas a los combates entre animales en el parterre de agua. En Las ranas y Júpiter, la nación de las ranas le pide a Júpiter que les envíe un rey y este les envía al rey Leño, que cae con estrépito, pero después no hace nada. Las ranas se quejan y reclaman tener un monarca más activo, así que Júpiter, enfadado, les envía al rey Grulla, que se las come para desayunar, comer y cenar. La moraleja viene a decir que hay que aceptar al rey que ha tocado en suerte, porque otro podría ser mucho peor.
     

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