[Crítica] 3ª temporada The Walking Dead: Una de cal y una de arena

Y no, no me refiero a los distintos roles de Rick y El Gobernador en esta nueva temporada.

Desde sus inicios, The Walking Dead siempre ha sido una serie polémica, aunque puede que ahí resida gran parte de su éxito, ya que fans o no, son legiones de personas los que siguen la adaptación de la obra de Robert Kirman, ya sea para su disfrute o para su posterior crítica destructiva.

El protagonista total y absoluto de esta tercera temporada ha sido sin lugar a dudas Philip Blake, más conocido como El Gobernador, un título autoimpuesto con el fin de ganarse el respeto de todo el pueblo de Woodbury utilizando su más que trabajada campaña propagandística. Al otro lado del cuadrilátero tenemos a nuestros protagonistas afincados en una desierta (o casi) prisión dónde la polémica, para bien o mal, viene siempre de la mano de Michonne, la otra gran incorporación de la temporada. Un enfrentamiento que alcanzó su zenit en el capítulo que cerró la mid-season, y que nos hizo creer en un futuro pletórico para la serie. En medio de ellos dos, se encuentra el bueno de Rick Grimes, o la sombra del hombre que fue alguna vez, totalmente perdido tras el fallecimiento de su esposa e incapaz de liderar a su gente.

Luchar contra los muertos, temer a los vivos…, un lema que hemos palpado capítulo a capítulo, disfrutando del giro argumental en el que se centra el cómic, una lucha de poderes en la que los zombis no son más que un escenario.

Pero al igual que la frágil mente de Rick, la serie en ciertos momentos se desmorona por completo, como le ha ocurrido a casi la totalidad de capítulos desde que regresaron de la mid-season. El nivel impuesto por ellos mismos no han sabido mantenerlo… ¡hasta ahora!

Tal vez los guionistas de la serie nos han tenido igual de engañados que el Gobernador al pueblo de Woodbury, o tal vez ha sido la rivalidad de anoche en las televisiones americanas con el estreno de la tercera temporada de Juego de Tronos, sea como fuere The Walking Dead ha recuperado toda su esencia.

Esta tercera temporada no ha servido sólo para fidelizarse (aunque muy levemente) al cómic, un camino que han de tomar sí o sí, también ha servido para que personajes hasta ahora más que secundarios, demuestren que no son un relleno más. Para afianzar a los nuevos personajes, que no son lo que parecían ser al principio, como la constante evolución de el Gobernador, quien ha llegado a perder cualquier atisbo de cordura, o casos como el de Carl, que empezó siendo el personaje detestable de turno, al niño que se ha saltado toda su infancia, adolescencia y juventud para convertirse en el hombre que necesitan, un hecho que ha tardado demasiado tiempo en llegar.

En resumidas cuentas, la serie ha consiguiendo una vez más en el último minuto que no seamos capaces de mantenernos en nuestros asientos durante el visionado del capítulo, de volver a hacernos disfrutar como nunca, de darnos esperanza a aquellos que no creemos demasiado en ella, y haciendo que todos nosotros deseemos que sea una serie que no termine nunca.